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no pesan los años...

viernes 11 de octubre: 32 años (aunque desde enero llevo diciendo que tengo 32 años: es una costumbre estúpida, adelantarme a la fecha para que cuando llegue ya me tenga mentalizado); no siento nada especial, ni bueno ni malo, ceno con mis amigos en casa (la comida la hacen entre A. y ellos, ya que voy a una conferencia que organizamos sobre las multinacionales españolas en latinoamérica -12 asistentes: parecíamos una secta- ), nos echamos unas risas (por cierto que éramos más cenando que en la conferencia: 13) y pienso mentalmente en todas las celebraciones que llevo realizando desde niño, sintiéndome casi siempre ridículo y violento o las dos cosas por el hecho de estar en medio de una celebración sin motivos. Ahora lo veo distinto. Creo que hay que celebrar las cosas: un pensamiento infantil. Recuerdo otras fiestas a las que he ido. Yo era el tipo al que todo el mundo le decía: "ah, ¿pero fuiste? no te ví", recuerdo que celebrar cosas siempre me ha parecido estúpido; recuerdo que el hecho de pasarlo bien sin más siempre me ha parecido estúpido. Hoy lo he pasado bien si más, sin sentir la presión de "tener un motivo", simplemente he cenado con mis amigos "y me he reído con ellos". Algo bueno tiene la edad, uno pierde la sensación continua de estar completamente descolocado donde quiera que vaya y comprende que su sitio en el mundo no es un lugar físico sino una forma de estar en la vida; cenamos crema de zanahoria, cenamos una cosa rara a base de puerros, jamón, queso, y otros elementos que no identifico, cenamos carne con champiñones y una salsa de pera con pistachos, cenamos una tarta de chocolate casera y otra comprada con cubierta de melocotón, bebemos cinco tipos de vino, cafés, whisky, hasta soplo una vela temblorosa entre un coro de voces angelicales, la conversación tiene momentos revueltos y etapas de paz expectante en las que nos miramos con cara de sueño, hacia las tres y media los invitados abandonan la casa. Nos quedamos en la puerta viendo como desaparecen entre la niebla que ha invadido la avenida del aeropuerto. Es otoño, tengo 32 años y un día, las cosas importantes no ocurren en las ocasiones especiales, pero he acabado sintiendo que merece la pena celebrar algo de vez en cuando, aunque sea insignificante y ridículo...

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