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evidencias científicas de la imposibilidad de cumplir con los buenos propósitos

empezó la temporada y me dije a mí mismo, a partir del 1 de octubre me hago un calendario para repartir mi tiempo y sacarle partido y no sentirme un parásito perezoso abotargado por el incipiente frío que empieza a entrar en casa cuando se abre una puerta o una ventana. Estamos a día 10. No sólo no he cumplido con mi calendario, sino que parece que me estoy mofando de él directamente. Ayer caí prisionero de un sopor vespertino irresistible que se tradujo en una siesta de hora y media de consecuencias fatales. Hoy me senté en el sofá de nuevo con todo el aparataje habitual; cogí le monde diplomatique del mes de octubre en una mano, el tenedor en la otra, el mando a distancia a una distancia prudencial. Intenté leer un interesante artículo sobre el balance de los 30 años del Banco Mundial mientras daba cuenta de la comida. A los cinco minutos el mando había sustituido sin que yo supiera cómo, a la revista, y en vez del artículo estaba atendiendo a una conversación entre cinco personas que podrían envidiar la capacidad de razonar de mi bandeja, así como su saber estar y su considerable madurez. A los diez minutos la revista volvió a mi mano izquierda, el mando pasó a la derecha, el tenedor lo dejé sobre el plato, la comida se me enfrió. Al cuarto de hora abandoné toda idea de leer el artículo sobre el fundamentalismo islámico en un mundo globalizado, y dejé la mitad de la comida por imposible. Desi le decía a Gustavo:"vamos a ver, yo tengo una sensación, a ver como te lo explico, yo siento cosas, tengo sensaciones, me entiendes?" mientras Sonia y Nacho disimulaban fatal sus tremendas ganas de matarse a polvos hablando de su propia relación superguay y supercercana. Acabó GH IV. He visto escenas que creía que sólo protagonizaban los adolescentes, a gente hablando de sus emociones sin el menor asomo de sentido común, gracia o inteligencia, a un aspirante a cura vestido de tía intentando actualizar su concepto de "estar al día", a un criador de cabras emocionado porque el tipo que hace la comida (posiblemente supergay) le preguntaba siempre que tal estaba, y a una mujer casada llorando porque habían criticado sus lentejas. El epílogo: bajé las persianas, me enrosqué en mi manta granate sobre el sofá, me quedé, de nuevo frito más allá de lo debido. Me siento fatal. Me siento feliz. Tengo que resover esta dicotomía: ¿dónde estará mi lista de buenos propósitos?

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