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aniversarios y olvidos
siempre me sorprende mi propia capacidad para olvidarme de las cosas; especialmente en estos días lúgubres en los que los recuerdos de sucesivos 11-S (curiosamente apenas he visto menciones al de hace 31 años) u 11-M (seis meses ya) me traen a la cabeza imágenes que, por desgracia, ya forman parte del museo del horror del género humano;

es curioso como funciona el olvido, me atrevería a decir que se presenta de dos formas: una limpia, que no deja ninguna huella, que se traga todo lo que le echen sin compasión y que sólo descubres cuando algo exterior ilumina los bordes del agujero que deja en la memoria; la otra forma es viscosa, pegajosa, molesta, como una mala fractura que desgarra el hueso de la memoria pero deja astillas y restos en el organismo que producen un malestar considerable: uno olvida datos concretos, situaciones determinadas, hechos acaecidos, pero en el cuerpo queda la desagradable sensación de que algo se ha ido llevándose una parte significativa de uno mismo;

en los casos que cito al principio los olvidos son limpios, supongo que hace falta una catástrofe cercana para que el segundo tipo de olvido se instale en uno, y los recordatorios que nos llegan desde los medios de comunicación me parecen necesarios, las luces que alumbran ese alrededor de los huecos de nuestra memoria y que rescatan impresiones, sensaciones e imágenes concretas; de alguna manera, la desmemoria y la pérdida de los recuerdos de ciertos sucesos nos deshumanizan hasta extremos peligrosos, entregan nuestro lado social a la pira del abandono; la pereza a la hora de mantener presente la memoria de determinadas desgracias colectivas nos enfrenta a la peor versión de nosotros mismos, y, cuando se instala progresivamente en el cuerpo social, conviertiéndolo en un amnésico crónico sólo preocupado de la satisfacción que pueda proporcionar el ahora se convierte en el anuncio de un proceso de descomposición de consecuencias imprevisibles;

[en noviembre, dos años del prestige: parece como si hubieran pasado dos siglos, como si después de la victoria socialista en marzo hubiéramos elegido darnos una especie de periodo de desconexión en lo que se refiere a la política]

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