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Wendy Brown, En las ruinas del neoliberalismo

Probablemente este sexa o libro máis importante que levo lido no que levamos de 2022



Cuatro décadas de racionalidad neoliberal han resultado en una cultura política profundamente antidemocrática. Más que sometida a una semiótica economizante, como sostuve en El pueblo sin atributos, la democracia es explícitamente demonizada y al mismo tiempo desguarnecida de protección contra sus peores tendencias. Se la descalifica desde arriba y desde abajo, desde la izquierda y la derecha -Silicon Valley y las élites de las finanzas por momentos la denigran tan ferozmente como los autoritarios y los nacionalistas blancos, aunque por diferentes razones-. Con la democracia así degradada y reducida, el ejercicio del poder político, si no desaparece, está cada vez más privado de modulación por parte de una deliberación informada, de compromiso, responsabilidad y legitimación por voluntad popular. La Realpolitik gobierna, con el resultado de que las maniobras políticas groseras, los negociados, el marketing político, la propaganda engañosa y la indiferencia ante los hechos, el argumento y la verdad, todos siguen descreditando lo político y siguen desorientando a la poblacion sobre el significado o el valor de la democracia. «Interferencias rusas en las elecciones»: en este contexto la frase no tiene el carácter escandaloso que hubiera tenido en otra era de democracia liberal. Lo mismo ocurre con la supresión de votantes, la remoción de las Cortes y del poder legislativo, que se normalizaron y convirtieron en vehículos a través de los cuales el liberalismo plutocrático se vio asegurado. A más desvinculada esté la democracia respecto de los estándares de veracidad, de lo razonable, de responsabilidad y de la solución de los problemas a través de la comprensión y la negociación de las diferencias, más se desacredita como resultado. En combinación con el declive de la calidad de vida en el Norte Global, que fue un rasgo predecible de la globalización neoliberal, y con un futuro existencialmente amenazado, el ataque de la ira populista contra la democracia es inevitable, pero quizás, también, sea el menor de los peligros en el horizonte.

[...]

La privatización económica neoliberal es profundamente subversiva de la democracia. Genera y legitima la desigualdad, la exclusión, la propiedad privada de lo común, la plutocracia y el profundo debilitamiento del imaginario democrático. El otro orden de la privatización que hemos estado considerando, la privatización por familiarización y cristianización, logradas por la extensión de la «esfera personal protegida», subvierte la democracia con valores antidemocráticos de la moral, en vez de con valores antidemocráticos del capital. La infame declaración de Thatcher de que «no existe tal cosa como ˝la sociedad˝» concluye, después de todo: «solo individuos y sus familias».

Al poner en práctica este aspecto de la proclama, se declara la guerra a los principios e instituciones democráticos con una estrategia basada en la familia, más que en el mercado. Convierte la exclusión, el patriarcalismo, la tradición, el nepotismo y el cristianismo en desafíos legítimos a la igualdad de derechos, los límites de los conflictos de interés y el laicismo. Si bien ambos tipos de privatización se producen bajo la rúbrica neoliberal de expandir la libertad contra los dictados del Estado sobre la justicia social o el orden de mercado, la segunda es especialmente importante a la hora de generar la formación psíquica y política de la cultura autoritaria de hoy en día. Los ejes de la religión y la familia -jerarquía, exclusión, homogeneidad, fe, lealtad y autoridad- adquieren legitimidad como valores públicos y forman la cultura pública al unirse a los mercados con el propósito de desplazar la democracia. Cuando este doble modelo de privatización se extiende a la nación misma, la nación se muestra a su vez como un negocio competitivo que necesita hacer mejores tratos y como un hogar inadecuadamente asegurado, asediado por extraños malintencionados. El nacionalismo de derechas oscila entre los dos. Consideremos los discursos de campaña de Trump [de 2016] sobre la historia de los malos negocios internacionales de Estados Unidos desde el comercio hasta la OTAN, de Irán a los acuerdos climáticos y su descripción de Estados Unidos como un país atacado salvajamente por sus fronteras inseguras, así como su promesa de construír un muro en la frontera sur presentando una «grandiosa y bonita puerta grande» a través de la cual los visitantes legales pueden visitar o unirse a «nuestra familia». [...] Lejos de lo público y lo democrático, la nación aparece de forma privada y familiarista con el presidente como el paterfamilias.

Cuando la nación se privatiza y familiariza de esta manera, se vuelve legítimamente intolerante contra las personas aborrecidas en el interior y contra los invasores del exterior; así es como el neoliberalismo planta las semillas de un nacionalismo del que formalmente abjura.

Meryem El Mehdati, Supersaurio



Nada de lo que hago en mi trabajo me apasiona o me interesa. Lo cierto es que poquísimas cosas me apasionan o me interesan. Muy de vez en cuando un sentimiento de paz me aprieta el pecho y paso las siguientes dos horas tranquila conmigo misma, pero suele coincidir, me he dado cuenta, con los pocos días que me aprieto una palmera XL de chocolate a escondidas. Treinta y tres terrones de azúcar, todos para mi body, sinazucar.org que reviente. La combinación de la cafeína y del azúcar me hace ir como una moto el resto de la jornada y para cuando llego a mi casa no recuerdo nada de lo que he hecho en todo el día. Es lo más parecido a drogarme que he hecho en mi vida. Sospecho que soy bastante buena en mi trabajo, no porque me guste o me motive, sino porque no quiero perderlo. Hija de inmigrantes, el discurso de la meritocracia y el trabajo duro está en mi ADN, por mucho que la meritocracia sea una falacia o que el trabajo duro solo beneficie a quien no ha dado un palo al agua en su vida. ¿Por qué cobra más un business assurance manager que la cajera de un supermercado? Si mañana desaparecieran todas las cajeras y todos los reponedores del mundo nos daríamos cuenta enseguida. Si desaparecieran todos los business assurance managers... no.
[...]
Una vez comienzas a acercarte a la treintena hay una parte de ti que se apaga de forma paulatina. Lo veo en las personas que me rodean en esta mesa. Si vuelves la vista hacia atrás no eres capaz de determinar cuándo comenzaste a ser otra persona, pero sabes que has cambiado. Dejas de entender a los adolescentes y tu móvil se convierte en tu enemigo. El fueguito que se te enciende de joven se empieza a apagar. Yo lo noto: cómo me voy volviendo más insegura, más dudosa. Antes no vacilaba ante nada, era imparable. Se te parte el corazón en dos y comienzas a perder poco a poco todas las cosas que te han entusiamasdo alguna vez. Toca pagar facturas, hacer la declaración de la renta, ir al médico una, dos, tres, cuatro veces porque no se te cura la cistitis. Te haces adulto. Te vuelves gris. Solo es una teoría.


Byung-Chul Han, Infocracia

 



O discurso esixe separar a opinión propia da identidade propia. As persoas que carecen desta capacidade discursiva aférranse obstinadamente á súa opinión porque, do contrario, ven ameazada a súa identidade. Por este motivo, calquera intento de sacalas da súa convicción está predestinado ao fracaso. Non atenden á outredade, non escoitan. En cambio, o discurso é unha práctica de escoita. A crise da democracia é, ante todo, unha crise de escoita.

[...]

O narcisismo e a atomización crecente da sociedade péchannos os oídos á voz da outredade. Levan, así mesmo, á perda da empatía. Hoxe en día, todo o mundo venera o culto ao ser propio. Todo o mundo se performa e produce. Responsable da crise da democracia non é a personalización algor´timica da rede, senón a desaparición da outredade, a incapacidade para escoitar.

A situación discursiva na que se procura chegar a un entendemento non existe de forma incondicional e acontextual. Está máis ben rodeada dun horizonte de autoevidencias culturais ou prácticas sistematizadas socialmente que determinan a acción comunicativa de forma prerreflexiva. Habermas denomina mundo da vida (en alemán, Lebenswelt) ao horizonte de modelos de interpretación coincidente. Constitúe un consenso que serve de pano de fondo e brinda estabilidade á acción comunicativa.

[...]

Un mundo da vida intacto só é posible nun sociedade relativamente homoxénea que comparta os mesmos valores e tradicións culturais. A globalización e conseguinte hiperculturización da sociedade disolven os contextos culturais e relacións de tradición que nos ancoran a un mundo da vida compartido. Hoxe en día, xa non existen ofertas convencionais de identidade que teñan validez prerreflexiva. Xa non nos lanzan a un mundo da vida que percibimos como obvio e a problemático. Agora, o mundo da vida é unha cuestión de deseño. O horizonte global percibido como indestrutible está sendo sometido a un proceso de fragmentación radical. Canda a globalización, a dixitalización e a conexión en rede aceleran o esboroamento do mundo da vida. As crecentes desfactificación e descontextualización do mundo da vida destrúen aquel "pano de fondo holístico" da acción comunicativa. A desaparición da facticidade do mundo da vida dificulta enormemente a comunicación que procura o entendemento.

Ante a desfactificación do mundo da vida, aparecen a necesidade e o esforzo por configurar espazos na rede onde volvan ser posibles experiencias de identidade e comunidade, é dicir, construír un mundo da vida baseado na rede que sexa percibido como autoevidente e aproblemático. A rede, por tanto, é tribalizada. A tribalización da rede como refactificación do mundo da vida está estendida sobre todo no espectro político da dereita, onde hai unha elevada demanda de identidade no mundo da vida. Aparentemente, o espectro liberal, formado por cosmopolitas, amáñase sen a tribalización do mundo da vida. No espectro da dereita, até se bota man das teorías conspiratorias como ofertas de identidade. As tribos dixitais brindan unha experiencia intensiva de identidade e pertenza. Para elas, a información non constitúe un recurso de coñecemento, senón de identidade. As teorías cospiratorias están especialmente indicadas para formar biotopos tribalistas na rede por permitir aplicar estratexias de delimitación e segregación; estas estratexias son constitutivas do tribalismo e da súa política de identidade.

[...]

A pretensión de validez das tribos dixitais como colectivos identitarios non é discursiva, senón absoluta, pois carece da racionalidade comunicativa [aquela inherente ao discurso]. Esta comporta determinadas regras. En canto á opinión manifestada, esixe como condicións tanto que poida ser criticada como fundamentada: "Unha manifestación cumpre o requisito de racionalidade cando e na medida en que encarna un saber falible para ter así unha relación co mundo obxectivo, é dicir, cos feitos, e permite o acceso a unha valoración obxectiva". [Habermas] No universo posfáctico dasa tribos dixitais, a manifestación xa non ten en absoluto relación cos feitos; carece de toda racionalidade. Non é nin criticable nin esixe fundamentación. Porén, quen a profesa adquire un sentimento de pertenza. Deste xeito, o discurso é substituído por crenza e profesión. Fóra do eido da tribo á que se pertence só hai inimizades, a outredade que compre combater. O tribalismo contemporáneo, que non só se observa na política identitaria da dereita, senón tamén da esquerda, divide e polariza a sociedade. Fai da identidade un discurso protector ou unha fortaleza que repele calquera diferenza. Leva a unha ditadura tribalista de opinión e identidade que carece de toda racionalidade comunicativa.

Hoxe en día, a comunicación é cada vez menos discursiva a medida que vai perdendo a dimensión da outredade. A sociedade desintégrase en identidades irreconciliables sen alteridade. No canto de producirse un discurso prodúcese unha guerra de identidades. A sociedade perde así o común, si, o espírito colectivo. Xa non nos escoitamos entre nós. A escoita é un acto político na medida en que é grazas a ela como as persoas se fusionan nunha sociedade e se capacitan para o discurso. Funda un nós. A democracia é unha comunidade de escoitantes. A comunicación dixital como comunicación sen comunidade destrúe a política da escoita. Entón xa só nos oímos falar a nós mesmos. Isto sería o fin da acción comunicativa.


Celebremos que o filósofo máis mainstream de agora mesmo, Byung-Chul Han, ve por fin a publicación do seu primeiro libro traducido á lingua galega grazas á editorial Catroventos. Nesta obra de 2021, influída decisivamente polos catro anos do período trumpista, o filósofo coreano pon a lupa no papel corrosivo das redes sociais -ou, como di el, das tribos dixitais- sobre as sociedades democráticas. Habituado a gatuñar sobre os hombros de Hegel, Nietzsche, Benjamin ou Harendt para fiar as súas reflexións, nesta volta escolle como referencia central a Habermas e as súas teses sobre a Teoría da Acción Comunicativa para tratar de botar luz sobre a fenomenoloxía das fake news, a posverdade, a burbullización da experiencia persoal en internet ou a erosión da democracia derivada do goberno algorítmico das nosas existencias.

O seu estilo habitual, tirando cara a sentenzas curtas que se van encadeando cunha lóxica interna implacable, fai do libro unha lectura amena, atrapante e lúcida. Han non di nada que nos soe a novidade nin exhibe unha especial musculatura conceptual, pero recolle ideas alleas con habilidade e elegancia para confeccionar un patchwork intelectual coherente e sólido que sempre interesa e serve de panca para dirixir ao lector pola obra dos autores citados e para estimular procesos propios de pensamento e reflexión.

Libro ideal, por tanto, para levar á praia e ir lendo entre chapuzón e chapuzón e entregarse, tras a lectura de cada capítulo tostándose un pouco ao sol, a un exame persoal (e colectivo) da propia relación coas redes sociais, do custo do mergullamento persoal intensivo na internet e do control dos algoritmos da nosa vida privada.

Dos veces en el mismo río, Chris Offut


Winner se había pasado los seis últimos años "en el campo", guardando armas bien engrasadas en cajas de aluminio. Había escondido alijos en cuevas y pozos, y otros los había enterrado sin más. Por todo el país, las armas y la munición yacían acurrucadas a la espera de la Tercera Guerra Mundial. Winner era uno de los muchos soldados que ponían cerco a un futuro horrible. Informaba a sus superiores sobre los escondites dos veces al año, una en Ohio y otra en un pueblo pantanoso de Luisiana

- Tenemos gasolina y agua, comida y armas -dijo-. ¡Con una ametralladora no van a mamonear!
- ¿Quienes, Winner?
- ¡Los putos rojos y los mutantes, esos! Si tienes comida y armas, todo el mundo las querrá. Los mutantes, los primeros, porque los putos rojos tardarán un tiempo en llegar aquí. Y tendrán que esperar a que la cosa se calme. El primer par de años será un pifostio.
- Pero tú no.
- ¡Afirmativo, cojones! Soy un patriota. Tengo mi máscara antigás y mi M-16. Estoy alerta.
- ¿Por los rojos?
- ¡Por las mujeres! -rugió, y me machacó el pecho.

Winner se lanzó a una diatriba anticomunista que englobaba al mundo entero. Todos los países estaban compinchados contra nosotros. Querían nuestro dinero, a nuestras mujeres y nuestras motos. Un día de estos nos arrasarían con varios centenares de cohetes, una bandada de pájaros letales de camino al oeste para pasar el invierno. Solo se librarían las tiendas de motos y las colegialas.

[...]

- Eh, Winner. ¿Quiénes estais en todo esto?
- Para empezar, mis hermanos y yo. En el este sois todos granjeros. ¿Por qué cojones eres tan cotilla?
- Igual tenéis sitio para uno más.

[...]

- Lo siento, chico -dijo-, pero es justo de lo que va la cosa.
- ¿De qué?
- Nosotros.

Esta sigue siendo la palabra más espeluzante que he oído pronunciar tras toda una vida conversando con extraños. Uno podía eludir los calificativos, encogerse de hombros ante la escatología. Pero ese "nosotros" era escalofriante. Nosotros significaba linchamientos y violaciones en grupo, quema de libros y genocidio. Nosotros era sinónimo de control, la satisfacción nefasta de la veracidad reflejada en un espejo corroído. "Nosotros" implicaba un "ellos", y todos los ellos eran carne de cañón. Aristóteles sentó el precedente: "Hay griegos y hay esclavos".

K-punk Volumen 3. Escritos reunidos e inéditos (Reflexiones, Comunismo ácido y entrevistas), Mark Fisher


SPINZA, K-PUNK, NEUROPUNK [13 de agosto de 2004]

Ser spinoziano es la cosa más fácil y más difícil del mundo.
Fácil porque solo es cuestión de actuar de forma tal de producir encuentros alegres. Difícil porque las condiciones de base del Sistema Operativo (SO) Humano van en contra de ello, en uno de los trucos más deliciosamente crueles de la naturaleza. La pregunta central que se proponía contestar El Anti-Edipo de Deleuze y Guattari era profundamente spinoziana: "¿Por qué combaten los hombres por su servidumbre?". Por otra parte, el modelo de la adicción de Burroughs, spinoziano y abstracto (es decir, PARA NADA metafórico: ¿qué podría ser más literal?), describe cómo la humanidad es esclava de una máquina de producir miseria, cuyos intereses no son los propios.
[...]
Según Spinoza, ser libre es actuar de acuerdo con la razón. Actuar de acuerdo con la razón es actuar de acuerdo con tus propios intereses. Pero finalmente tenemos que reconocer que, siguiendo a Spinoza, el mayor interés de la especie humana coincide con volverse inhumano.
Muchos de los problemas del SO humano provienen de la ineficiencia de su soporte bio/neurológico. A diferencia de organismos muy simples que están organizados para ser atraídos hacia aquello que es beneficioso para ellos y huir de lo que les resulta hostil, los seres humanos tienen un sistema de procesamiento de estímulos exógenos y endógenos enrevesado, que se aloja en el arborescente sistema nervioso central que sale de la espina dorsal, y es supervisado por el cerebro. De hecho, según los neurólogos, el cerebro en realidad está compuesto por tres cerebros distintos: el "cerebro reptiliano", responsable de las funciones básicas de supervivencia como respirar, dormir, comer; el "cerebro mamífero", que abarca unidades neuronales asociadas con las emociones sociales; y el cerebro "homínido", que es específico de los seres humanos e incluye gran parte de nuestro córtex, es decir, la capa delgada y plegada que cubre el cerebro y es responsable de funciones "superiores" como el lenguaje, la conciencia y la planificación a largo plazo. La neurología también tiene un relato rigurosamente materialista de las configuraciones tanáticas entre el deseo y la prohibición descritas por Lacan y Zizek,
De una manera que es clave para el análisis de Burroughs, esto provee una explicación de por qué los humanos tienen una inclinación por los comportamientos adictivos. Esto es porque de hecho hay dos circuitos separados, uno para lo que te motiva y otro para lo que te gusta. En las últimas fase de la adicción, uno quiere consumir la droga, pero es poco probable que también le guste inyectarse. Si se reúne todo esto, se obtiene la receta neurológica para la miseria, el odio y la violencia que han caracterizado la historia humana de forma implacable. Nietzsche dijo que si los animales pudieran describir a la especie humana, la llamarían "la criatura triste".
Sin embargo, a causa de este horrible ensamblaje mórbido, el ser humano contiene un potencial para desestratificar del cual carecen los organismos simples de funcionamiento optimizado. Allí es donde Spinoza converge con el cyberpunk y por ende con Deleuze y Guattari, autores del programa teórico principal del cyberpunk. Como dije antes, una de las consecuencias del análisis de Spinoza es que se puede usar el mismo marco casual que se aplica al llamado mundo natural para entender el hardware de generación de emociones de los seres humanos. En el siglo XX, la cibernética hará el mismo descubrimiento.
[...]
Ahora vemos por qué devenir inhumano es lo que más conviene a la humanidad. El organismo humano está organizado para producir tristeza. Lo que nos gusta nos puede lastimar. Lo que se siente bien puede ser veneno.
El fascinante potencial desestratificador de la neuroeconomía, entonces, consiste en su capacidad de ser usado contra sus propósitos más ostensibles. Como uno de los tantos programas de esclavitud del Kapital, el propósito de la neuroeconomía es inducir la clase de compulsión de repetición idiota que describen Burroughs y Mark Downham. Según Rita Carter: "Cuando el pensamiento entra en conflicto con la emoción, los circuitos neurales del cerebro prevén que esta última prevalezca". El programa spinoziano de un cuerpo sin organización pretende revertir esta prioridad, ofreciendo mapas abstractos para imponer el objetivo de la razón sobre la condición de base emocional. Por eso, el k-punk es también neuropunk: un recableado intenso de los circuitos neurales de la humanidad.
Todas las culturas entenedieron que ser un sujeto es ser un mono torturado en el infierno, aunque muchas veces reprimieran este conocimiento. Por eso la religión, las prácticas chamánicas, etc., buscaron la producción del CsO [Cuerpo sin Órganos]. Paradójicamente, el mayor interés de cualquier cuerpo es no tener interés alguno, es decir, identificarse con el cosmos en sí como el CsO, el dios spinoziano, el cuerpo lemuriano de uttumul.
[...]
Para el CsO todo es positivo: ¿qué se puede hacer con este aullido de subjetivismo escandalizado? Bueno, en este momento [2004], Marcello Carlin [autor del blog sobre música The Church of Me] está funcionando como un ejemplo morbosamente convincente de cómo no ser un buen spinoziano. El riguroso análisis de la tristeza que hace Spinoza muestra que las personas tristes no se relacionan de manera directa y sensible con el mundo, sino con sus propias imágenes congeladas (piensen en ellas como en viejas memorias de datos caché). Si lo pueden aguantar, fíjense en el modo en que Marcello se inclina ante los molinos de viento de sus propios fantasmas, con un patético deseo de atención que es un ejemplo de cómo producir encuentros tristes. Es la exhibición de un fetichismo romántico de la autodestrucción que, lejos de ser subversivo o transgresor, es el Sistema Operativo Humano en persona. (Atención: es clave distinguir entre el intrincado arte del desensamblaje y los horrendos procesos tanatrópicos de autodestrucción.)
Aún así, en palabras de la fórmula spinoziana preferida por Deleuze, nadie sabe lo que puede un cuerpo. Quizá llegue un momento en el que incluso Marcello se nos una en este experimento de apagado de la identidad que recién empieza. ¿Qué persona razonable no lo haría?

 

COMUNISMO ÁCIDO. INTRODUCCIÓN INCONCLUSA [El libro que Mark Fisher no terminó de escribir]


La idea central de este libro es que en los últimos cuarenta años no se ha buscado otra cosa que exorcizar "el fantasma de un mundo que puede ser libre". Adoptar la perspectiva de este mundo nos permitiría revertir algunos énfasis en los que han insistido tantas de las batallas recientes de la izquierda. En vez de intentar una superación del capitalismo, deberíamos enfocarnos en lo que el capital debe obstruir siempre: la capacidad colectiva de producir, cuidarnos y disfrutar. En la izquierda llevamos mucho tiempo equivocándonos: no es que nosotros semaos anticapitalistas, sino que el capitalismo, con sus policías munidos de máscaras y gases lacrimógenos, con todas las sutilezas teológicas de su economía, se propone bloquear la emergencia de una Abundancia Roja [referencia al libro de Francis Spufford en el que se relata el instante en que la utopía del comunismo soviético tomó por asalto la realidad]. La superación del capital debe estar fundamentalmente basada en la comprensión básica de que, lejos de "crear riqueza", el capitalismo siempre y necesariamente bloquea la producción de una riqueza común.

El agente principal dedicado al exorcismo del espectro de un mundo que puede ser libre es el proyecto que se ha llamado neoliberalismo, pero no es el único. Y el verdadero objetivo del neoliberalismo no fueron sus enemigos oficiales, es decir, el monolito decadente del bloque soviético, y las ruinas de la democracia social y el New Deal, los cuales ya se desmoronaban por el peso de sus propias contradicciones. Entenderemos mejor el neoliberalismo si lo pensamos como un proyecto orientado a la destrucción de los experimentos de socialismo democrático y comunismo libertario que afloraban a finales de los sesenta y principios de los setenta al punto de volverlos impensables.

La consecuencia más importante de la eliminación de estas posibilidades fue la condición que yo llamé realismo capitalista: la aceptación resignada de que no hay alternativa al capitalismo. Si hubo un acontecimiento fundador del realismo capitalista, se trató de la violenta demolición del gobierno de Salvador Allende en Chile por parte del general Pinochet, apoyado por los Estados Unidos. Allende estaba experimentando con una forma de socialismo democrático que ofrecía una alternativa real tanto al capitalismo como al estalinismo. La destrucción militar de la presidencia de Allende, y las encarcelaciones y torturas masivas que vendrían después, son apenas el ejemplo más violento y dramático de los esfuerzos del capitalismo para aparecer como el único modo "realista" de organizar la sociedad. En Chile no solo se terminó con una nueva forma de socialismo; el país, además, se transformó en un laboratorio en el que se ensayaron las medidas que luego se lanzarían en otros centros del neoliberalismo (desregulación financiera, apertura de la economía al capital extranjero, privatización). En países como los Estados Unidos y el Reino Unido, la implementación del realismo capitalista fue mucho más gradual y, además de la represión, incluyó incentivos y tentaciones. Pero el efecto final fue el mismo: extirpar la idea de un socialismo democrático o un comunismo libertario.

Exorcizar "el fantasma de un mundo que puede ser libre" no era una cuestión estrictamente política, sino además cultural. Fue la cultura la que cultivó con mayor ímpetu este fantasma, y la posibilidad de un mundo más allá del trabajo duro; incluso, o quizás especialmente, la cultura que no se pensaba a sí misma como dotada de orientación política.

[...] En gran medida, repensar los setenta es más importante que revisar los sesenta. La década del setenta fue aquella en la que el neoliberalismo empezó un ascenso que luego narraría, retrospectivamente, como irresistible. Pero trabajos recientes sobre los setenta (entre ellos Stayin´ Alive: The Last Day of the Working Class, de Jefferson Cowie; When the Lights Went Out, de Andy Beckett; y That Option No Longer Exists, de John Medhurst) han subrayado que la década no consistió únicamente en el drenaje de las posibilidades que habían explotado en los años sesenta. Los setenta fueron años de lucha y transición, durante los cuales el significado y el legado de la década anterior fueron campos de batalla cruciales. Algunas de las tendencias emancipatorias que habían surgido en los sesenta se intensificaron y proliferaron en la década siguiente. "Para muchos británicos politizados", escribe Andy Beckett, "la década no fue la resaca después de los sesenta; fue el momento en que la gran fiesta de los sesenta empezó de verdad". La exitosa Huelga de Mineros de 1972 implicó una alianza entre mineros y estudiantes en huelga, que hacía eco de una convergencia similar en París en 1968, cuando los mineros usaron el campus de la Universidad de Essex en Colchester como base en la zona de Anglia Oriental.

Al apuntar mucho más allá del relato facilista que repite que "los sesenta condujeron al neoliberalismo", estas nuevas lecturas de los setenta nos permiten entender mejor la habilidad, la feroz energía y la imaginación improvisadora que debió desplegar la contrarrevolución neoliberal. La instalación del realismo capitalista no consistió de ninguna manera en la restauración de una situación anterior: el individualismo obligatorio impuesto por el neoliberalismo era una nueva forma de individualismo, una definida en oposición a diferentes formas de lo colectivo que se habían proclamado en los sesenta. Este nuevo individualismo estaba diseñado para dejar atrás aquellas formas colectivas, y hacer que las olvidáramos. Por eso, recordarlas es menos un acto de rememoración que un gesto de des-olvidar, un contra-exorcismo del espectro de un mundo que puede ser libre.

Ali Smith, Otoño



Hace un instante era junio. Y ahora hace tiempo de septiembre. La mies está alta, lista para la siega, brillante, dorada. ¿Noviembre? Inconcebible. Solo a un mes de distancia. Los días todavía son cálidos, pero en la sombra el aire es más frío. Las noches llegan antes, más frescas, más breve la luz. Oscurece a las siete y media. Oscurece a las siete y cuarto. Oscurece a las siete. El verde de los árboles lleva apagándose desde agosto, desde el mismo julio. Pero las flores siguen brotando. Y aún susurran los setos. Las manzanas llenan el cobertizo y todavía quedan muchas en el árbol. Hay pájaros en el tendido eléctrico. Hace semanas que se marcharon los vencejos. Ahora están a cientos de kilómetros de distancia, sobrevolando el océano.


Hai unha insistencia algo molesta nas reseñas deste marabilloso libro coa teima de circunscribilo ao Brexit. Coma se fora o eixo temático e argumental do que nel se conta. A miña sensación é que máis que centro estrutural, tal Brexit, máis ben, ven sendo paisaxe, lenzo, contexto, quizais atmosfera ou mesmo estado de ánimo. Polas súas páxinas desfilan os grandes temas da humanidade e un amor infinito polas posibilidades da linguaxe. Posibilidades expresivas, comunicativas, artísticas, ideolóxicas, sentimentais, guerreiras e mesmo absurdas. Polas súas páxinas cabalgan varias historias de amor e amizade. Están trazadas con delicadeza e complexidade e fannos rir e chorar e as dúas cousas ao tempo ás veces. Tamén saen Christine Keller e o caso Profumo, e Pauline Boty -a Bardo de Wimbledon nun dos memorables xogos de palabras do libro- e a arte pop inglesa dos anos 60, e, por suposto, si, o Brexit e o clima moral envilecido asociado a el. E tamén lémbrasenos como a vida neste man´s world no que vivimos e que cantaba James Brown é unha catástrofe para as mulleres (imaxinemos fai seis décadas) (e mesmo para os supostos gañadores do sistema, por motivos e con consecuencias moi distintas, claro). É un libro que cita con maestría (e de novo, con amor infinito) a Shakespeare e a Dickens e a Huxley e a Keats. É un libro no que cada páxina é un tesouro e un lume quente e mesmo xeado de chocolate negro con pepitas de chocolate. Un recordatorio dos poderes da linguaxe e das historias e de como rachar as reglas sobre ambas cousas para facelas máis poderosas aínda. É un libro para quedarse nel e lerse a un mesmo as súas páxinas en voz alta, unha vez ao día polo menos. Para sentirse menos tonto. Para pensarse a un mesmo con algo de calma, iluminado polas verbas precisas das súas páxinas, como velas temblorosas que amosaran unha sombra vacilante na que nos recoñecemos parcialmente. Ou con algo máis de precisión. Según o día.

Al final siempre ganan los monstruos, Juarma

 


Pude estudiar y vivir en la ciudad por las becas. No tenía mucha vocación de nada y tampoco me veía haciendo algo distinto en la vida que no fuese trabajar en el campo o en la construcción. Que no te cuenten patrañas, que no te bombardeen la cabeza con frases motivacionales o de superación personal. El puto dinero es lo que decide qué va a ser tu vida. Trabajar mucho no te sirve para nada. No puedes cambiar las cosas ni aspirar a tener un presente o un futuro digno si no tienes dinero. No puedes salir del agujero donde estás con sueños e ilusiones, con esfuerzo y trabajo. Eso es un cuento. Siempre he tenido que buscarme la vida para tener dinero. Por eso empecé a trapichear. Porque necesitaba el puto dinero. Y con dinero todo es más fácil. Si alguien te dice lo contrario, miente.
Mi madre me come la cabeza con que podría haber hecho una oposición, pero no sirvo para eso. Me imaginaba a mí mismo de maestro y pensaba: ¿pero qué hostias le voy a enseñar a los niños? El mundo es un asco, si son pobres nunca van a salir de ahí, y el esfuerzo y el trabajo duro es una necedad para convencernos a los tontos de que nos dejemos el lomo y pongamos nuestra vida al servicio de que unos pocos hijos de puta vivan bien. ¿Cómo les iba a mentir a los niños? ¿Convencerles de que estudiaran?
[...]
Que le jodan a la educación, a vuestros padres, a vuestros maestros. Si no teneis dinero, no hay ningún futuro. Haced todo el puto dinero que podais antes de que os puedan meter en la cárcel. Porque, de todas formas, si vuestros papis no tienen dinero, no teneis futuro por mucho que os esforcéis, y es muy probable que acabéis entre rejas.

Xunto a "Feria" de Ana Iris Simón, e "Panza de Burro" de Andrea Abreu, este sería o terceiro capítulo dunha imaxinaria triloxía sobre a cara B da Expaña dos últimos trinta anos: a que apodrece nas marxes das urbanizacións con piscina e no extrarradio das cidades da península (e dos pobos insulares, no caso de "Panza de burro"). A que busca o seu sitio nos espazos mortos que deixan o tedio vital e a ausencia de expectativas. A que busca desesperadamente solucións individuais á anomia social e á falta de lazos colectivos. Como as outras dúas, puro costumbrismo en vena escrito con pulso e intensidade. Como elas, de lectura absorbente e tensión extrema. E, igualmente, complicadas de situar política e ideolóxicamente. Esta, en concreto, co seu nihilismo ao estilo "Trainspotting" e as narracións en primeira persoa rollo fluxo de conciencia, co seu apuntamento a un horizonte de naufraxios persoais sen redención algunha, semella hacer bó o lema punk do "non hai futuro", e, polo tanto, remata apuntalando de forma involuntaria o estado de cousas actual. Pero este é un problema de case todos os relatos que denuncian o fracaso do noso sistema socioeconómico contemporáneo: ao recoñecer de forma doente a súa victoria aplastante sobre a maioría das persoas, so están enunciando que, fora del, non hai posibilidade doutra cousa, iso que Mark Fisher (citado polo autor nunha entrevista moi chula) chamou fai tempo xa "Realismo Capitalista".

Conexións



Veño de ler fai pouco estes dous libros practicamente en paralelo. O primeiro explica nun ton xornalístico rigoroso como o planeamento urbanístico organizado arredor das figuras dos PAUs ven de converterse nunha poderosa máquina de xerar ideoloxía na España post-crise 2008 e post-pandemia 2020. A fuxida masiva das cidades por parte de fragmentos importantes das clases medias aspiracionais na busca dun lugar afastado dos riscos e perigos das urbes tivo, nesta última década, consecuencias políticas concretas. Así, nas eleccións de abril de 2019, moitas destas rexións foron cinturóns laranxas (votantes de Cidadáns) arredor das cidades españolas máis poboadas, virando a cinturóns verdes (votantes de Bocs) na seguinte convocatoria electoral. O PAU, co seu pack de servizos privatizados (saúde, educación, ocio) e a bunkerización da vida familiar asociada a eles, converteuse nunha forma de colonizar territorio no que chaman a España Baleira (ou Baleirada, que nunca me aclaro con isto) significada especialmente pola posesión dunha piscina en propiedade como símbolo dun (imaxinario) ascenso social ligado á mellora das condicións de vida. Máis alá de moralismos inútiles, o libro desprega unha serie de cuestións importantes sobre este modelo espallado de asentamento no territorio (tan similar nalgunhas cousas ao asentamento galaico que vai de Tui ata Ferrol nunha interminable sucesión de edificacións sen orde nen control). A máis importante, para min, máis aló do que supón esa migración da cidade ao "campo" e da deriva política dos seus moradores, é o custo medioambiental asociado a esta forma de vida baseada no uso intensivo do automóbil particular e no consumo de enerxía ligado a uns cantos millóns de vivendas de nova construción. Tamén, e como asuntos non menores, o gasto de auga nun país que anda xustiña dela e a xestión dos servizos públicos correspondentes. O espíritu dos PAUers seméllase moito ao dos colonos do antigo oeste: como se non houbera estado nin administración, a súa experiencia da vida colectiva pasa pola privatización de todas as actividades posibles. E, citando a Tony Judt, o autor sinala como esta impugnación da cousa pública conduce inevitablemente ao cuestionamento do ben público colectivo de maior calado que temos: as propias leis. O punto final desta lóxica de bunkerización da vida privada e privatización do público é a asunción de facto da lei do máis forte. A experiencia PAUer pode ser resumida nun cóctel no que se combinan o atentado medioambiental, o cuestionamento ilimitado do público e a involución democrática. Un éxito para os populismos de ultradereita que están en pleno apoxeo polo planeta adiante neste momento terrible da nosa historia colectiva.

O segundo libro, xa de 2016 e polo tanto desfasado en moitos dos seus datos sobre as consecuencias da apocalipse medioambiental, sinala tres dos elementos principais descritos por Jared Diamond como sintomáticos dun sistema civilizatorio que semella estar entrando nun proceso de colapso: degradacións medioambientais masivas e disminución de recursos, cambios climáticos e, sobre todo, fallos sociopolíticos. Asimesmo, para medir a gradación deste colapso, o autor bota man da chamada "Escala de Orlov", na cal aparecen detallados os colapsos financieiro, económico, político, social, cultural e ecolóxico. Como sinalan os autores con múltiples exemplo, elementos de cada un deles atópanse dende fai xa varios anos en maior ou menor medida ao longo de todo o planeta en diferentes graos de desenrolo. Como din na páxina 147:

El modelo de colapso sistémico, basado en un estudio mucho más preciso de las dinámicas de los sistemas complejos y las redes, atribuye a nuestra civilización el comportamiento de un sistema altamente complejo. Pero el traspaso de puntos de inflexión invisibles junto con una sucesión de pequeñas alteraciones puede provocar cambios considerables cuya magnitud es difícil de prever. Las relaciones de causalidad son no lineales, pues el sistema está mezclado con numerosos bucles de retroacción. La consecuencia de este tipo de dinámica es que resulta intelectualmente -y, desde luego, materialmente- difícil plantear una contracción progresiva y controlada del sistema económico global manteniendo el nivel de vida necesario para controlarlo. En otras palabras, este modelo predice el traspaso de umbrales desapercibidos en un primer momento, pero con posteriores efectos combinados, no lienales y terribles, en lugar de apacibles fluctuaciones o de un decrecimiento tranquilo y bajo control del sistema económico actual.

Unha ollada rápida a algunhas das novas máis salientables do que levamos de verán apuntan a eses efectos non lineais: inundacións históricas no centro de Europa, incendios sen comparación con nada anterior en amplias zonas de Siberia e o noroeste de Estados Unidos, superación das temperaturas máximas en varios puntos do planeta con valores inimaxinables fai unha década, crises nas cadeas de suministros de chips, prezos disparados nas materias primas básicas, as olas que semellan non rematar do coronavirus coa conseguinte presión brutal sobre os sistemas sanitarios... o catálogo de sucesos non lineais descontrolados é interminable e debería poñer a todos os gobernos do mundo a actuar de forma coordinada para intentar salvar os mobles ante a espiral de catástrofes que se nos ven enriba. Porén, a resposta global, maioritaria e estupidamente ultradereitista e negacionista, adianta un futuro no cal a gran maioría da poboación do noso planeta vai (imos) sofrer con dureza unha mutación radical no seu modo de vida. Dous dos interrogantes pendentes para o que ven son 1) cal vai a ser a velocidade desa mutación e 2) cal vai ser a configuración que quede do sistema post-neoliberal que ten arrasado todo o planeta en todas as súas dimensións, esas que sinala a escala de Orlov para referirse ao colapso, baixo a bandeira dunha "liberdade" reducida a mera liberdade de consumo para os privilexiados que poidan acceder a ela.

El problema del trabajo: feminismo, marxismo, políticas contra el trabajo e imaginarios más allá del trabajo, Kathi Weeks

 


Como discurso individualizador, la ética del trabajo cumple la función ideológica consagrada en el tiempo de racionalizar la explotación y legitimar la desigualdad. Que todo trabajo es un buen trabajo, que todo trabajo es igualmente deseable e inherentemente útil, es, como William Morris ya señaló, "una creencia conveniente para aquellos que viven del trabajo de los otros". Max Weber observa que la ética protestante también "legalizó la explotación de esta disposición para el trabajo al interpretar el enriquecimiento del empresario como una ˝profesión˝ [vocación]". Desde la perspectiva de la ética del trabajo los gobiernos parecen proteger el bienestar de la ciudadanía al defender su derecho al trabajo, mientras que los empresarios no están extrayendo tanto plusvalor sino que están satisfaciendo las necesidades concretas de trabajo de sus empleados. Así como la ética protestante le dio al empresario burgués "la seguridad tranquilizadora de que el reparto desigual de los bienes de este mundo es obra de la providencia divina" (Weber), la ética del trabajo ofrece en cualquier época una poderosa racionalidad de la desigualdad económica. Del mismo modo, que "las pocas ganas de trabajar son síntoma de que se carece del estado de gracia" (íbidem), hoy el estado de pobreza levanta sospechas morales y puede atribuirse a la falta de esfuerzo y de disciplina individual. Después de todo, "Dios" -hoy podríamos agregar el mercado- "ayuda a quienes se ayudan a sí mismos" (íbidem). Como discurso individualizador, la ética del trabajo evita que haya apoyo institucional para lo que se supone que es una responsabilidad individual y oscurece los procesos estructurales que limitan los campos de oportunidades.
[...]
La ética del trabajo no solo aconseja cómo comportarse sino también quién ser; apunta no solo a la conciencia sino también a las energías y capacidades del cuerpo, y a los objetos y propósitos de sus deseos. El mandato de la ética no es simplemente inducir un conjunto de creencias o instigar una serie de actos sino también producir un yo [self] que continuamente se esfuerce hacia esas creencias y actos. Esto implica el cultivo de hábitos, la internalización de rutinas, la incitación de deseos y la adaptación de esperanzas, todo para garantizar la adecuación del sujeto a las demandas del tiempo de vida para el trabajo.
[...]
Con tanto en juego y con tantas expectativas, no es de extrañar que el discurso ético del trabajo se esté convirtiendo en algo cada vez más abstracto para las realidades de muchos empleos. Dentro de un mercado laboral dual, encontramos nuevos modos de "trabajo sobrevalorado" en un extremo de la jerarquía laboral y de "trabajo desvalorizado" en el otro (Peterson). Hacer que el trabajo sea cada vez más flexible resulta en un incremento de las formas de trabajo a tiempo parcial, temporales, puntuales y precarias. En un extremo, como señalan Stanley Aronowitz y William DiFazio, "la cualidad y la cantidad de trabajo remunerado ya no justifican -si es que lo hiceron alguna vez- la afirmación subyacente que deriva de fuentes religiosas y que se ha convertido en la base de la teoría social y la política social contemporáneas: la visión de que el trabajo remunerado debe ser el núcleo de la identidad personal". En el otro extremo de la jerarquía laboral, se espera que la totalidad de la vida sea trabajo, colonizando y eclipsando lo que queda de lo social. Al mismo tiempo, la ética del trabajo se defiende con más insistencia, quizás incluso con desesperación. Como observa André Gorz, "el trabajo nunca ha tenido la función ˝irreemplazable˝ e ˝indispensable˝ como fuente de ˝vínculos sociales˝, ˝cohesión social˝, ˝integración˝, ˝socialización˝, ˝personalización˝, ˝identidad personal˝, y ˝sentido˝ que tan obsesivamente se ha invocado desde el día en que ya no pudo cumplir ninguna de esas funciones". Hoy nuevamente oímos que debilitar la ética del trabajo puede tener consecuencias potencialmente drásticas en otra generación cuyos miembros, se teme, no logren ser interpelados exitosamente. Dadas las inestabilidades internas de la ética del trabajo, podemos concluir que sus defensores y promotores tienen motivos por los que estar preocupados. Existe un nuevo tipo de potencial subversivo cuando tenemos actitudes que no son productivas, hay una insubordinación a la ética del trabajo, un escepticismo respecto a las virtudes de la autodisciplina en aras de la acumulación de capital, una falta de voluntad para cultivar una buena "actitud profesional" respecto al trabajo y se da un rechazo a subordinar toda la vida al trabajo. Una vez descritas sus funciones, mi tesis es que la ética del trabajo debería ser cuestionada, y que, debido a su falta de consistencia, puede ser cuestionada.
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A pesar del provocador tributo de Lafargue [en su libro "el derecho a la pereza" de 1880] a los méritos de la pereza, el rechazo del trabajo no es de hecho una repulsa de la actividad y la creatividad en general ni de la producción en particular. No es una renuncia de lo laboral tout court sino más bien un rechazo de la ideología del trabajo como la vocación y el deber moral más elevado, un rechazo de la ideología del trabajo como centro necesario de la vida social y como medio de acceso a los derechos y demandas de la ciudadanía, y un rechazo de la necesidad del control capitalista de la producción. Finalmente, es un rechazo del ascetimos de quienes -incluso en la izquierda- privilegian el trabajo sobre cualquier otro propósito, incluído el "consumo despreocupado". Sus objetivos inmediatos se presentan como una reducción del trabajo, tanto en términos de horas como de importancia social, y un reemplazo de las formas capitalistas de organización por nuevas formas de cooperación. No se trata solo de rechazar el trabajo explotado y alienado sino de rechazar "el trabajo en sí mismo como principio de realidad y racionalidad" (Baudrillard, 1975). En este sentido, "el trabajo que se libera es el que se libera del trabajo" (Negri, 1991). En vez de concebir estrechamente el rechazo del trabajo como un conjunto específico de acciones -como huelgas o desaceleraciones de producción, demandas por la reducción de la jornada, oportunidades más amplias de participación, o como un movimiento por unas condiciones mejores o distintas para el trabajo reproductivo- quiero sugerir, en una frase, que como mejor se entiende el rechazo del trabajo es en términos muy amplios como manera de designar un movimiento político y cultural general, o mejor aún, como un modo potencial de vida que desafía al modo de vida que hoy se define por el trabajo y se subordina a este.
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El rechazo del trabajo puede ser desglosado analíticamente -si no en la práctica- en dos procesos, uno que es esencialmente crítico en su totalidad y otro que es fundamentalmente reconstructivo en sus objetivos. El primero de ellos, el proceso negativo, es el que más facilmente se transmite con la palabra "rechazo" e incluye la crítica y la rebelión contra el actual sistema de trabajo y sus valores. Si el sistema de trabajo asalariado es un mecanismo cultural e institucional crucial mediante el cual nos vinculamos con el modo de producción, entonces el rechazo del trabajo plantea un desafío potencialmente sustancial a este aparato de mayor alcance. Pero el rechazo del trabajo, como activismo y como análisis, no se plantea simplemente contra la organización actual del trabajo; también debería entenderse como una práctica creativa que busca reapropiarse y reconfigurar las formas existentes de producción y reproducción (Vercellone, 1996). Estas son las dos caras de la naturaleza especial del rechazo al trabajo en las que insiste Negri. La palabra "rechazo" quizás es poco afortunada en el sentido de que no refleja inmediatamente el elemento constructivo que resulta tan central en el pensamiento autónomo [se refiere a la autonomía italiana]. Negri describe el rechazo del trabajo a la vez como una lucha contra la organización capitalista del trabajo y como un proceso de autovaloración, una forma de "poder de invención". Más que un objetivo en sí mismo, "el rechazo del trabajo y de la autoridad, o realmente el rechazo de la servidumbre voluntaria, es el comienzo de la política de liberación" (Hardt y Negri)
[...]
El rechazo del trabajo en su sentido más amplio tiene el potencial de generar algunas perspectivas críticas y agendas prácticas oportunas. En particular, propone un desafío a los valores del trabajo que siguen sustentando nuestro consentimiento al actual sistema. Por citar la formulación de Baudrillard, el problema no solo es que el trabajador o trabajadora "sea cuantitativamente explotado como fuerza productiva por el sistema de la economía política capitalista sino que también está metafísicamente sobredeterminado como productor por el código de la economía política" (1975). La glorificación del trabajo como un empeño prototípicamente humano, como la clave tanto para la pertenencia social como para el logro individual, constituye la base ideológica fundamental del capitalismo contemporáneo: este fue construido sobre la base de esta ética, que sigue sirviendo a los intereses del sistema y a la racionalización de sus consecuencias. La fuerza contemporánea de este código, con su esencialismo y moralismo del trabajo, no debería subestimarse. Como Baudrillard defiende y quedó argumentado en el capítulo anterior "aquí es donde el sistema racionaliza su poder". En mi opinión, la metafísica y el moralismo del trabajo requieren un desafío más directo del que son capaces de plantear la crítica de la alienación y la ética humanista del trabajo. La lucha por la mejora de la calidad del trabajo debe ir acompañada de un intento de reducir su cantidad. En este contexto, la insistencia del rechazo del trabajo en una crítica más profunda y una ruptura más radical con los valores laborales existentes nos ofrece una perspectiva particularmente valiosa. Si la disposición es activa, el rechazo del trabajo -entendido como repulsa del trabajo como centro de la existencia social, deber moral, esencia ontológica y entendido como una práctica de "insubordinación a la ética del trabajo" (Berardi, 1980)- nos puede hablar enérgica e incisivamente de nuestra situación actual.

Qué es lo que esto puede ofrecer específicamente al feminismo se abordará en los dos próximos capítulos. Como prefacio de estas discusiones, propongo dos breves observaciones. La primera es que los desafíos que el rechazo del trabajo plantea en la actualidad son al menos tan relevantes para las realidades del trabajo como para las preocupaciones y agendas feministas. Los llamamientos feministas de un mejor trabajo para las mujeres, tan importantes como han sido, en su conjunto han dado como resultado más trabajo para las mujeres. Más allá de la intensificación de muchas formas de trabajo asalariado antes mencionadas, también han aumentado las cargas de trabajo doméstico y de cuidados no asalariados, tanto por la presión de la reestructuración neoliberal como por la doble jornada, y debido al modelo cada vez más dominante de crianza intensiva (que se presenta como imprescindible para desarrollar las capacidades comunicativas, cognitivas y creativas cada vez más necesarias para reproducir -si no elevar- el estatus de clase de una nueva generación de trabajadoras; véase Hays, 1996). Dado que la institución de la familia -en la que se ha basado y sostenido la privatización del trabajo reproductivo- claramente no puede asumir tanta responsabilidad en la crianza, en el cuidado de las personas mayores, de la enfermedad y la discapacidad, el rechazo de la actual organización del trabajo reproductivo podría tener mucho que decir al feminismo contemporáneo.

Sin embargo, mi segunda observación es que extender el rechazo del trabajo a las estructuras y la ética del trabajo reproductivo es un empeño mucho más complicado. Si bien es necesario explorar lo que puede significar rechazar el trabajo doméstico no asalariado, está claro que esto iría más allá de la reivindicación de que éste debe ser valorado de otra forma respecto del trabajo asalariado, sea más o menos de lo que es ahora. De hecho, extender el rechazo del trabajo al campo del trabajo doméstico no asalariado rebaja algunas de las posiciones críticas tradicionales del feminismo: la crítica de las expectativas normativas de domesticidad de las mujeres desde el punto de vista de los beneficios y las virtudes del trabajo asalariado, y la crítica del despiadado mundo del trabajador explotado desde la perspectiva de la ética de cuidado cultivado en lo doméstico o de la producción artesana no alienada, Más que criticar el trabajo desde la familia o la familia desde el trabajo, esta versión feminista del rechazo al trabajo abarca ambos lugares y ambos objetos de rechazo. Este proyecto más amplio de rechazo plantea desafíos tanto para la crítica contra el trabajo como para la imaginación más allá del trabajo. La crítica feminista contra el trabajo necesitaría conseguir varias cosas a la vez: reconocer el trabajo doméstico no asalariado como trabajo socialmente necesario, contestar a su distribución desigual (el hecho de que el género, la raza, la clase y la nación afecta a quien trabaja más o menos), y al mismo tiempo, insistir en que una valoración más alta y una distribución más equitativa no son suficientes, la organización del trabajo reproductivo no asalariado y su relación con el trabajo asalariado deben repensarse por completo. Para la imaginación feminista más allá del trabajo, emerge la siguiente pregunta: si rechazamos tanto la institución del trabajo asalariado como el modelo de la familia privatizada como las estructuras centrales de la organización de la producción y la reproducción, ¿qué querríamos en su lugar?
[...]
El rechazo del trabajo doméstico implica no solo el rechazo a su actual organización y distribución junto a su moralización sino también el rechazo de las dos alternativas más comunes al modelo de reproducción basado en la familia: primero, la mercantilización del trabajo doméstico, como un tipo diferente de privatización que continúa sirviendo como la solución por defecto del feminismo liberal dominante; y segundo, su socialización en lo público, esto es, que el trabajo doméstico se financie mediante servicios del Estado, como el cuidado infantil, lavanderías públicas y cantinas o comedores comunales como proponían algunas feministas radicales y socialistas (por ejemplo, véase Benston, 1995). Es decir, las feministas en el movimiento del salario por el trabajo doméstico rechazaron no solo las soluciones capitalistas sino también las socialistas que en ese momento defendían otras feministas. La campaña por un salario para el trabajo doméstico extendió la crítica marxista autónoma de la producción socialista -una visión que consideraban nada más que la sustitución del control privado por el control estatal sobre la misma estructura de producción- al campo de la reproducción. El socialismo se entendía como un programa destinado a racionalizar la producción en la fábrica social, para perfeccionar más que para transformar la sociedad del trabajo. Por supuesto, la crítica a los sevicios públicos como forma de apoyo al trabajo doméstico no era nueva en ese momento ni lo es ahora. Pero esta crítica no evocaba el fantasma de unas ciraturas huérfanas que provocan incendios en guarderías públicas, sino que más bien trataba de avanzar el argumento de que hacer públicos estos servicios no cambiaría realmente las cosas. Junto con otros autónomos, estas feministas vieron el socialismo como un proyecto más de gestión que revolucionario; en este caso, más como algo que apuntalaba el cuidado basado en la familia y que permitía que un creciente número de mujeres realizase un trabajo asalariado en vez de esforzarse por cambiar el actual régimen de cooperación productiva centrado en el empleado asalariado y la familia. Ellas no dejaron de incluir en su lista de demandas la prestación de diversos servicios estatales, incluido el cuidado infantil, pero estas fueron tratadas como reformas necesarias más que como demandas radicales que apuntaban en dirección a algo distinto. Estaban más interesadas en otro tipo de demandas: demandas de tiempo y dinero. Escribe Dalla Costa: "Queremos también comedores y guarderías, y lavadoras, y lavaplatos, pero también queremos opciones: comer en privado con poca gente cuando queramos, tener tiempo para la crianza, para estar con las personas mayores con los enfermos, cuando y donde elijamos". Tener opciones requiere tener tiempo, y, "˝tener tiempo˝ implica trabajar menos" (Dalla Costa y James, 1973). Al permitir que las mujeres eviten la doble jornada en el trabajo asalariado, el salario por el trabajo doméstico podría comprar una parte de ese tiempo.
[...]
No es simplemente que los trabajos productivo y reproductivo se superpongan cada vez más y la distinción entre lo que cada trabajo crea -ya sean mercancías o socialidades- sea más difícil de ver, sino que también es más complicado discernir las fronteras de cada actividad y quiénes realizan cada una de ellas. Por ejemplo, en una economía basada en los conocimientos acumulados -científicos, tecnológicos, informativos y comunicativos- de lo que Marx denomino en una ocasión general intellect [inteligencia compartida], los cirtcuitos de producción de valor se pueden extender cada vez más a través del espacio social y del tiempo histórico. Tal y como lo explica Paolo Virno, "la cooperación productiva en la que participa la fuerza de trabajo es siempre más amplia y rica que la pone en juego el proceso de trabajo". El trabajo de reproducir la fuerza detrabajo que requiere este sistema de producción está igualment disperso. Incluso cuando el trabajo reproductivo se concibe de maera estrecha como trabajo de crianza, es difícil limitarlo al espacio del hogar. Aunque podamos imaginarnos que la relación entre progenitores e hijos es una relación privada en el contexto de un modelo familiar donde madres y padres crían a "sus" hijos, está claro que en la medida en que se espera que con el tiempo dichos niños asuman su lugar como productores y consumidores, son también "bienes públicos". Lógicamente hoy en día es aún más difícil imaginar que se restrinja a los progenitores individuales el trabajo de producir trabajadores y consumidores con las orientaciones actitudinales, capacidades afectivas y habilidades comunicativas que requiere la producción y el consumo posindustrial. Los sujetos productivos se reproducen tanto dentro como fuera de la relación salarial, tanto dentro como fuera de la familia. Cuando la noción de reproducción se expande y abarca a la reproducción de las socialidades necesarias para la producción, la distinción entre producción y reproudcción se vuelve aún más amorfa. En una economía cada vez más basada en los servicios y la comunicación, lo que Dalla Costa llama "la comunidad" -lo exterior a la fábrica, que incluye los hogares- resulta todavía más esencial para la reproducción de la fuerza de trabajo. El punto es que en la economía actual, tanto el trabajo productivo como el trabajo reproductivo son difíciles de limitar a un conjunto identificable de trabajadores, y mucho menos a identidades tan específicas como los proletarios o las amas de casa.

Como nos indica el análisis de la fábrica social del movimiento por un salario para el trabajo doméstico, el tiempo de producción continúa mucho más allá de la jornada laboral formal, el espacio de la producción va más allá del espacio de trabajo en concreto y las relaciones de producción se extienden más allá de la relación específica de empleo. En lo que quiero hacer énfasis es que en el cambio del fordismo al posfordismo, estas tendencias se han multiplicado y amplificado, o al menos se han hecho más obvias. Como consecuencia, aunque los términos actuales de la sociedad del trabajo aún requieren trabajo, estas diferencias se vuelven cada vez más oscuras ya que una misma tarea podría ser una actividad asalariada o no asalariada. Como Virno dice acertadamente, la diferencia entre trabajo y no-trabajo parece asemejarse a la distinción más arbitraria entre "vida remunerada y vida no remunerada".

La perspectiva del salario para el trabajo doméstico sobre la fábrica social desmitificó el trabajo y la familia al cruzar algunos de los discursos económico-políticos, éticos y de género que subyacen a ambas esferas; también promovió un mapeo cognitivo de las relaciones entre los distintos sectores del trabajo. La demanda de renta básica tiene el potencial de conseguir algo parecido aunque pasando el enfoque de sus análisis de la fábrica social fordista a la posfordista. Aunque su pedagogía se inscribe de un modo menos nítido en el lenguaje de la demanda que el eslogan "salario para el trabajo doméstico", asumir la demanda de renta básica presupone un análisis de la economía política del sistema salarial contemporáneo que lleva a alterar nuestros razonamientos habituales. En vez de señalar el hecho de que algunas trabajadoras -concretamente las que desempeñan el trabajo doméstico no asalariado- no están debidamente incluidas en el sistema salarial, la renta básica apunta hacia una determinación aún menos precisa de quienes están o no incluidos. Esta demanda amplía la idea, que tenía la perspectiva de un salario para el trabajo doméstico, de que el ingreso de un individuo depende de una red de trabajo social y cooperación más amplia que la relación salarial individual (véase Robeyns, 2001). Mientras que un salario para el trabajo doméstico pretendía mostrar la dependencia del trabajo asalariado de las relaciones de reproducción basadas en el hogar, la renta básica entraña, como observan Alisa McKay y Jo Vanevery, "un reconocimiento implícito de que todos los ciudadanos contribuyen a la sociedad de formas muy variadas, incluyendo aquellas contribuciones que pueden tener o no un valor monetario o incluso ser medibles". La demanda de un salario para el trabajo doméstico trataba de mostrar algunas de las insuficiencias de la relación entre trabajo e ingreso al imaginar lo que podría implicar el hecho de reparar el sistema salarial; la renta básica propone romper el vínculo entre trabajo e ingreso visibilizando la arbitrariedad de las prácticas que se salarizan y las que no.

 

American Ground Zero: the secret nuclear war, Carole Gallagher



Do prólogo de Keith Schneider:


American Ground Zero: The Secret Nuclear War is a surpassingly careful recounting of human turnoil and official indifirence. It is part of an American tradition of oral history and documentary photography that trascends other art forms in keeping alive bruising political eras. Just as Mathew Brady documented the Civil War, Walker Evans chronicled the Great Depression and modern photojournalists reported on civil rights movement and the Vietnam War, Carole Gallagher has brought us face to face with the victims of another painful chapter in American history. The consequences of the nuclear arms industry´s contamination of America will linger for centuries. Here is a document of extraordinary craftsmanship by one journalist unwilling to let this tragedy go unremembered.




Las promesas de los monstruos, Donna Haraway

 "O ciberespazo, á marxe do fulgor da súa tecnoloxía punta, é a idea dunha comunidade consensual virtual... Unha comunidade virtual é, ante todo, unha comunidade de crenzas". 

Allucquére R. Stone

"Para William Gibson, o ciberespazo representa "unha alucinación consensuada experimentada diariamente por miles de millóns... Unha complexidade impensable." O ciberespazo parece ser así unha alucinación consensuada de demasiada complexidade, demasiada articulación. Constitúe a realidade virtual da paranoia, unha rexión abarrotada no último terzo do segundo milenio cristián. A paranoia é a crenza nunha densidade ininterrompida de conexións que precisa, se un pretende sobrevivir, retirarse ou defenderse ata a morte. O "eu" autodefendido rexurde no corazón da relacionalidade. De forma paradoxal, a paranoia é a condición de imposibilidade de seguir articulado. No espazo virtual, a virtude da articulación (é dicir, o poder de producir conexións) ameaza con abrumar e finalmente engolir toda posibilidade de acción efectiva para cambiar o mundo."

La máquina es tu amo y tu señor, Yang, Jenny Chan, Xu Lizhi, Li Fei, Zhang Xiaoqio e outros



Durante 2010 produciuse unha vaga de suicidios na macrofábrica de Foxconn na cidade de Shenzen (China): 18 traballadores trataron de quitarse a vida, conseguíndoo 14 deles e quedando con graves secuelas os 4 restantes. Con 1.4 millóns de empregados, Foxconn é a marca principal do maior fabricante de compoñentes electrónicos do mundo, Hon Hai, producindo toda a gama de produtos de Apple, a PlayStation de Sony, os ordenadores de Dell e Hewlett-Packard e todo o que poidamos imaxinar para Amazon, Cisco, Google, Microsoft, Motorola, Nintendo e Nokia. A fábrica de Shenzen emprega a 350.000 traballadores en 3 quilómetros cadrados de terreo pagándolles, no mellor dos casos, uns 500 euros por 60 horas semanais de traballos repetitivos e inesgotables na liña daquelas cadeas de montaxe satirizadas con tanta lucidez por Charles Chaplin en "Tempos Modernos".


Neste libro da editorial Virus aparecen relatadas en primeira persoas as experiencias de varias traballadoras da fábrica de Shenzen, así como varios poemas dun dos suicidas, Xu Lizhi, recolléndose tamén a historia da marca e do seu fundardor e a política económica china que, na práctica, tradúcese en dar absoluta liberdade a estas megafactorías para facer o que consideren necesario para desenvolver a súa actividade. Aínda que China ten sindicados uns 293 millóns de traballadores, na práctica son as propias empresas e as administracións locais as que controlan os sindicatos desactivándoos completamente na súa labor de defensa dos dereitos dos traballadores.


Sabemos que detrás das brillantes pantallas dos nosos gadgets tecnolóxicos agóchase unha masa descomunal de traballadores en réxime de semiescravitude. Temos, como moi ben di o agora mesmo desprezado Zizek, unha "falsa conciencia iluminada" mediante a cal o coñecemento das consecuencias dos nosos hábitos de consumo non altera estes no máis mínimo. Este libro pon nomes ás persoas que están detrás da fabricación dos nosos portátiles, tablets, móbiles, consolas ou cámaras dixitais e apunta á esixencia das grandes multinacionais da electrónica e a informática como responsable última das condicións laborais dos seus traballadores. O sistema just-in-time ("quero un millón de ipads para xa") coa súa necesidade de aumento continuado da produtividade puxa sin pausa ao réxime entre militar e escravista que goberna nestas megafactorías, dando como resultado unhas condicións de traballo totalmente inhumanas.


Entre as solucións delirantes que se puxeron en práctica para evitar os suicidios eu atopo dúas especialmente grotesca: por unha  banda un exército de psicólogos que, ante calquera indicio de ánimo baixo denunciaban ao traballador á dirección, e, por outra, a instalación de redes inmensas para evitar que ninguén se tirara dos tellados.


Gustoume especialmente o posfacio do libro, a cargo da filósofa francesa Célia Izoard -célebre e lúcida neoludita contemporánea-, do cal deixo aquí este parágrafo:


[...] ás clases medias urbanas mundializadas -infinitamente menos anguriadas polos problemas de supervivencia e idiotizadas polo calidoscopio dixital- tócanos deixar de seguir sumándonos a este modelo e repensar a materialidade da nosa existencia. Comezando por un exercicio de imaxinación: e se o conxunto de infraestruturas necesarias para a produción de tódolos ordenadores, televisións, iPads, cámaras fotográficas, teléfonos que empregamos foran relocalizadas nos nosos territorios? Vexamos: minas de terras raras, de ouro, de cobre e de estaño; instalacións petrolíferas, fábricas químicas, construción de novas centrais eléctricas, multiplicación de extraccións de auga, fábricas de circuítos electrónicos e de ensamblaxe, verteduras tóxicas en cada etapa da produción. Mirar isto de fronte, non perdelo de vista, acaso non é un requisito indispensable en calquera reflexión sobre a "liberdade", a "autonomía", a "solidariedade" e a "creatividade" que, supostamente, debe verse incrementada grazas a todos eses obxectos?

Franco "Bifo" Berardi, Futurabilidad



En la medida en que el trabajo cognitivo se convirtió en la principal fuerza de valorización, los poderes económicos intentaron someter a los cognitarios a la ideología del mérito, o la meritocracia, con el propósito de destruir la solidaridad social de la fuerza intelectual.

Al recompensar la superioridad intelectual con dinero, el concepto de meritocracia funciona como el caballo de Troya de la ideología neoliberal. La meritocracia es la cama caliente de la precariedad y alienta a la competencia: cuando los individuos se ven obligados a luchar por la supervivencia, las capacidades técnicas e intelectuales se ven reducidas a meras herramientas de confrontación económica. Cuando se acaba la solidaridad y la competencia se convierte en la norma, la investigación y el descubrimiento quedan disociados del placer y la solidaridad.

Desafortunadamente, la meritocracia es también un estímulo a la ignorancia.

En la medida en que la evaluación del mérito depende del reconocimiento de la autoridad, y por consiguiente los criterios de evaluación los fijan quienes tienen el poder, se invita a los estudiantes a hacer suyos los criterios de evaluación existentes. La educación ha sido el factor más potente de autonomía social. Si aceptamos la meritocracia, renunciamos a la autonomía del proceso de aprendizaje y aceptamos dejar la evaluación por completo en manos de otros.

Un paso crucial de este proceso de sumisión del conocimiento lo constituyen el actual desmantelamiento del sistema de educación pública, la privatización de la universidad y el resultante sometimiento de la investigación a las reglas operativas de la economía financiera. Todo ello implica un principio según el cual la razón económica tiene una prioridad epistémica que viola cualquier noción de autonomía de las instituciones de producción y transmisión del conocimiento. El rasgo decisivo de la universidad moderna fue la autonomía del conocimiento (a saber, su autonomía respecto de la superioridad de la teología). Sin embargo, la actual imposición de la superioridad económica implica la cancelación de dicha autonomía. De hecho, la instauración de la economía como el criterio de evaluación universal ha reestablecido una suerte de teología en la relación entre el aprendizaje y la verdad absoluta (económica)

Víctor Parkas, Gameboy


[...] Un hombre debería ser algo más que las opresiones que ejerce o deja de ejercer abrazando una masculinidad alternativa. Su generosidad, algo más que una bota alzándose del cuello ajeno. Su lista de complementos, atributos distintos a unos shorts, una bolsa de carbón y un atizador metálico.

Si no tiene más que ofrecer que eso, si no hay nada más que eso, si el hombre sólo puede ser con respecto a lo que era, si el hombre -duele reconocerlo- en realidad no es nada, que actúe en consecuencia: que se atomice. Que no tome como role model al Marlon Brando de Salvaje, sino al Marlon Brando que se ausentó de la ceremonia de los Oscars en 1973 para ceder su espacio en el púlpito de premiados a la nativo-americana Sacheen Littlefeather.

Que no tome como role model al Marlon Brando de Un tranvía llamado deseo, sino al de nuestros días y al de los días que vendrán. Que su cuerpo embalsamado descanse en museos de historia natural, junto a pequeños marsupiales, enormes elefantes y pequeños petirrojos.

Si el hombre es una performance, que alguien encienda las luces y active la alarma de incendios. Que alguien, por favor, nos devuelva el precio de la entrada. Que un hombre no sea otra cosa que su mano ondeando un pañuelo blanco desde el camarote, con vistas a un puerto abarrotado para despedirlo. Que la calma chicha lo devore durante siglos, hasta que no sea más que un eslabón perdido, un disfraz de Halloween. Un objeto de colección esperando su revival. La amenaza para modular el comportamiento de una guardería.

Esta es la línea: si tan hombre eres, crúzala. Desaparece.

No puede ser mucho peor que lo que teníamos hasta ahora.

Eric Vuillard, El Orden del Día



La guerra había resultado rentable. Bayer utilizó mano de obra procedente de Mauthausen. BMW reclutaba en Dachau, en Papenburg, en Sachsenhausen, en Natzweiler-Struthof y en Buchenwald. Daimler en Schirmeck. IG Farben en Dora-Mittelbau, en Gross-Rosen, en Sachsenhausen, en Buchenwald, en Ravesnbrück, en Dachau, en Mauthausen y explotaba una gigantesca fábrica en Austchwitz: IG Austchwitz, que de un modo totalmente impúdico figura con ese nombre en el organigrama de la firma. Agfa reclutaba en Dachau. Shell en Neuengamme. Schneider en Buchenwald, en Flossenbürg, en Neuengamme, en Gross-Rosen y en Auschwitz. Todo el mundo se había abalanzado sobre una mano de obra tan barata.

Iolanda Zúñiga, Natura



Algunhas notas sobre a esterilidade do futuro
Natura, a última obra publicada da escritora Iolanda Zúñiga, aparece ante nos, en principio, como unha hábil combinación -en termos temáticos- dos tropos desenvolvidos en dous clásicos da narrativa distópica máis ou menos recente, O conto da criada de Margaret Atwood (1985) e A estrada (2006) de Cormac McCarthy. A apocalipse medioambiental, a necesidade de sobrevivir nun planeta arrasado e a instrumentalización do corpo das mulleres son os eixes que articulan o contido desta novela. Porén, por riba desta substancia narrativa, a novela dispón tres capas diferentes que funcionan reforzándose mutuamente ao longo de todo o relato. A primeira das capas é a da linguaxe, unha aposta por un rexistro poético salpicado de terminoloxía científica especializada. O ritmo interno dos parágrafos xunto ao uso de repeticións e aliteracións continuadas remiten, pola súa banda, a unha voz en estado de trance, a unha voz que describe e enuncia si, pero que tamén semella estar recitando de continuo, unha que referencia o cantar de cego, a poesía épica grega ou mesmo a prosodia do rap contemporáneo. A segunda capa é a da reflexividade da voz que fala. De forma continua, un rexistro literario máis propio do ensaio entrecrúzase coa expresividade derivada da modulación poética anterior. Coma se fora un artigo do Enviromental Humanities, a busca dunha perspectiva case sociolóxica que prime unha descrición máis obxectiva domina gran parte da narración. A súa alternancia coa voz poética dota de orixinalidade ao conxunto e fai que cada capa potencie o efecto da outra nunha realimentación constante. Por último, unha intención política permea todas as páxinas do libro. Se a ciencia ficción distópica é sempre un comentario sobre o noso presente, Natura leva ao extremo esta premisa: a crise medioambiental, a problemática das migracións masivas, a instrumentalización do corpo das mulleres ou os reximes totalitarios que aspiran ao control total das vidas coa excusa do futuro son algúns dos temas que se articulan ao longo do libro. As tres capas anteriores definen expresión e temática, estruturando e dando contido a unha voz que non sabemos ben dende onde fala pero que se modula según a necesidade adoptando un ton que ás veces é apocalíptico, outras intimista, e, en ocasións o son dunha especie de dispositivo sen corpo que se limita a rexistrar acontecementos. 


O conxunto flúe con vigor, nunha riada de acontecementos que se acugulan sen dar tregua, para amosar o nihilismo que virá, un que rebasa o existencial para acadar o nivel do esencial. O futuro que se expón en Natura ten borrada a dimensión renovadora que vai asociada á morte. Non hai ciclo da vida xa neste tempo, quedando o mundo, tras o Armageddon medioambiental, reducido a un mero soporte inerte e estéril incapaz de albergar nada que non sexa unha sorte de expresión mineral do existente. Esta esterilidade desprégase en varios planos, dende o persoal ata o político e o social. Ao liquidar a natureza na que vivimos mergullados como seres humanos, dinos Iolanda Zúñiga, o que estamos a facer é liquidarnos a nós mesmos e a calqueira posibilidade de idea de humanidade. Non hai, pois, futuro sen natureza, e calqueira pretensión de remplazo tecnolóxico é unha calella sen saída, unha aposta por un mundo no cal non quedará sitio nin siquera para a morte.

A peripecia da protagonista, unha supervivinte pese a todo, está recollida cunha delicadeza que non exclúe momentos de intensa crueza, en especial os referidos ás vicisitudes do corpo. A experiencia feminina adquire unha importancia crucial no relato, como se o dano infrinxido á natureza estivera simbolizado e concentrado no corpo da protagonista. Esta equiparación entre muller e natureza é especialmente interesante ao ser o organismo feminino o lugar onde se decide a supervivencia da especie, ao igual que é a natureza como sistema a depositaria do futuro de todo o existente. Hai un latexo feminista que atravesa toda a narración. Non adquire expresión en forma de manifesto pero determina as reflexións da voz que conta a historia, voz que sinala responsabilidades e que determina a culpabilidade das accións persoais e colectivas. Na novela achegámonos a eses corpos das mulleres reducidos á meros recipientes para a reprodución e non podemos evitar relacionar esta condición cos intentos contemporáneos de legalizar cousas como os ventres de aluguer baixo o nome de "xestación subrogada". A potencia política do relato cristaliza na exposición de situacións de este tipo nas cales o contexto distópico bota luz sobre a nosa propia época con lucidez, unha luz que presenta a tonalidade dunha certa desesperanza, dun certo esgotamento pola tendencia do existente a ir a peor a gran velocidade.


Mark Fisher, Realismo Capitalista



Si el trabajador-preso es el protagonista de la disciplina, el deudor-adicto es el personaje del control. EL capital ciberespacial funciona en el momento en el que sus usuarios se vuelven adictos. William Gibson lo reconoce en Neuromante, cuando Case y el resto de los cowboys del ciberespacio se desconectan de la matrix y sienten insectos bajo la piel. (La afición de Case a las anfetaminas no es más que el sustituto de su adicción a una velocidad mucho más abstracta.) Si algo como el desorden de déficit de atención e hiperactividad es una patología, entonces es una patología del capitalismo tardío: una consecuencia de estar conectados a circuitos de entretenimiento y control hipermediados por la cultura del consumo. Del mismo modo, lo que se conoce como dislexia puede no ser otra cosa que una suerte de poslexia. Los adolescentes tienen la capacidad de procesar los datos cargados de imágenes del capital sin ninguna necesidad de leer: el simple reconocimiento de eslóganes es suficiente para navegar el plano informativo de la red, el móvil y la TV. "La escritura nunca fue algo propio del capitalismo. El capitalismo, de hecho, es intrínsecamente iletrado", afirmaron Deleuze y Guattari en El Anti Edipo. "El lenguaje electrónico no funciona a través de la voz o la escritura; los datos se procesan perfectamente en ausencia de ambas." De ahí que tantos empresarios exitosos sean en efecto disléxicos, aunque no sepamos si su eficacia posléxica es la consecuencia o la causa de su triunfo.

 [Capítulo: Impotencia reflexiva. "Inmovilización" y comunismo liberal]


 El mandato de la responsabilidad ética individual nunca fue más fuerte que hoy en día; en su libro Marcos de guerra, Judith Butler utiliza el término responsabilización para referirse a este fenómeno. Por eso es necesario, más que nunca antes, cargar las tintas nuevamente en la estructura. En lugar de afirmar que todos, es decir, cada uno, somos responsables del cambio climático, podríamos decir que nadie en verdad lo es y que ese es el problema. La causa de la catástrofe ecológica está en una estructura impersonal que, aunque es capaz de producir todo tipo de efectos, no es capaz de quedar sujeta a responsabilidad. El sujeto que se requiere a tal fin, un sujeto colectivo, no existe, pero la crisis, una crisis global como todas las que enfrentamos en la actualidad, necesita que lo construyamos. Sin embargo, la proclamada inmediatez ética que estuvo en boga en la cultura política británica al menos desde 1985, cuando el sentimentalismo de consenso de Live Aid reemplazó al antagonismo de las luchas mineras, boicotea permanentemente la emergencia de un sujeto tal.

 [Capítulo: No existe algo así como un operador central]

Julian Barnes, El Ruido del Tiempo



En un mundo ideal, un joven no debería ser irónico. A esa edad, la ironía impide el crecimiento, atrofia la imaginación. Lo mejor es empezar la vida con un estado mental alegre y abierto, creyendo en los demás, siendo optimista, franco con todo el mundo en todo. Y después, cuando llegas a entender mejor a las cosas y a las personas, desarrollar un sentido de la ironía. La progresión natural de la vida humana va del optimismo al pesimismo, y un sentido de la ironía ayuda a atenuar el pesimismo, ayuda a producir equilibrio, armonía.

Pero este mundo no era un mundo ideal y por eso la ironía crecía de formas extrañas y súbitas. De la noche a la mañana, como un hongo; desastrosamente, como un cáncer.


 

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