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Víctor Parkas, Gameboy


[...] Un hombre debería ser algo más que las opresiones que ejerce o deja de ejercer abrazando una masculinidad alternativa. Su generosidad, algo más que una bota alzándose del cuello ajeno. Su lista de complementos, atributos distintos a unos shorts, una bolsa de carbón y un atizador metálico.

Si no tiene más que ofrecer que eso, si no hay nada más que eso, si el hombre sólo puede ser con respecto a lo que era, si el hombre -duele reconocerlo- en realidad no es nada, que actúe en consecuencia: que se atomice. Que no tome como role model al Marlon Brando de Salvaje, sino al Marlon Brando que se ausentó de la ceremonia de los Oscars en 1973 para ceder su espacio en el púlpito de premiados a la nativo-americana Sacheen Littlefeather.

Que no tome como role model al Marlon Brando de Un tranvía llamado deseo, sino al de nuestros días y al de los días que vendrán. Que su cuerpo embalsamado descanse en museos de historia natural, junto a pequeños marsupiales, enormes elefantes y pequeños petirrojos.

Si el hombre es una performance, que alguien encienda las luces y active la alarma de incendios. Que alguien, por favor, nos devuelva el precio de la entrada. Que un hombre no sea otra cosa que su mano ondeando un pañuelo blanco desde el camarote, con vistas a un puerto abarrotado para despedirlo. Que la calma chicha lo devore durante siglos, hasta que no sea más que un eslabón perdido, un disfraz de Halloween. Un objeto de colección esperando su revival. La amenaza para modular el comportamiento de una guardería.

Esta es la línea: si tan hombre eres, crúzala. Desaparece.

No puede ser mucho peor que lo que teníamos hasta ahora.

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