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En la medida en que el trabajo cognitivo se convirtió en la principal fuerza de valorización, los poderes económicos intentaron someter a los cognitarios a la ideología del mérito, o la meritocracia, con el propósito de destruir la solidaridad social de la fuerza intelectual.
Al recompensar la superioridad intelectual con dinero, el concepto de meritocracia funciona como el caballo de Troya de la ideología neoliberal. La meritocracia es la cama caliente de la precariedad y alienta a la competencia: cuando los individuos se ven obligados a luchar por la supervivencia, las capacidades técnicas e intelectuales se ven reducidas a meras herramientas de confrontación económica. Cuando se acaba la solidaridad y la competencia se convierte en la norma, la investigación y el descubrimiento quedan disociados del placer y la solidaridad.
Desafortunadamente, la meritocracia es también un estímulo a la ignorancia.
En la medida en que la evaluación del mérito depende del reconocimiento de la autoridad, y por consiguiente los criterios de evaluación los fijan quienes tienen el poder, se invita a los estudiantes a hacer suyos los criterios de evaluación existentes. La educación ha sido el factor más potente de autonomía social. Si aceptamos la meritocracia, renunciamos a la autonomía del proceso de aprendizaje y aceptamos dejar la evaluación por completo en manos de otros.
Un paso crucial de este proceso de sumisión del conocimiento lo constituyen el actual desmantelamiento del sistema de educación pública, la privatización de la universidad y el resultante sometimiento de la investigación a las reglas operativas de la economía financiera. Todo ello implica un principio según el cual la razón económica tiene una prioridad epistémica que viola cualquier noción de autonomía de las instituciones de producción y transmisión del conocimiento. El rasgo decisivo de la universidad moderna fue la autonomía del conocimiento (a saber, su autonomía respecto de la superioridad de la teología). Sin embargo, la actual imposición de la superioridad económica implica la cancelación de dicha autonomía. De hecho, la instauración de la economía como el criterio de evaluación universal ha reestablecido una suerte de teología en la relación entre el aprendizaje y la verdad absoluta (económica)
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