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fumadores vs no-fumadores
Cuando entró en vigor la ley antitabaco en mi colegio se elevaron algunas débiles protestas por parte de los fumadores al verse obligados a salir fuera para echarse un pitillito en la media hora del recreo. A los no fumadores, pues como que la cosa nos dio bastante igual, cada cual que se apañe como pueda con sus propios vicios, pensé allá por septiembre. El efecto inesperado es que se ha producido una especie de desintegración del colectivo. Nuestros recreos, tanto en primaria como en secundaria, solían ser un momento bullicioso en el que se competía en decir paridas y hacer un poco el ganso para desahogar mínimamente la tensión acumulada durante la primera mitad de la jornada escolar. Ahora mismo, en nuestra cafetería, esos mismos momentos son auténticamente deprimentes. Silencio sepulcral, tres o cuatro presonas leyendo los periódicos gratuitos, sensación de que alguien ha abandonado rápidamente la estancia antes de que llegaras tú. Un desastre, vamos. Y la conclusión más inesperada: en realidad no es que se marche todo el mundo en los recreos (se marchan a la cafetería más próxima del "exterior"). Sólo se van los divertidos, los simpáticos, los que son capaces de pasarlo bien con nada, los que contribuyen a darle a nuestro pequeño colectivo un aire festivo. Los fumadores. Y nos hemos quedado solos haciéndonos compañía los grises, los anodinos, los coñazos, los aburridos, los estirados, los vagos que pasan de salir afuera. Los no-fumadores. Y lo peor es que la situación no tiene muchas posibilidades de solución. Bueno, sí, puedo empezar a darle al tabaco y pedir asilo político en la cafetería de los fumadores. Yo no me lo daría a mí mismo.

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