El primer tomo de esta serie dejaba una sensación extraña en el lector: por un lado cierta dejadez en el apartado gráfico reflejada en la ausencia perezosa de fondos en muchas viñetas, un molesto deja vu en el tratamiento del personaje protagonista -fotógrafo que lo deja todo atormentado por problemas de diversa índole, entre ellas un profundo sentimiento peterpanesco y una incapacidad crónica para afrontar la realidad- y una especie de inconcreción argumental que dejaba en el aire muchos de los interrogantes planteados a lo largo de sus páginas. Una moderada tendencia a literaturizar en exceso los diálogos completaba el cuadro de los "peros". Sin embargo, junto a todo ello, el cómic destilaba una tensión dramática considerable. Las mínimas peripecias de Marco y su exposición a terribles crisis de angustia, junto con su difícil relación con unos secundarios poderosos y bien definidos presagiaba páginas futuras más resueltas capaces de desarrollar con más intensidad la evolución del protagonista.
El segundo tomo, más definido gráficamente, más centrado en la trama de las complicadas relaciones personales del protagonista y de su enfrentamiento consigo mismo, dejaba una sensación próxima a la plenitud tras su lectura. El protagonista y su entorno adquirían complejidad y densidad casi a cada página. El delicado engranaje de la verosimilitud comenzaba a funcionar con fluidez, desprendiendo todo el cómic el aroma inconfundible de las obras realmente importantes: aquellas que parecen hablarte a tí personalmente de las verdades fundamentales de la existencia, de la gravitación brutal que ejercen sobre nuestras vidas, de los mecanismos que improvisamos para fingir que no existen del todo y de las cosas que llegamos a hacer para pensar que podemos obviarlas, que podemos permanecer al margen de ellas.
En este tercer volumen, Larcenet roza la perfección. Su protagonista se acerca lentamente al núcleo duro de sus problemas -la infancia, su dificilísima relación con su padre- a raíz de un acontecimiento terrible. Los personajes que lo rodean se inscriben en una intrincada red en la que Marco busca respuestas a preguntas que sólo con ser formuladas ya duelen. Su relación con su novia, su madre, su hermano, los antiguos compañeros de trabajo de su padre o el editor que quiere publicar parte de su trabajo dan lugar al afianzamiento de un rico microcosmos en el que nada está simplificado o estereotipado, nada es gratuito o arbitrario, y en el que la complejidad y la evolución moral de todos los protagonistas de la trama componen una panorámica del estado de las relaciones humanas en este turbio principio de siglo que vivimos -a nuestro pesar- peligrosamente.
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