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san valentín
Una de mis alumnas de tercero de ESO me pregunta por qué el colegio no organiza un concurso de cartas de amor por San Valentín como hacen todos los colegios e institutos de Vigo. Le digo que ha ido a hablar con la persona equivocada: San Valentín, como la Navidad o cualquier otra fecha en la que los sentimientos básicos son exaltados gratuitamente hasta la náusea me produce un aburrimiento infinito. Ella me dice que se nota que no tengo novia y que soy un amargado. Me callo porque ambas cosas son ciertas. No tengo novia (estoy casado). Soy un amargado. Como mínimo me sale el rictus cuando escucho semejantes estupideces. Mientras la clase se queda en silencio (¿tablas?) pienso que el amor tiene más que ver con las ciencias de la Tierra que con la literatura: terremotos, volcanes, núcleos incandescentes, tectónica de placas, fallas submarinas, esas cosas. Pienso que una carta de amor en realidad no habla de amor, sólo dice cuan exhibicionista es quien la escribe y, en el caso de un adolescente, cuanto puede llegar a amar el amor una persona. Pienso que el verdadero amor tiene más que ver con algo parecido a una forma activa de serenidad y menos con una caja de bombones en forma de corazón o un ramo de rosas tan rojas que parecen haber pasado por el photoshop. Pienso que hay algo absurdo en hablar del amor, pues parece que el que habla siempre se inventa una teoría ad hoc para intentar explicar su circunstancia. Pienso que el amor, en fin, es como coger un avión, despegar produce una mezcla extraña de terror y euforia, estar en el aire provoca una sensación de incredulidad flotante. Ay el aterrizaje. Yo lo paso fatal.

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