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the station agent
la noche del sábado me fui al cine a ver la película de tom mccarthy (traducida al español por el anormal de turno como vías cruzadas):

fin, olivia y joe, vidas doloridas


el protagonista, fin, mide 133 cm; apasionado por el mundo del ferrocarril hereda una estación de tren abandonada en medio de un pueblo diminuto, newfoundland; su intento de llevar la clase de vida que llevaba hasta entonces -aislada, solitaria, voluntariamente al margen del mundo- se ve interrumpido por la presencia de dos vecinos, olivia y joe, una pintora de precario equilibrio mental y un adolescente treintañero incapaz de estar callado (cada uno, a su manera, un inadaptado al mundo que le ha tocado vivir); lo sorprendente es la delicadeza con la que la película parece invitarnos a entrar en sus vidas, el sigilo con el que, desde la sala de cine, nos introducimos en la colección de dramas particulares que dan una extraña cohesión a sus existencias; fin, el que con más convicción ha decidido encerrarse en su propio mundo de trenes, vías, horarios y estaciones, se sorprende, y nos sorprende, hablando con naturalidad de sus condiciones de vida con el adolescente interminable que es joe; su serena y valerosa -adulta- aceptación de lo que es, se contraponen al marasmo emocional en el que vive sumida olivia y a la desconcertante -y algo irritante- inocencia de joe; gracias a un tempo narrativo deliciosamente lento vamos viendo como los afectos se van construyendo entre silencios, evasivas y simpáticas confusiones (¿acaso es de otra manera en la "realidad"?) derivadas del impulso casi infantil de joe por conseguir que los tres formen algo parecido a una "pandilla"; la película, que no elude entrar de frente en cuestiones espinosas, evitando con gran inteligencia el patetismo fácil, la compasión de todo a cien o el sentimentalismo ramplón, llega con hondura al espectador por la acumulación de pequeños -microscópicos- detalles en una trama en la que aparentemente no ocurre nada, y por la acertada combinación de drama y comedia en la que, de manera misteriosa, uno reconoce el pulso de lo que está vivo, el rasposo tacto de lo real, rascando con delicadeza la piel de nuestra capacidad de conmovernos; la amistad, como el amor, parece decirnos la película, puede ocurrir incluso a pesar nuestro, incluso aunque pongamos todo lo posible para que no ocurra porque no queremos saber nada de los demás, y semejante clase de milagro sólo puede saludarse de una manera, con la celebración cotidiana de su misterio... (mención aparte merece la presencia constante de los trenes, las locomotoras, el contrapunto de una realidad que parece pasar por delante de los protagonistas, desinteresados de todo aquello que no sea su propio aislamiento, su soledad elegida, su renuncia voluntaria al mundo)

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