con el retraso que acostumbro me acerco la noche del sábado a ver 21 gramos
hay personas cuyas pieles son auténticas cartografías de la desgracia: en algunas, un par de puntos unidos por una línea que se encarna en una mueca irreparable en el rostro; en otras, todo un mapa político, con carreteras, valles, montañas, y una larga lista de accidentes del terreno salpicando el cuerpo, desde los pies hasta la cabeza; 21 gramos va de éstas últimas y de cómo la tragedia echa sus raíces en algunas de ellas de una forma entre lo azaroso y lo causal, de manera persistente, retorciéndose y creciendo hasta convertir sus vidas en algo parecido a los restos de un puzzle irrecomponible; en el rostro de benicio del toro parecen caber todas las tragedias posibles y algunas más, y en los de seann penn y naomi watts se albergan formas más sutiles, más retorcidas pero no por ello menos dañinas; entre los tres, una enredadera de casualidades y averías personales crea una red de dolor en la que se van envolviendo progresivamente, como moscas en una telaraña, transmitiendo a medida que avanza la película tal sensación de ahogo que al acabar uno no sabe si sale del cine o de estar dos horas sin respirar sumergido en una especie de ciénaga; es cierto que el director juega demasiado con un montaje algo alambicado de más y que a ratos la película se balancea sobre el peligroso hilo que separa el cine del telefilme, pero sin embargo, el cómputo global es bastante más que satisfactorio gracias a un guión de sólida estructura, a unos actores (insisito en ello: benicio del toro debe ser ahora mismo el actor más honesto, inteligente y creíble que anda suelto) que convierten a sus personajes en dolorosas heridas ambulantes y a un pulso narrativo bien graduado que va, primero a cuentagotas, y a medida que avanza la película en forma de torrente, salpicando la pantalla de roturas personales, de días enteros de sufrimiento recogidos en gestos imperceptibles, de gente desarbolada en medio de un océno de absurdo y sinsentido, condenada ya a no poder hacer con sus vidas otra cosa que recoger los restos y cargar con ellos de la manera menos mala posible;
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