Abril es el mes más cruel, criando
lilas de la tierra muerta, mezclando
memoria y deseo, removiendo
turbias raíces con lluvia de primavera.
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comienzo a leer los diarios de john cheever; una selección de, aproximadamente (según su editor), la vigésima parte de lo escrito durante treinta años de su vida recogidos en veintinueve cuadernos de notas; ya a la altura de la página 25 sé que no seré capaz de soltar el libro hasta que lo termine:
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leo el libro de cuentos de arthur bradford con esa sonrisa que a uno se le congela en la boca cuando reconoce simultáneamente el ingenio y la crueldad en una obra literaria; los personajes de estas brevísimas historias son tipos situados al borde de la línea que separa lo normal de lo anormal, lo extraño de lo definitivamente bizarro y lo inquietante de lo perturbador; sus historias pasan por encima de cualquier tipo de épica del perdedor para contar, con un estilo seco, distanciado, rozando la asepsia del documento notarial, historias de realidades cotidianas profundamente averiadas: compañeros de piso abiertamente sicóticos, amigos con cara de gato cuya familia trabaja dirigiendo una feria de freaks, perros mutantes, perros con tres patas, perras que quedan embarazadas de hombres y tienen hijos perros e hijos humanos, compañeros de pensión potencialmente sicópatas que la toman con su casera y alguna historia peor que todo ésto junto; lo grave es que en medio de esos párrafos gélidos en los que se retrata con total desapego un tipo de personajes que viven bajo la superficie de lo que consideramos "normal", de pronto salta una frase que provoca una carcajada que te hace sentir culpable mientras piensas "pero que hijo de puta es este tipo" al tiempo que sigues pasando páginas con la sonrisa levemente desencajada en la cara; dando nuevos sentidos a la palabra absurdo, practicando un efectivísimo no-estilo literario y construyendo diálogos extraordinariamente frescos, arthur bradford ha escrito un libro que justifica plenamente la frase de dave eggers que aparece en la contraportada del libro:"si no te gusta arthur bradford no eres mi amigo"; de alguna manera, este libro sería el pariente literario de alguno de los mejores cómics de estos últimos años: como un guante de seda forjado en hierrro de dan clowes, escombros de dave cooper o agujero negro de charles burns...
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ya conocía el estilo torrencial de rodrigo fresán gracias a varios artículos y prólogos/epílogos de libros (recomiendo respectivamente los correspondientes a los libros de john cheever la geometría del amor y crónica de los wapshot, pero la experiencia de leer un libro suyo completo es realmente embriagadora; en este caso, un ejercicio de hibridación entre realidad y ficción: un exitoso escritor de libros para niños narra en paralelo su propia biografía y la de j.m. barrie, el autor de peter pan a un extraño interlocutor; el londres de barrie -en especial los jardines de kensington que dan título al libro- y el swinging london de los años 60 en los que transcurre la infancia del narrador se mezclan en un hiperacelerado ejercicio de evocación de dos épocas radicalmente opuestas: por un lado la moral y socialmente rígida era victoriana y por otro la desenfrenada y dionisíaca tanda de años correspondientes a los primeros sesenta; una parte fundamental del libro es la dedicada a hablar de los padres del narrador, aristócratas subidos al carro de la era de acuario que celebran fiestas interminables en su mansión de neverland, fiestas por las que pasa el catálogo de nombres que marcará no sólo los sesenta sino las décadas posteriores: bob dylan, los rolling stones, antonioni, andy warhol, los beatles, audrey hepburn, truman capote, joseph losey, nico, lou reed, terence stamp. joe orton, peter cushing, peter sellers, frank sinatra, the animals, woody allen, the kinks, richard avedon, j.g. ballard, allen ginsberg, william burroughs, francis bacon, samuel beckett, syd barret, chet baker, brian epstein, phil spector, lenny bruce, catherine deneuve, marlene dietrich, marianne faithfull, mia farrow, ian fleming, john cassavettes, peter fonda, serge gainsborough, jimmy hendrix, dennis hopper, etc etc etc etc... es la mezcla de este "listín telefónico de la cultura pop" con las reiteradas alusiones a los grandes escritores contemporáneos de barrie -stevenson, henry james, jerome k. jerome, bram stoker, jack london, arthur conan doyle, thomas hardy- la que hace del libro algo electrizante, una especie de hiperestimulante cóctel de referencias cultas y populares que se inmiscuye entre los sucesos que narra el protagonista como un ruido de fondo procedente de un millón de sitios simultáneamente;
(también, tras las dos historias principales corre el retrato minucioso de la ciudad de londres en dos momentos cruciales de su vastísima historia, de sus calles, parques, iglesias, tabernas, pubs y teatros, la descripción interminable de un millón de lugares cargados de resonancias que hacen posible creer que esta ciudad es realmente el centro del universo)
nada de ésto es nuevo, al menos desde que pynchon comenzó a escribir, pero el caudal de referencias desplegado no sería nada si detrás de ellas no hubiera una prosa extraordinaria y una sólida estructura narrativa que soporta firmemente esa corriente por la que realidad e invención se deslizan a velocidad de vértigo, entrecruzándose, superponiéndose, dándose de codazos por presentarse ante nuestros ojos como algo verosímil; ahí demuestra rodrigo fresán su inmenso talento: en la composición casi alucinatoria de épocas y personajes, en el trazo seguro y firme de personajes individuales y de sucesos colectivos, en el retrato de algunos hombres que sirve para abarcar varias décadas de historia, y, al tiempo, omnipresente, la invocación continua al inmortal cuento de peter pan, el niño que se negó a ser adulto, como engarce entre dos tiempos diferentes: en uno, las personas queriendo ser adultos antes que cualquier otra cosa, en otro, la reacción violenta para no convertirse nunca en tales seres...
como muestra, un par de párrafos:
Déjame que te dé un consejo: la clave para una gran vida está en inventarse primero a uno mismo y recién después a los demás. Ser director y actor protagónico y guionista de tu propia película. La mayoría de las personas lo hacen al revés. Piensan que primero tienen que comprender el mundo. Y se les va el tiempo en eso. Y se mueren sin haber sido nada más que visitantes a un museo cuando podrían haber sido obras de arte.
El amor es ese país siempre tercermundista. Una república sujeta a dictaduras y a cracks financieros y a revoluciones y a sequías y a epidemias. Un reino donde tarde o temprano hay un terremoto, donde siempre alguien saldrá caminado por entre las ruinas y las llamas sin poder entender qué es lo que ha sucedido y por qué a mí, ¿eh?
Vivimos, Keiko Kai, ente dos países imaginarios: el de los niños que fuimos y el de los muertos que seremos. Y entre unos y otros -entre esos niños que sólo piensan en la muerte y entre esos muertos que sólo piensan en su niñez- está la vida entera.
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