hay personas cuyas pieles son auténticas cartografías de la desgracia: en algunas, un par de puntos unidos por una línea que se encarna en una mueca irreparable en el rostro; en otras, todo un mapa político, con carreteras, valles, montañas, y una larga lista de accidentes del terreno salpicando el cuerpo, desde los pies hasta la cabeza; 21 gramos va de éstas últimas y de cómo la tragedia echa sus raíces en algunas de ellas de una forma entre lo azaroso y lo causal, de manera persistente, retorciéndose y creciendo hasta convertir sus vidas en algo parecido a los restos de un puzzle irrecomponible; en el rostro de benicio del toro parecen caber todas las tragedias posibles y algunas más, y en los de seann penn y naomi watts se albergan formas más sutiles, más retorcidas pero no por ello menos dañinas; entre los tres, una enredadera de casualidades y averías personales crea una red de dolor en la que se van envolviendo progresivamente, como moscas en una telaraña, transmitiendo a medida que avanza la película tal sensación de ahogo que al acabar uno no sabe si sale del cine o de estar dos horas sin respirar sumergido en una especie de ciénaga; es cierto que el director juega demasiado con un montaje algo alambicado de más y que a ratos la película se balancea sobre el peligroso hilo que separa el cine del telefilme, pero sin embargo, el cómputo global es bastante más que satisfactorio gracias a un guión de sólida estructura, a unos actores (insisito en ello: benicio del toro debe ser ahora mismo el actor más honesto, inteligente y creíble que anda suelto) que convierten a sus personajes en dolorosas heridas ambulantes y a un pulso narrativo bien graduado que va, primero a cuentagotas, y a medida que avanza la película en forma de torrente, salpicando la pantalla de roturas personales, de días enteros de sufrimiento recogidos en gestos imperceptibles, de gente desarbolada en medio de un océno de absurdo y sinsentido, condenada ya a no poder hacer con sus vidas otra cosa que recoger los restos y cargar con ellos de la manera menos mala posible;
el documental realiza la proeza de rodar un curso completo el interior de una de estas escuelas unitarias francesas (en auvergne) en las que, como ruido de fondo, resuena con tristeza la lenta despoblación del medio rural; el maestro que la lleva, próximo a la jubilación (con 55 años), se gana enseguida la rendida admiración del espectador: amable, tranquilo, afectuoso, sereno, capaz de tener en orden una clase en la que conviven niños de 4 años con preadolescentes de 12, dialogante, comprensivo...; los niños son de esos que al llegar a casa deben ayudar a limpiar establos, hacer la comida, guardar vacas, alimentar ganado, etc., y, tras eso, hacer los deberes, ayudados por unos padres para los que cosas como sumar o multiplicar suponen auténticos esfuerzos; uno no sabe que aprecia más, si el milagro cinematográfico de la inmersión en ese microcosmos de actividad infantil, o la prodigiosa capacidad del maestro para tener siempre la frase correcta, el silencio preciso, la mirada necesaria, y el manejo maravillosamente exacto de ese complicado mecanismo de relojería que se llama "autoridad"; porque, si de algo trata el documental, es de la sabiduría para educar; sabiduría no para enseñar correctamente unas cosas u otras (que también), sino para trazar un rumbo a cada uno de los alumnos en función de sus necesidades y de sus características, la capacidad para reconocer sus virtudes y sus defectos y enseñarles el valor de las primeras y la valentía que se requiere para enfrentar los segundos... viendo la película recordé unas palabras de hanna arendt del libro entre el pasado y el futuro, 8 ejercicios sobre la reflexión política acerca de la crisis de la educación en la américa de los años sesenta:
La educación es el punto en el que decidimos si amamos el mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, de no ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes, sería inevitable. También mediante la educación decidimos si amamos a nuestros hijos lo bastante como para no arrojarlos de nuestro mundo y librarlos a sus propios recursos, ni quitarles de las manos la oportunidad de emprender algo nuevo, algo que nosotros no imaginamos, lo bastante como para prepararlos con tiempo para la tarea de renovar un mundo común.
el protagonista, fin, mide 133 cm; apasionado por el mundo del ferrocarril hereda una estación de tren abandonada en medio de un pueblo diminuto, newfoundland; su intento de llevar la clase de vida que llevaba hasta entonces -aislada, solitaria, voluntariamente al margen del mundo- se ve interrumpido por la presencia de dos vecinos, olivia y joe, una pintora de precario equilibrio mental y un adolescente treintañero incapaz de estar callado (cada uno, a su manera, un inadaptado al mundo que le ha tocado vivir); lo sorprendente es la delicadeza con la que la película parece invitarnos a entrar en sus vidas, el sigilo con el que, desde la sala de cine, nos introducimos en la colección de dramas particulares que dan una extraña cohesión a sus existencias; fin, el que con más convicción ha decidido encerrarse en su propio mundo de trenes, vías, horarios y estaciones, se sorprende, y nos sorprende, hablando con naturalidad de sus condiciones de vida con el adolescente interminable que es joe; su serena y valerosa -adulta- aceptación de lo que es, se contraponen al marasmo emocional en el que vive sumida olivia y a la desconcertante -y algo irritante- inocencia de joe; gracias a un tempo narrativo deliciosamente lento vamos viendo como los afectos se van construyendo entre silencios, evasivas y simpáticas confusiones (¿acaso es de otra manera en la "realidad"?) derivadas del impulso casi infantil de joe por conseguir que los tres formen algo parecido a una "pandilla"; la película, que no elude entrar de frente en cuestiones espinosas, evitando con gran inteligencia el patetismo fácil, la compasión de todo a cien o el sentimentalismo ramplón, llega con hondura al espectador por la acumulación de pequeños -microscópicos- detalles en una trama en la que aparentemente no ocurre nada, y por la acertada combinación de drama y comedia en la que, de manera misteriosa, uno reconoce el pulso de lo que está vivo, el rasposo tacto de lo real, rascando con delicadeza la piel de nuestra capacidad de conmovernos; la amistad, como el amor, parece decirnos la película, puede ocurrir incluso a pesar nuestro, incluso aunque pongamos todo lo posible para que no ocurra porque no queremos saber nada de los demás, y semejante clase de milagro sólo puede saludarse de una manera, con la celebración cotidiana de su misterio... (mención aparte merece la presencia constante de los trenes, las locomotoras, el contrapunto de una realidad que parece pasar por delante de los protagonistas, desinteresados de todo aquello que no sea su propio aislamiento, su soledad elegida, su renuncia voluntaria al mundo)
[...]
llega un momento en que la muerte es el agua en el desagüe, el crujido de una cómoda, un adios tras los cristales allá arriba, en la ventana, una especie de noviembre que entristece las tardes, la sonrisa con la que se responde a las preguntas, los extraños, en la cafetería, tan distante, una muchacha que nos atraviesa con la mirada, la vejez que llegó de repente
(-Ya soy viejo, que curioso)
[...]
he mirado hacia fuera y he visto el típico día en el que todavía habla el invierno pero en el que ya se percibe el rumor de fondo que acompaña la llegada de la primavera: el cielo cubierto de grises y azules, una luz pálida sobre la superficie de las cosas, la calefacción que ya empieza a sobrar, desperezarse por casa con la bata abierta, abrir las ventanas y encontrarse con que el aire casi ha perdido ese frío que le hace a uno andar encogido por la calle para protegerse de mala manera... (de momento, la vida en todas esas cosas, una especie de marzo que alegra las mañanas)
O compromiso fundamental para a reflexión política consiste en examinar como é posible [...] transformar ó inimigo en adversario. A este respecto poderá un inspirarse nas observacións de Elias Canetti, quen, en Masa e Poder indica como o sistema parlamentario explota a estructura psicolóxica dos exércitos en loita e escenifica un combate no que se renuncia a matar para adoptar a opinión da maioría á hora de decidir quen é o vencedor. Segundo el, "o voto segue sendo o instante decisivo, o instante no que un se mide realmente. É o vestixio do encontro sanguento que se imita de distintos xeitos, ameazas, aldraxes, excitación física que pode chegar aos golpes e o lanzamento de proxectís. Pero o reconto de votos pon fin á batalla."
A política consiste sempre en "domesticar" a hostilidade e en tratar de neutralizar o antagonismo potencial que acompaña toda construcción de identidades colectivas. O obxectivo dunha política democrática non reside en eliminar as paixóns nin en relegalas á esfera privada, senon en movilizalas e poñelas en escea dacordo cos dispositivos agonísticos [os que transforman aos inimigos en adversarios] que favorecen o respeto do pluralismo.
É dicir, o voto e unha forma non só de escoller aos representantes das nosas inquedanzas sobre o tipo de sociedade que queremos, senon de dicir con claridade o tipo de sociedade que non queremos (algo que cando un prescinde de votar parece obviar sen darse conta). (Ai, outra cousa é a quen carallo votamos para semellante tarefa)
Este sitio está baixo as condicións dunha licencia Creative Commons.
RSS Feed. Feito con Blogger. Plantilla Modern Clix, deseñada por Rodrigo Galindez. Modern Clix blogger template por Introblogger.