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un fragmento de una europa inquietante
Entramos en Brescia el primer lunes de agosto, sobre las cuatro de la tarde. Las calles de la ciudad estaban vacías de manera absoluta, apenas dos o tres coches recorrían las calzadas de la ciudad. Ningún peatón en casi veinte minutos de recorrido. Cada esquina, un par de cámaras de vigilancia. Teníamos puesta RAI1 y hablaban de que Berlusconi había desplegado al ejército en varias ciudades del país por el asunto de los gitanos rumanos. El ejército, pensé, y las dos palabras me sonaron a muelas intentando mascar piedras en la boca. Mientras la radio escupía entrevistas en la calle a personas que opinaban sobre la medida -parece el Chile de Pinochet, dijo alguien con quién de golpe me unió una intensa corriente de simpatía- , nosotros recorríamos la ciudad en busca de nuestro hotel. Volví a entregarme a la observación de las calles. Tantas cámaras y tan poca gente a vigilar. La paranoia sin objeto, el artefacto de vigilancia retratando al vigilante, todas las calles convertidas en pasillos de una cárcel imaginaria. Más tarde, tras instalarnos y descansar un rato en espera de temperaturas algo más humanas, salimos a recorrer Brescia. En la plaza de la catedral vimos indicios de vida, corrillos de hindúes, paquistaníes y bangladeshíes (digo yo) que se juntaban en las escaleras y los bancos mientras miraban para los cuatro turistas que nos sentábamos a tomar un helado sin terminar de creernos semejante desolación. Después de cenar, un grupo numeroso de pijos italianos que parecían médicos o abogados o algo por el estilo se pusieron a cantar, en la terraza del restaurante donde estaban cenando, canciones de los beatles y de domenico modugno mientras uno de ellos tocaba la guitarra. La plaza hacía de caja de resonancia y la voz de una de las mujeres que cantaban sonaba con una elegante claridad sobre todas las demás. Pensé para mí en un lamento fúnebre al ritmo del yellow submarine. Al llegar al hotel me pregunté porqué algunas ciudades europeas parecen pensadas para ser habitadas por los muertos. Hacía calor y después dormí mal.

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