De pronto ya casi es septiembre. Si lo pienso más de un minuto puedo amargarme con violencia. Con la sensación de haber vivido en una especie de continuo deportivo-temporal (roland garros-eurocopa-tour de francia-wimbledon-olimpiadas) en el que se hubieran abolido las categorías de pasado y futuro, de golpe me hallo a las puertas del Otoño como un perro abandonado por sus dueños a punto de empezar el verano. Pues bien. Mientras colgaba la ropa mojada de la última colada y su olor me devolvía a otras coladas de este Verano, he detectado variaciones importantes en las fragancias circundantes. Para mi nariz, el verano se ha eclipsado violentamente, y, como es sabido, ello significa que realmente el cambio de escenario está ahí. Preparémonos pues. Recojamos las toallas que aún están sin secar, saludemos a los jerseys y a las chaquetas de punto (ya tengo una edad), despidamos con tristeza las últimas arenas de la playa a la que apenas hemos ido que estaban en nuestras zapatillas de deportes y prepáremonos para encarar el Otoño que se avecina, como siempre, ligeramente gris, cargado de pequeñas oscuridades y de presentimientos y tristezas microscópicas que no debemos dejar crecer. Por nuestro bien.
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