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el infierno: una aproximación
Vuelvo a la Avenida del Aeropuerto después de unos días por la zona de Nerga (asistiendo, al mismo tiempo, a un curso que, pese a mis peores temores, acabó dando mucho de sí). Desde el coche, cruzando la autopista por encima de la Rinxela, el aire desprende un intenso olor a madera quemada. El propio aire está tan caliente que parece como si el incendio nos acompañase bajo las ruedas del coche. Sin embargo, no detecto resplandores extraños sobre el horizonte, ni siquiera columnas de humo indicando la parte de la provincia que está ardiendo. Al entrar en casa, una vaharada de aire caliente me sacude un cabezazo al plexo solar. Miro el termómetro digital del Lidl que tenemos en el salón: las 2.00, 26º en el exterior, 28º en el interior. Me quito la ropa aún con las maletas en la mano. Descalzo, el suelo me recuerda a la barbacoa en la que ayer pasamos unos criollos, algo de pollo y un churrasquito. En el dormitorio, los 28º se convierten en unos 33º. Abro todas las ventanas intentando pensar una estrategia de evasión. Las corrientes de aire a 26º bajan la temperatura del interior hasta los 27º. Aterrorizado escucho por la ventana lo que parecen ser los acordes de una orquesta que ataca "Paquito el chocolatero" amparada por un millón de watios de potencia. Terrible duda: no dormir por el calor o no dormir por la música que ha rodeado mi casa y está empezando a asaltar mi ánimo. Enciendo el ordenador. Al menos tengo el derecho al pataleo virtual, que el real me agota sólo de pensarlo. Vivan las olas de calor, las fiestas del pueblo y los veranos hispano-galaicos y su larga tradición de festejos más o menos gilipollas.

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