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palahniuk


después de una larga temporada sin leer narrativa, me pica de nuevo el gusanillo con esta novela de chuck palahniuk, de quien había leído anteriormente el club de la lucha; una vez más, las mismas sensaciones: un comienzo fulgurante, un puñado de buenas ideas y una serie de brillantes salpicaduras a modo de reflexión sobre los tiempos que vivimos, las paranoias que invaden nuestro modo de vida, el sexo como única salida ante el alienamiento, la desolación o la soledad contemporáneas: lo típico;

el problema de palahniuk, creo, es que es demasiado ingenioso; se le van ocurriendo sobre la marcha un buen montón de ideas que hacen que la narración sea divertida -pese a los temas que trata- y ágil, pero a costa de descuidar la historia principal; en este libro, el protagonista tiene a su madre interna en una clínica carísima; para poder pagar este internamiento cada noche acude a cenar a varios restaurantes de lujo a fingir que se asfixia con la comida; la gente que le salva se siente en deuda con él y le envía continuamente dinero y regalos, ya que tras salvarle la vida se sienten responsables de él; por otro lado trabaja en un parque temático sobre la américa del siglo dieciocho en el que sus compañeros de trabajo están permanentemente drogados y además se ha hecho miembro de un asociación terapéutica de adictos al sexo (tipo alcohólicos anónimos) por un razonamiento simple: a ver donde va a ser más sencillo conseguir sexo gratis; la relación con su madre moribunda, una anarquista paranoica terminal, y la revisión de su desquiciada infancia es el eje central de libro, pero los mejores momentos se los lleva la historia de los adictos al sexo y sus jornadas de trabajo en el pueblo colonial: es en estas tramas secundarias donde la mirada glacial y sarcástica de palaniuhk sobre la condición humana, las relaciones entre las personas y el alienamiento colectivo en esta época de capitalismo posindustrial alcanza sus mejores momentos:

No se trata tanto de romance como de oportunidad. Si uno pone a veinte adictos al sexo alrededor de una mesa, noche tras noche, no tiene de qué sorprenderse.
Además, están los manuales de rehabilitación para adictos al sexo que venden aquí; en todos ellos salen todas las formas en que uno siempre quiso tener relaciones sexuales pero no supo cómo.
Vienen en un listado de "si uno hace cualquiera de estas cosas, puede ser un adicto". Entre sus interesantes sugerencias están:
¿Corta usted el forro de su traje de baño para que se le vean los genitales?
¿Se deja la bragueta o la blusa abierta y finge que tiene conversaciones en cabinas con paredes de cristal, de forma que la ropa se le abra y se vea que no lleva ropa interior?
¿Hace usted jogging sin sujetador o suspensorio para atraer parejas sexuales?
Mi respuesta a todas estas preguntas es ¡Caramba, ahora sí que lo haré!
[...]
El problema con el sexo es el mismo que con cualquier otra adicción. Uno siempre se está recuperando. Uno siempre está recayendo. Portándose mal. Hata que uno encuentra algo por lo que lo luchar o se decide por algo contra lo cual luchar. Toda esta gente que dice que quiere una vida libre de compulsiones sexuales, o sea, olvídalo. O sea, ¿qué puede haber que sea mejor que el sexo?
Está claro, la peor mamada es mejor que, digamos, oler la mejor rosa o ver la mejor de las puestas de sol. Mejor que oír reír a los niños.
Creo que nunca veré un poema tan maravilloso como uno de esos orgasmos que te explotan dentro, te provocan un calambre en el culo y te vacían las tripas.
Pintar un cuadro, componer una ópera, eso son cosas que uno hace hasta que encuentra el siguiente culo dispuesto a hacerlo.
En cuanto aparezca algo mejor que el sexo, llamadme. Enviadme un mensaje al busca.

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