fragmentos del nivel cero
yo he echado el freno, pero a mi alrededor el mundo se ha puesto a girar como una peonza enloquecida; rafa me recomendó el disco de devendra banhart y aquí estoy cayéndome delante del ordenador escuchando la luz de sus canciones con un fondo de grillos que resbala por la ventana abierta; el martes tuve la última fiesta del curso con mis compañeros del colegio, en casa de una de ellas, hasta las cuatro cenando, riéndonos, intoxicados del aire nocturno del verano, la complicidad labrada tras años de trabajar juntos en lo mismo, intensa, discreta, como un rumor de fondo que envolviera la noche; algo pasados de más, hasta las seis, tres de nosotros acabamos más allá de la fiesta en casa de otra compañera, bebiendo las últimas copas de la noche, entregados a una especie de conjuro de nuestras adolescencias perdidas, treintañeros rememorando en voz alta nuestro catálogo de pequeños fracasos vitales, declamando el listín telefónico de los amigos dejados atrás, mirándonos con la sensación de estar deslizándonos por el tramo final de nuestra juventud, intentando rescatar algo indefinido de las palabras de los otros, jugando a las confidencias y a fingir una madurez que antes parecía venir desde el exterior y sus circunstancias impuestas y que ahora sabemos que simplemente se limita a crecer desde ahí adentro, sin prisas, silenciosa, tranquila, sabedora de que no tenemos nada que hacer; al volver a casa, bajo la luz pálida del amanecer anegado en una especie de bruma, la avenida del aeropuerto en silencio, los contornos de las cosas desdibujados, me pregunté por esta costumbre última de intentar sacar alguna conclusión de estos años dejados atrás casi sin darme cuenta; una costumbre enfermiza en la que encuentro una suerte de placer malsano que soy incapaz de mantener a raya
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