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tensión
al mediodía, en la parte trasera de nuestra minifinca descubro los restos de una rata muerta, boca arriba, sólo los huesos, el pellejo pegado al suelo y los incisivos de su mandíbula inferior desafiantes mirando hacia el cielo en una especie de gesto rabioso; la imagen me fascina tanto que le hago unas fotos, aquí puede verse una de ellas (abstenerse estómagos sensibles); me pregunto cómo ha acabado así, en esa extraña posición, con la boca todavía sugiriendo una amenaza potencial; la rata parece, en ese instante de su muerte, haber tenido todavía más bravura, más ira que yo en toda mi vida; en medio del orballo que me cala suavemente doy vuelta, excitado por el frío y la mezcla de repugnancia y fascinación que me produce la imagen de los restos del bicho;

por la tarde vamos al vivero a comprar prímulas, esas maravillosas plantas que sólo dan flores en invierno, y que, en cuanto aumenta la temperatura e intuyen la primavera, las retiran como diciendo, misión cumplida, ahora les toca a las demás; el vivero es uno de esos sitios a los que no me importa ir de compras, la mezcla de fragancias y colores me sugiere siempre una poderosa conexión con la vida en bruto; seleccionando los tonos que nos gustan no dejo de pensar en la rata, la imagen de sus restos se me clava en medio de la visión de las plantas y flores, qué raro es todo...

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