existencialismo adolescente
A veces mis clases de química derivan de manera absurda hacia los temas más extraños. Ayer, sin saber cómo me vi envuelto en una discusión sobre las bases bioquímicas de nuestra conciencia. Oséase, nuestras emociones, sentimientos, memoria y personalidad se basan en complicados procesos de enlaces entre millones de neuronas. Hablaba de un célebre experimento del que se dio noticia este verano en el que se había logrado inducir recuerdos falsos en el cerebro de una rata. Claro, la cosa dio pie a todo tipo de comentarios, hasta que uno de mis alumnos, que estaba en el encerado resolviendo un problema, me dijo, espera, me estás diciendo que nuestros sentimientos sólo son procesos electroquímicos entre las neuronas de nuestro cerebro?, yo le dije, simplificando mucho, pues sí, es lo que hay, y él, entonces ¿podemos modificar de manera externa nuestras emociones y sentimientos y recuerdos? pues en teoría sí sería posible, dije, por suerte, todavía no se sabe como hacerlo, aunque no creo que se tarde más de cinco-diez años en lograrlo. Se hizo un silencio extraño en clase. De golpe volvió el bullicio y alguien dijo que seguro que en ese tiempo encontrarían también una cura para el envejecimiento, que también era un proceso químico, y una niña, en la primera fila, dijo, jo, yo no quiero morirme, que mal rollo. Luego tocó el timbre y ellos ya se iban discutiendo del partido de fútbol del celta y de la excursión que hacen a Salamanca desde mañana. Yo me quedé en clase viendo las mesas vacías y el suelo lleno de papeles. Jó, morirse, que mal rollo. Pues sí.