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Leo, casi al mismo tiempo, "Gomorra", el best seller de Roberto Saviano y "la ilusión democrática", la recopilación de ensayos sueltos de Claude Lefort sobre democracia, política y otras historias para no dormir. De alguna manera, entre la disección espantada del crimen organizado que realiza Saviano y la reflexión de Lefort sobre las condiciones en las que se realizan las democracias occidentales contemporáneas, hay una red tupida de relaciones temáticas y de preocupaciones compartidas. El libro de Saviano es necesario leerlo. Señala directamente a la fusión de negocios legales e ilegales y a cómo los grandes capos mafiosos ganan más con sus empresas no-criminales que con los asuntos de drogas, armas y tráfico de personas. Habla, con urgencia y cierto cansancio, del maridaje entre las fortunas tradicionales y la delincuencia organizada. De como capital y crimen conviven en armonía. De cómo el sistema facilita la explotación, los cinturones de miseria en torno a las grandes ciudades o el crecimiento de masas de personas sin derechos de facto. El libro de Saviano no habla de nada que no sepamos, pero pone nombres y apellidos. Señala lugares, empresas, ciudades, partidos políticos. Nos muestra qué sostiene el milagro de las mercancías chinas a bajo coste que inundan Europa. El prodigio de la ropa de marca a bajo precio en los outlets. Los electrodomésticos de las tiendas de superdescuento. Todo éso tiene un coste en vidas humanas. El robo legal y el no legal hermanados por el mismo principio: enriquecerse a toda costa, ilimitadamente.

El libro de Lefort, centrado en darle contenido a las palabras "democracia" o "política", en definir el lugar de ambas cosas en nuestro tiempo, me martillea con párrafos como éste:

La democracia moderna es el único régimen que significa la separación entre lo simbólico y lo real con la noción de un poder del que nadie, sea un príncipe o una banda, podría apoderarse; su virtud es conducir a la sociedad a la prueba de su institución; allí donde se perfila un lugar vacío no hay conjunción posible entre el poder, la ley y el saber, no hay enunciado posible de su fundamento; el ser de lo social se oculta, o mejor dicho, se da bajo la forma de un cuestionamiento interminable (del que da fe el debate incesante, cambiante de las ideologías); se desvanecen los referentes últimos de la certeza, en tanto que nace una nueva sensibilidad para lo desconocido de la historia, para la gestación de la humanidad en toda la variedad de sus figuras.
[...]
La democracia es aquel régimen en que la figura del otro se encuentra abolida, en la que el poder no digamos que está al desnudo -pues sería ceder de nuevo a una ficción realista-, sino que no se desprende de la división que lo engendra y permanece inasible (substraído a la apropiación y a la representación); ese régimen no se deja aprehender en su forma política. En tanto se desdibujan los contornos de la sociedad y vacilan las referencias de la unidad, nace la ilusión de una realidad que contuviera la razón de su propia determinación en la combinación de las múltiples relaciones de hechos.

El propio Saviano decía hace poco en una entrevista: la mafia sólo es el capitalismo llevado a sus últimas consecuencias. Y, añadiría yo, el desbordamiento del propio capitalismo de su esfera de influencia conlleva, al igual que el fenómeno mafioso, la destrucción absoluta de conceptos como "política" o "democracia".

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