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ruido de fondo, una vez más
Hace unos días comí con mis suegros, la típica comida familiar de domingo repleta de trivialidades y obviedades en la que lo importante no es lo que se dice sino el hecho de estar juntos para poder decirlo. Sin embargo, algo hizo diferente esta comida. El día anterior, un par de anormales jugando a las carreras en la avenida de Jenaro de la Fuente asesinaron a un matrimonio que volvía tranquilamente a casa (los chicos pilotaban un audi y un bmw respectivamente, la pareja un citroen AX: hay algo muy significativo en ello). Ambos componentes del matrimonio eran buenos amigos de mi suegro. Parloteando incesantemente tratábamos de que la conversación no tuviera puntos de fuga, de que el diálogo a varias voces no abriera un hueco que nos llevara de cabeza a la noticia del día anterior. Sin embargo, a base de esforzarnos por esquivar la cuestión, pronto se hizo evidente, por omisión, que ese era EL tema que sobrevolaba nuestras palabras. En un momento dado, con el cacareo fuera de control, mi suegro se levantó de la mesa y salió al balcón, a coger aire, a huir de ese barullo absurdo, yo que sé. Se hizo un silencio brutal tras el cual, como si hubiéramos estado esperando, nos atrevimos a comentar los detalles de la noticia, con cierta avidez, como necesitando comprobar en la mirada de los demás que realmente había sido cierto. Cuando volvió a la mesa, reanudamos la charla banal, el parloteo apresurado, nos refugiamos en los sonidos que salían de nuestra boca, como si sirviera para algo. Transcurridos unos días y ahora que la actualidad ha devorado la noticia, trato de ponerme en el sitio de mi suegro. Es un sitio complicado, como si te hubieran abierto una boca de metro a la altura del corazón. Joder.

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