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castración química
Dentro de la variada gama de barbaridades que he podido leer/escuchar este verano por boca de los políticos propios y de los foráneos, reconozco un grado extra de estupefacción y horror ante dos momentos concretos: la entrevista, hace casi un mes, a Fraga en el diario "El País" (en la cual el exministro franquista de Información y Turismo se saca todas sus raídas máscaras de demócrata-a-la-fuerza) y la "brillante" idea de ese neocon francés con ropajes populistas de castrar químicamente a los responsables de delitos sexuales. Lo asombroso de esta idea que nos devuelve a unos cuatro mil años atrás en el curso de la historia (el código Hammurabi, 1790 a.C.) y que convierte a la justicia en una caricatura macabra de lo que debe ser, es que ha tenido un eco sorprendente por estas tierras. Una legión de "periodistas" y "pensadores" se han puesto a discutir sobre los posibles beneficios y perjuicios de semejante disparate como si fuera una "idea" en realidad y no uno más de los eructos del presidente francés tras una comida copiosa. ¿Alguien se imagina al presidente del gobierno pidiendo que consideremos que se le corten las manos a los ladrones o que se le saquen los ojos a los que ven pornografía infantil? ¿Alguien se imagina que pueda haber discusión sobre algo semejante? Por si los afines al presidente francés andan escasos de recursos, ahí van algunas líneas del citado código de Hammurabi que les pueden servir de inspiración:

_ Si un hombre ha ejercido el bandidaje y se le encuentra, será condenado a muerte.

_ Si un hombre ha acusado a otro hombre y le ha atribuido un asesinato y éste no ha sido probado en su contra, su acusador será condenado a muerte.

_ Si un hombre ha reventado el ojo de un hombre libre, se le reventará un ojo.

_ Si un hombre, tras la muerte de su padre, yace con su madre, se los quemará a ambos.

_ Si un hijo ha golpeado a su padre se le cortará la mano.

_ Si un señor abre brecha en una casa, delante de la brecha se le matará y se le colgará.

_Si se declara un incendio (fortuito) en la casa de un señor y (si) un señor que acudió a apagarlo pone los ojos sobre algún bien del dueño de la casa y se apropia de algún bien del dueño de la casa, ese señor será lanzado al fuego.

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