fin de curso
Mañana marcho para hacer una pequeña salida cultural con mis alumnos de 3º de la ESO a Madrid. Lo que para nosotros es una breve interrupción de nuestra rutina cotidiana (apenas tres días de intenso maratón cultural), para ellos supone algo parecido a una visita a algún país remoto. La efervescencia que se adivina en el ambiente y una forma exhuberante de entusiasmo que no creo que tenga mucho que ver con los museos o el teatro a los que vamos a ir hacen que sienta las punzadas de envidia y melancolía típicas de estos eventos. Ellos se sienten inmortales y además habitan un presente en el que cada segundo está cargado de una intensidad extrema.
A veces, cuando consigo desprenderme del cansancio acumulado de la semana, cuando consigo dormir bien una noche completa, y, si tengo la suerte de que el día contribuya, noto mi propio estado de ánimo como una sustancia en expansión. Ésto me hace sentir algo remotamente similar a lo que experimentan ellos: algo así como encender una cerilla mientras a tu lado está ardiendo un país entero o están detonando una bomba atómica.
En fin, hasta el sábado.
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