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música para una huelga del servicio de recogida de basuras
Ayer estuve en la sesión don domingo del vademecum. Actuaron los americanos excepter, presentando un show de difícil calificación, una de esas veces en las que uno se ve obligado forzado a salir de su cómodo colchón de referencias antes de poder afirmar "me gusta/no me gusta". Sobre el papel "nuevo rock-noise band de vanguardia en la escena neoyorkina", tal y como resume la página del club vademecum. En la práctica harían falta un par de folios para poder decir algo sobre ellos. Sobre el escenario cinco personas, de las cuales tres dedicaron el concierto a lanzar aullidos de todo tipo mientras se retorcían sobre el escenario, todo ello sobre un colchón rítmico que alternaba lo programado con los arreones a una batería al borde del desguace. Uno de los cantantes acompañaba su despliegue vocal con contorsiones de todo tipo mientras sacudía los objetos más dispares: una manzana (que sonaba como una maraca), una serpiente de plástico y otros cacharros que no fui capaz de identificar. El guitarrista estaba dedicado a sacar ruidos extraños de su guitarra mientras ayudaba lo que podía en lo de las voces, y la chica del grupo combinaba el contorsionismo con más voces de ultratumba.

Si lo pienso bien, podría decir que el concierto no me gustó, pero no estaría siendo justo. Hay, en el juego de la creación, la necesidad de ir a tientas buscando nuevas vías, la obligación de expandir el terreno conocido a costa de cometer equivocaciones. Creo que en todo el espectáculo de excepter hubo una clara vocación de explorar territorios poco transitados, de ir buscando ese paso adelante en el juego con la materia sonora: ahí está la audacia de mezclar gritos y bases rítmicas programadas, de crear atmósferas desasosegantes maltratando una guitarra y una batería, de desarrollar una puesta en escena en la que la improvisación juega un papel decisivo, moviéndose en la frontera de la actuación teatral, la performance desquiciada y el puro ruidismo.

Todo ello, para un paladar estándar y poco acostumbrado a sustos como el mío resulta chocante, pero, al mismo tiempo, terriblemente estimulante por la necesidad de redefinir el propio gusto, de variar sus fronteras, de someterlo a tensiones que reubiquen las ideas preconcebidas de lo bueno y lo malo. Es decir, que aunque el concierto no me gustó demasiado, revolvió algo dentro de mí, me hizo pensar, me obligó a un curioso esfuerzo, me hizo dar vueltas a algunas de mis ideas sobre lo bueno y lo malo, lo que me gusta y lo que no me gusta. En ese sentido sí le daría un diez, aunque corra el riesgo de ser tachado de gilipollas por aquellos que a un concierto sólo acuden buscando una pura conexión emocional. (Gilipollas y pretencioso, sospecho.)

(Fuera del vade, el panorama urbano de la segunda jornada de la huelga del servicio de recogida de basuras se me antojaba el material visual adecuado para el concierto que acababa de presenciar. Contenedores desbordados, restos de plásticos y papeles por la calle, materia orgánica en proceso de descomposición: todo el mal rollo que generaba el escenario -porque esa parecía la intención- parecía haberse materializado en las calles invadidas de desperdicios a la salida del concierto)

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