el viernes por la noche voy al concierto de static en el wade, pop electrónico y cierto gusto por la cultura de club, un paso más allá de los postulados morr, sobre todo porque realmente las canciones con toda su parafernalia de ruidillos electrónicos y su querencia por las texturas sonoras elaboradas con minuciosa paciencia, destacaban por un cierto galope rítmico que te hacía empezar a bailar casi incoscientemente; lo lamentable fue la escasísima presencia de público (unas 20 personas), que me hacen preguntarme si realmente esta ciudad y sus alrededores dan para sostener una escena mínima en la que acoger las propuestas más arriesgadas e innovadoras en cuestión de música electrónica. Como decía L., hubiera sido mejor hacer el concierto en la tienda de sinsalaudio, que con 20 personas ya parece estar a rebosar (M. le apostilló que qué tal en el salón de su casa: ahí si que iba a estar todo el mundo a gusto); hice un par de fotos, cómo no:
al margen de la depresión que da ver la sala casi vacía el concierto estuvo muy bien, pero, si hay algo que sí me gusta de este ambiente casi íntimo, es que al final el tipo que ha tocado se ponga en medio de la pista como uno más a bailar lo que pinche el DJ de turno, sin que nadie le toque las narices con el rollito groupie; esto es algo que me encanta, que el músico esté entre la gente como si fuera uno más, una postura totalmente alejada del insoportable divismo de la mayoría de los músicos. (Es evidente que tal cosa sólo puede ocurrir en conciertos que acaban por tener un cierto parecido con las reuniones semiclandestinas de algunas sectas)
[y por la tarde me voy a la cacerolada de los de nunca mais con un grave dilema: ¿el cazo de la leche o la olla pequeña de hacer la sopa? ¿el cucharón de servir la sopa o algo más contundente como el tenedor de trinchar la carne? dios, qué duro es para un terrorista elegir su armamento]
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