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Alan Badiou: a propósito de las elecciones

Supongamos que la política es lo que yo pienso que es, y que la siguiente definición puede resumirla: "la acción colectiva organizada, conforme a ciertos principios que intenta desarrollar en lo real las consecuencias de una nueva posibilidad que se encuentra rechazada por el estado de cosas dominante". Por consiguiente, es necesario concluir que el voto al que se nos invita es una práctica esencialmente apolítica. Está sometido, pues, al sin-principio del afecto. De ahí se sigue la escisión entre un imperativo formal y la indecisa oscilación de todas las posibles convicciones afirmativas. Es bueno votar, para darle forma a mis miedos, pero resulta difícil de creer que aquello por lo que voto pueda ser bueno. Aquello que falla en el voto no es otra cosa que lo real.

[Este fragmento es parte de una charla dada en los días previos a la 2ª vuelta de las elecciones francesas que dieron la presidencia de Francia a Nicolás Sarkozy]
Alan Badiou: ocho puntos

Os indico ocho puntos practicables. No se trata ni de un programa ni de una lista, es una tabla de posibles, abstracta e incompleta, naturalmente.

Punto I. Asumir que todos los obreros que trabajan aquí son de aquí, que deben ser considerados igualitariamente y honrados como tales, especialmente los extranjeros.

Punto II. El arte como creación, sean cuales sean su época y su nacionalidad, es superior a la cultura como consumo, por más contemporánea que sea.

Punto III. La ciencia que es intrínsecamente gratuita está absolutamente por encima de la técnica, incluso y sobre todo cuando ésta es rentable.

Punto IV. El amor tiene que ser reinventado (llámese éste el "punto de Rimbaud"), pero también, simplemente, defendido.

Punto V. Todo enfermo que solicite ser tratado por un médico ha de ser examinado y curado lo mejor posible dentro de lo que permitan las condiciones contemporáneas de la medicina, tal y como las conozca este médico; ésto ha de hacerse sin condicionamiento de edad, nacionalidad, "cultura", estatus administrativo o recursos financieros (este es el punto de Hipócrates).

Punto VI. Todo proceso que está, desde su fundamento, encaminado a presentarse como un fragmento de una política de emancipación debe ser considerado superior a toda necesidad de gestión.

Punto VII. Un periódico que pertenece a ricos patrones no debe ser leído por alguien que no sea ni patrón ni rico.

Punto VIII. Hay un solo mundo

(El domingo, elecciones. Las opciones son: lo regular, lo malo, lo peor, la alternativa insignificante y la unión fascismo y democracia. Qué hacer.)
Alan Badiou: sobre la valentía

Así pues, defino la valentía como la virtud que se manifiesta mediante la resistencia en lo imposible. No se trata sólo de encontrarse con lo imposible, de experimentarlo. Pues ahí sólo estamos ante el heroísmo, un momento de heroísmo. Ahora bien, el heroísmo es a fin de cuentas más fácil que la valentía. El heroísmo tiene lugar cuando nos enfrentamos a lo imposible. Siempre se ha representado como una postura, eventualmente sublime, porque es el momento en el que uno se vuelve hacia lo imposible, es decir, hacia lo real requerido, y se enfrenta a él. La valentía es distinta del heroísmo porque es una virtud y no un momento ni una postura. Es una virtud que se construye. Señalemos que para nosotros, materialistas del acontecimiento y de la excepción, una virtud no es algo que ya se tenga, una suerte de disposición que hace que haya, por ejemplo, valientes y cobardes. Una virtud se manifiesta en prácticas que construyen un tiempo particular sin considerar las leyes del mundo y sin considerar las opiniones que apoyan esas leyes. Si el heroísmo es la figura subjetiva que se enfrenta a lo imposible, la valentía es la virtud de resistencia en lo imposible. La valentía no es un punto, sino mantener ese punto. Lo que requiere la valentía es mantenerse en una duración diferente de la impuesta por la ley del mundo. La materia prima de la valentía es el tiempo.
[...]
¡Pero atención! La valentía no puede consistir en tener valentía para empezar de nuevo, para reconstruir lo que ya existía. La valentía para continuar estando "valentizado" [neologismo que utilizan los inmigrantes africanos en Francia] no es en absoluto reductible a la valentía para conservar lo que fue deshecho. La "reconstrucción de la izquierda", la "reforma del partido socialista" [se refiere al trabajo a realizar tras la victoria de Sarkozy] ¡todo eso nos parece demasiado poco! No hay nada mejor que eso para no llegar nunca a "valentizar" a nadie. Toda repetición des-valentiza.

(Alan Badiou, ¿qué representa el nombre de Sarkozy?, ed. Ellago)


(Todo ésto tiene que ver con las elecciones, claro.)
a una semana de las elecciones

[Sobre el rasgo revolucionario y sin precedentes de la democracia]
El lugar del poder se convierte en un lugar vacío. Es inútil insistir sobre el detalle del dispositivo institucional. Lo esencial es que les está prohibido a los gobernantes apropiarse, incorporarse el poder. Su ejercicio se somete al procedimiento de una revisión periódica. Se lleva a cabo al término de una competencia regulada, cuyas condiciones se preservan de forma permanente. Este fenómeno implica una institucionalización del conflicto. Vacío, inocupable -de tal modo que ningún individuo ni ningún grupo pueden serle consustanciales-, el lugar del poder se muestra como aquel al que no puede darse una determinada figura. Sólo son visibles los mecanismos de su ejercicio, o los hombres, simples mortales que poseen la autoridad política. Nos equivocaríamos si consideráramos que el poder se aloja en lo sucesivo dentro de la sociedad por el hecho de que emana del sufragio popular; el poder sigue siendo la instancia en virtud de la cual la sociedad puede ser concebida en su unidad y se relaciona consigo misma en el espacio y en el tiempo. Pero esta instancia no se refiere ya a un polo incondicionado, señala una separación entre el interior y el exterior de lo social que, sin embargo, instituye su relación. Aquella instancia se hace reconocer tácitamente como puramente simbólica.

(Claude Lefort, la incertidumbre democrática, pág. 47)


La conclusión del texto nos lleva a que el principal enemigo de la democracia es aquel agente que pretende ser el ocupante legítimo del lugar del poder. Aquellos que creen que les corresponde por alguna clase de derecho anterior a la instauración de la propia democracia. Si pienso un poco en los partidos que se presentan a las próximas elecciones, caigo en la cuenta de que los modos de alguno de ellos revelan a quien se cree el ocupante natural de ese lugar del poder. Durante los tiempos "buenos", basta simplemente con tenerlos controlados, con vigilarlos con distancia. Pero, si las cosas se ponen difíciles...

Cuando crece la inseguridad de los individuos como consecuencia de una crisis económica
, o de los destrozos de una guerra; cuando el conflicto entre las clases y los grupos se agudiza y no encuentra ya una resolución simbólica en la esfera política; cuando el poder parece caer en el plano de lo real y aparece como una cosa particular al servicio de los intereses y de los apetitos de vulgares ambiciosos, para decirlo brevemente: cuando se muestra dentro de la sociedad y al mismo tiempo ésta aparece fragmentada, entonces se desarrolla el fantasma del pueblo-uno, la búsqueda de una identidad sustancial, de un cuerpo social soldado a su cabeza, de un poder encarnador, de un Estado libre de división.

(Claude Lefort, la incertidumbre democrática, pág. 50)


Entonces, ay entonces.
young folks, folk version
Vía ruido de musas descubro ésto:



nostalgia del exceso
El adjetivo "bonito" se suele utilizar por eliminación. Acostumbra a ser el final de un proceso de descartes, de eliminaciones sucesivas para describir una situación o un acontecimiento que no damos clasificado y que, probablemente, tampoco nos interesa demasiado valorar. Un lago con pinos alrededor. Una puesta de sol desde la playa. Cualquier foto de un bebé con un gato al lado. Una canción de Josh Rouse. Una postal nocturna de la torre Eiffel iluminada. Unas nubes en el cielo. Un paisaje de montaña nevado. Un concierto de Josh Rouse. Yo qué sé. Pensé en todo ésto ayer, mientras escuchaba a Josh Rouse en el teatro Salesianos dentro del ciclo "vangardas sonoras" (ciclo que, por lo visto en el folleto promocional no está a la altura de su denominación ni de lejos) y pasaba el rato arrullado por sus canciones. Pop de autor para cantar las cosas pequeñas de la vida. Dos guitarras acústicas, toques suaves de órgano, melodías pegadizas ma non troppo. Rollo Don Mclean, James Taylor, todo correcto, pulcro, aseado, "sensible". Ni rastro de las comparaciones con Raymond Carver de las que hablaba la nota de prensa. En sus mejores momentos, cantando en castellano, algunas sonrisas al recordar a un peso pesado, Jonathan Richman y su español macarrónico. Todo muy confortable y relajante. A mi alrededor, sin embargo, la gente rugía entregada ante cada nuevo tema. Me pregunté, ¿soy el único al que tanta corrección le resbala completamente? Al salir, me encontré rodeado por un número considerable de caras de entusiasmo. Algunos conocidos me preguntaban, que tal el concierto. Sólo me salía, bonito, sí, muy bonito. Me acordé de Bonnie Prince Billy hace dos años. Un hombre, una guitarra, sin melodías pegadizas, sin estribillos, sin ir de guay con el público. Aquello raspaba, hería, atravesaba piel, carne, hueso. Salías dándole vueltas a algo. Nunca se me ocurriría calificarlo de "bonito". No sé si me explico.
noticia bomba
Leído en la sección de economía del diario "Público":

El fondo inmobiliario del Santander tardará dos años en devolver el dinero.
Banco Santander ha pedido una tregua de dos años a los partícipes de su fondo de inversión inmobiliario, Santander Banif Inmobiliario. El 80% de los que inviertieron en este producto han pedido que les devuelvan sus ahorros y el fondo no tiene liquidez para atender de manera inmediata las peticiones de todos.

¿El Santander (recordemos: 8º banco del mundo por capitalización) no tiene pasta para devolver el dinero de un fondo de inversión a los ahorradores que han metido ahí su capital? si es una broma, no tiene ninguna gracia.
Toda la noticia aquí.
adivine de quién se está hablando

Es un hombre cumplidor, trabajador hasta el extremo, leal ante el significado de la palabra juramento y fiel al mismo. Es un hombre sereno, sencillo, disciplinado y amante de la verdad. No es violento, ni agresivo. Es templado, sensato, sereno, inteligente y capaz de discernir con coherencia una realidad aparentemente absurda e incoherente como parece que fue el 23F. Es un marido ejemplar. Un padre extraordinario. Un hombre excepcional. Un amigo fiel. Un español honorable y un cristiano sincero y veraz.

La respuesta: aquí.
porqué me hace gracia ben stiller
Los cómicos son la clase de actores peor vistos por todos aquellos espectadores que se precian de tener buen gusto cinematográfico, un criterio estético, o, en el peor de los casos, incluso, una idea clara de que es el buen cine y que no lo es. A no ser, claro, que dichos cómicos sean serios y circunspectos (Buster Keaton, Harold Lloyd), en cuyo caso, esa seriedad impostada puede alcanzar el sagrado rango de "lo cool" (esa manera tan patética de exaltar la contención frente al exceso, lo racional frente a lo emocional, la distancia frente a la proximidad, en fin). Los cómicos, decían, tienen escaso prestigio entre el cinéfilo medio (yo creía serlo hasta hace un par de años: otro síntoma más de una personalidad atrofiada y acomplejada), diría que incluso a alguna gente les molesta su éxito entre el gran público, su fama, su exceso de presencia. Personalmente, me ha costado admitir que me mola realmente Leslie Nielsen (en especial toda la saga de "agárralo como puedas"), que algunas payasadas de Steve Martin pueden hacer que me muera de la risa de forma inexplicable, o que me he reído con las idioteces escatológicas de "algo pasa con Mary" o con películas subnormales como "desmadre a la americana", "porky´s" (de acuerdo, esta es una mierda completa), toda la saga de parodias tipo "scary movie" y similares, o cualquiera de los blockbusters de Jim Carrey.

Sin embargo, mi gusto vergonzante por la payasada descerebrada ha alcanzado últimamente cierta satisfacción de sí gracias a un actor como Ben Stiller. Casi sin darme cuenta me he ido viendo algo así como diez o doce de sus películas en los últimos diez años. Quizás estaba de hostia en "reality bites", pero desde que lo vi enfundado en aquel inolvidable chándal adidas en "los tenenbaum" no he podido evitar simpatizar abiertamente con los personajes que ha venido interpretando desde entonces.

La primera vez que "algo pasa con Mary" estaba en plena etapa "soy un cinéfilo medio que aspira a estar por encima de estas vulgaridades" y fui incapaz de disfrutar del desbarre total y de las cargas de profundidad que, bajo el manto del chiste grueso, la película disparaba contra los films de amores adolescentes de toda la vida. ¿Quién soportaba el peso de la película? Él, el tipo capaz de poner la cara de idiota más lograda que he visto nunca. Si lo pienso y sumo los gestos de estupidez que he presenciado a lo largo de mi vida, los míos incluídos, me sale algo parecido a su cara. El mamón que se cree guay. El capullo que piensa que está quedando de cojones. El melón que está convencido de ser el colmo de lo cool. Todos esos personajes son su especialidad. Los borda. Y nos reímos con/de él, porque, en el fondo, sólo nos está retratando a nosotros mismos, su público descerebrado que necesita chistes de calibre grueso y situaciones vergonzantes para exorcizar las variantes menos exhibibles de la propia personalidad. Hay, por supuesto, en sus actuaciones, un exceso de teatralidad que lo pone continuamente al borde del histrionismo. Ese borde es peligroso, cruzarlo supone romper con la verosimilitud, convertirse en el actor que exhibe su conciencia de ser tal cosa. Pero es el juego con ese exceso el que da valor a las actuaciones del cómico. Es el correr el riesgo de resultar incómodo, molesto, desagradable o cargante lo que lo distingue del actor corriente y moliente. La bastada, el trazo gordo, el chiste fácil son insoportables para la mayoría de los actores. Los cómicos cargan con ello y la mayoría no salen indemnes de soportar tal peso. Que se lo digan a Jim Carrey, que, de vez en cuando, se ve obligado a hacer películas "serias" para demostrar que es un buen actor.

Me gusta Ben Stiller, no todas sus películas, pero sólo con verlo se me alegra la cara. Es una especie de reflejo ante esa mueca permanente de desconcierto/asombro que lleva a cuestas. Ha alcanzado cierta cumbre con su última película, "tropic thunder", aunque ya anteriormente se salía en la bastante floja "matrimonio compulsivo" (¿la domesticación de los hermanos Farrelly?) o en la minisaga "los padres de ella/los padres de él". Da igual. Ben Stiller, gracias por haberme hecho entender que lo peor de lo peor es avergonzarse de los propios gustos, pretender que uno está por encima de "lo que le gusta a todo el mundo", y, por encima, componerse una imagen falsa de uno mismo. Hallellujah.
el glamour y la mugre
Ayer estuve en Santiago dC, en la sala Capitol, escuchando a los tindersticks. No deja de sorprenderme cómo los grandes iconos de la indie music de los 90 siguen dando guerra, en plena forma si juzgamos a todos por el nivel demostrado ayer noche. Abrió David Kitt para una sala semi vacía, pop intimista de autor, una voz maravillosa muy próxima a la del cantante de los silver jews, canciones como pinceladas sobre amores y desamores en apenas treinta minutos mientras iba entrando gente. Luego, mientras el aforo de la sala se veía claramente desbordado, salieron a escena los protagonistas principales. La primera media hora de concierto, aproximadamente, la supongo centrada en canciones de su último disco ya que no conocía ninguna. Para mi sorpresa, todas ellas bastante por encima del calificativo "digno". La voz de Staples ha ganado cuerpo con el paso del tiempo. Da igual lo que cante, la rendición es absoluta después de dos palabras. Pensé, tiene la clase de voz que uno querría tener para decir las cosas importantes de la vida, las que tienen que ver con el amor o la muerte, la voz que uno querría para escuchar saliendo de la propia boca para atenuar la sensación de carecer de substancia. Si su voz ya sobrecogía cantando canciones desconocidas, cuando empezó a recorrer los temas de sus dos primeros discos se desató una especie de histeria colectiva. Sí, los tindersticks son los reyes del melodrama impostado, de la teatralidad sobreactuada, del artificio sentimental. Pero su actuación resulta convincente. Uno se cree la función. Cuando iba cerca de una hora de concierto, el ambiente tenía esa carga espesa mezcla de tabaco, porros, sudores y alcohol que caracteriza los conciertos en lugares pequeños cerrados. Sobre el escenario canciones de desamor con ribetes melodrámaticos, la elegancia sudorosa de Staples y toda su banda (extraordinarias la trompeta y el saxo barítono), una idea viril del glamour encarnada en los siete componentes del grupo, mientras, abajo, una masa que en principio iba con el objetivo de enchufarse a la banda sonora de su pasado reciente, se venía arriba ante el despliegue de energía, y acababa rugiendo ante la exhibición que estaba teniendo lugar en el escenario. Cayeron todos los megahits, que yo recuerde: nectar, city sickness, tiny tears, el diablo en el ojo, sweet sweet man, una gloriosa my sister con la que cerraron el concierto, snowy en fa#m, whisky and water, blood, marbles, her... En algunos momentos me emocioné realmente. Y me lamenté por haber dejado de prestarles atención con tanta facilidad. Me lamenté de mi incapacidad para seguir siendo fiel a las cosas que realmente me gustan. Yo que sé, no pude evitar pensar en cómo la desorientación absoluta en la que vivo permanentemente es capaz de apartarme de aquello con lo que disfruto con la excusa de la novedad. Una identidad, por dios, quiero. Y una voz como la de Stuart, si fuera posible.
está pasando
Leo, casi al mismo tiempo, "Gomorra", el best seller de Roberto Saviano y "la ilusión democrática", la recopilación de ensayos sueltos de Claude Lefort sobre democracia, política y otras historias para no dormir. De alguna manera, entre la disección espantada del crimen organizado que realiza Saviano y la reflexión de Lefort sobre las condiciones en las que se realizan las democracias occidentales contemporáneas, hay una red tupida de relaciones temáticas y de preocupaciones compartidas. El libro de Saviano es necesario leerlo. Señala directamente a la fusión de negocios legales e ilegales y a cómo los grandes capos mafiosos ganan más con sus empresas no-criminales que con los asuntos de drogas, armas y tráfico de personas. Habla, con urgencia y cierto cansancio, del maridaje entre las fortunas tradicionales y la delincuencia organizada. De como capital y crimen conviven en armonía. De cómo el sistema facilita la explotación, los cinturones de miseria en torno a las grandes ciudades o el crecimiento de masas de personas sin derechos de facto. El libro de Saviano no habla de nada que no sepamos, pero pone nombres y apellidos. Señala lugares, empresas, ciudades, partidos políticos. Nos muestra qué sostiene el milagro de las mercancías chinas a bajo coste que inundan Europa. El prodigio de la ropa de marca a bajo precio en los outlets. Los electrodomésticos de las tiendas de superdescuento. Todo éso tiene un coste en vidas humanas. El robo legal y el no legal hermanados por el mismo principio: enriquecerse a toda costa, ilimitadamente.

El libro de Lefort, centrado en darle contenido a las palabras "democracia" o "política", en definir el lugar de ambas cosas en nuestro tiempo, me martillea con párrafos como éste:

La democracia moderna es el único régimen que significa la separación entre lo simbólico y lo real con la noción de un poder del que nadie, sea un príncipe o una banda, podría apoderarse; su virtud es conducir a la sociedad a la prueba de su institución; allí donde se perfila un lugar vacío no hay conjunción posible entre el poder, la ley y el saber, no hay enunciado posible de su fundamento; el ser de lo social se oculta, o mejor dicho, se da bajo la forma de un cuestionamiento interminable (del que da fe el debate incesante, cambiante de las ideologías); se desvanecen los referentes últimos de la certeza, en tanto que nace una nueva sensibilidad para lo desconocido de la historia, para la gestación de la humanidad en toda la variedad de sus figuras.
[...]
La democracia es aquel régimen en que la figura del otro se encuentra abolida, en la que el poder no digamos que está al desnudo -pues sería ceder de nuevo a una ficción realista-, sino que no se desprende de la división que lo engendra y permanece inasible (substraído a la apropiación y a la representación); ese régimen no se deja aprehender en su forma política. En tanto se desdibujan los contornos de la sociedad y vacilan las referencias de la unidad, nace la ilusión de una realidad que contuviera la razón de su propia determinación en la combinación de las múltiples relaciones de hechos.

El propio Saviano decía hace poco en una entrevista: la mafia sólo es el capitalismo llevado a sus últimas consecuencias. Y, añadiría yo, el desbordamiento del propio capitalismo de su esfera de influencia conlleva, al igual que el fenómeno mafioso, la destrucción absoluta de conceptos como "política" o "democracia".
La trascendencia de lo banal, una aproximación
La rendición incondicional hacia el ámbito de lo doméstico nos empequeñece de manera brutal. Es como si nos hubiéramos extraviado y sólo encontrásemos pistas acerca de nosotros mismos en el entorno de lo íntimo, en la ficción burguesa de lo privado. Me preocupa esta deriva que conduce las conversaciones hacia todos los temas menores del mundo. Siento que un equilibrio precario e inestable se ha roto en la dirección equivocada. Es como si, al envejecer, el mundo fuera interesándonos menos y experimentásemos con más intensidad la llamada de todas las preguntas sobre nosotros mismos en forma de menudencias cotidianas. A veces me veo en los demás y siento la rabia del que no ha desertado de nada porque nunca ha militado en ninguna causa. Está pasando algo silencioso y destructor por encima de nuestras vidas, algo que nos empuja imperceptiblemente al calor del hogar, a entronizar los rituales de lo doméstico como ceremonias de conexión con alguna clase de misterio sagrado. La vida dentro de casa se está convirtiendo en una especie de religión atea. Necesito mirar hacia el espacio común, sentir que la vida es más que la suma de los pequeños instantes que dedico a la supervivencia material. Dónde están los otros cuando se necesita pelear con ellos para medir las propias fuerzas. Dónde están las propias fuerzas en este interminable invierno de la voluntad. Dónde el espejo que nos diga con claridad lo insignificante que se vuelve la vida cuando sólo mira para sí misma. Dónde.
 

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