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el glamour y la mugre
Ayer estuve en Santiago dC, en la sala Capitol, escuchando a los tindersticks. No deja de sorprenderme cómo los grandes iconos de la indie music de los 90 siguen dando guerra, en plena forma si juzgamos a todos por el nivel demostrado ayer noche. Abrió David Kitt para una sala semi vacía, pop intimista de autor, una voz maravillosa muy próxima a la del cantante de los silver jews, canciones como pinceladas sobre amores y desamores en apenas treinta minutos mientras iba entrando gente. Luego, mientras el aforo de la sala se veía claramente desbordado, salieron a escena los protagonistas principales. La primera media hora de concierto, aproximadamente, la supongo centrada en canciones de su último disco ya que no conocía ninguna. Para mi sorpresa, todas ellas bastante por encima del calificativo "digno". La voz de Staples ha ganado cuerpo con el paso del tiempo. Da igual lo que cante, la rendición es absoluta después de dos palabras. Pensé, tiene la clase de voz que uno querría tener para decir las cosas importantes de la vida, las que tienen que ver con el amor o la muerte, la voz que uno querría para escuchar saliendo de la propia boca para atenuar la sensación de carecer de substancia. Si su voz ya sobrecogía cantando canciones desconocidas, cuando empezó a recorrer los temas de sus dos primeros discos se desató una especie de histeria colectiva. Sí, los tindersticks son los reyes del melodrama impostado, de la teatralidad sobreactuada, del artificio sentimental. Pero su actuación resulta convincente. Uno se cree la función. Cuando iba cerca de una hora de concierto, el ambiente tenía esa carga espesa mezcla de tabaco, porros, sudores y alcohol que caracteriza los conciertos en lugares pequeños cerrados. Sobre el escenario canciones de desamor con ribetes melodrámaticos, la elegancia sudorosa de Staples y toda su banda (extraordinarias la trompeta y el saxo barítono), una idea viril del glamour encarnada en los siete componentes del grupo, mientras, abajo, una masa que en principio iba con el objetivo de enchufarse a la banda sonora de su pasado reciente, se venía arriba ante el despliegue de energía, y acababa rugiendo ante la exhibición que estaba teniendo lugar en el escenario. Cayeron todos los megahits, que yo recuerde: nectar, city sickness, tiny tears, el diablo en el ojo, sweet sweet man, una gloriosa my sister con la que cerraron el concierto, snowy en fa#m, whisky and water, blood, marbles, her... En algunos momentos me emocioné realmente. Y me lamenté por haber dejado de prestarles atención con tanta facilidad. Me lamenté de mi incapacidad para seguir siendo fiel a las cosas que realmente me gustan. Yo que sé, no pude evitar pensar en cómo la desorientación absoluta en la que vivo permanentemente es capaz de apartarme de aquello con lo que disfruto con la excusa de la novedad. Una identidad, por dios, quiero. Y una voz como la de Stuart, si fuera posible.

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