El pasado domingo cogí en dvd "Pauline en la playa", de Eric Rohmer.
La película cuenta -recurriendo principalmente al uso de la cámara fija en tres o cuatro escenarios- el tramo final de las vacaciones de una quinceañera francesa -Pauline, una maravillosa Amande Langlet (cuento de verano; las enfermedades del doctor Sachs)- a quien sus padres dejan al cuidado de una prima mayor -Marion, la actriz Ariel Dombasle-, una mujer prototipo de lo que se entiende por estar buena y carecer al mismo tiempo de cualquier clase de atractivo.
Dos hombres concitan la atención de Marion: Pierre -Pascal Gregory-, un hiperceloso antiguo pretendiente suyo que a fuerza de insistirle acaba por sacarla de quicio, y Henri -el siempre inquietante Feodor Atkine- un donjuan ligeramente amoral al que Marion no le interesa demasiado, pero que no deja pasar la oportunidad de tirársela cuando ésta cree haber encontrado en él al amor de su vida. Los tres representan actitudes muy claras en sus reacciones ante el hecho amoroso o la atracción sexual, marcadas todas ellas por una suerte de egoísmo infantil y una falta considerable de escrúpulos para conseguir sus objetivos que hace que resulten abiertamente antipáticos y desagradables. Frente a ellos, la adolescente Pauline es la única que demuestra un poco de sensatez en su aventura veraniega con otro adolescente que conoce en la playa. Las trampas y las mentiras en las que se enredan su prima y sus dos pretendientes adultos contrastan con la actitud sincera, honesta y generosa de Pauline. La moraleja es clara: después de la adolescencia hay pocas probabilidades de tener relaciones sentimentales "limpias", a menos que uno sepa lo que quiere, y sea capaz de ser coherente con sus propios deseos y honesto en lo que se refiere a los de los demás. La escena más fuerte de la película, en la que Feodor Atkine besuquea de forma algo babosa la pierna de Pauline mientras esta duerme, es resuelta con una elegancia magistral por parte del director (no quiero ni pensar en que quedaría una escena semejante en manos de otro).
Me llamaron la atención un par de frases dentro de un guión magnífico en el que la adolescente y los adultos se nos presentan realmente como tales -y no meros estereotipos acartonados- principalmente a través de unos diálogos cuya principal virtud la frescura que desprenden. Al comienzo de la película, Marion y Pauline hablan de sus vacaciones. Marion le pregunta por qué no ha seguido de viaje con sus padres en vez de quedarse con ella: "mis padres son encantadores, pero nada divertidos". Al final, una frase de Drieu de la Rochelle martillea los títulos de crédito de forma lapidaria: "el que habla en exceso, se cava su propia tumba".