Amosando publicacións coa etiqueta reflexiones cochambrosas. Amosar todas as publicacións
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normalidad temblorosa
La normalidad para mí es una línea recta. Algo que doy por supuesto y que discurre de manera imaginaria en paralelo con la línea del horizonte. A veces, los acontecimientos la sacuden con intensidades que van desde "perturbación ligera" a "temblor catastrófico". Cuando eso ocurre, cuando la línea de la normalidad se curva y pierde su paralelismo con la línea del horizonte entro en crisis con gran rapidez. Hoy la línea de la normalidad se ha combado de una manera tal que durante unos instantes la ví fracturada en dos partes. Como un imbécil, con cada trozo en la mano, me preguntaba cómo repararla, como devolverla a su condición anterior de línea inexistente que sólo se manifiesta cuando se rompe. Con el paso de las horas -la cosa ocurrió de mañana- la línea fue volviendo sola a su posición inicial. Sin embargo, antes de marcharme definitivamente la miré por el rabillo del ojo y presentaba un temblor ligero, una oscilación arrítmica, un vaivén levemente caótico, como si estuviera acumulando energías para un nuevo latigazo. Volví a casa de vuelta del trabajo. Me conecté a internet. Puse en Google "enfermedades típicas del profesor de secundaria". Buscaba algo parecido a una excusa. La primera referencia era un entrevista a una historiadora sobre la violencia escolar. La segunda era un post del blog "las corrientes salvajes" de septiembre de 2007. Sonreí para la pantalla. Mañana, cuando mire la línea, espero que esté como debería, rectísima, paralela al horizonte, un solo trazo tranquilizador. Mañana.
cosas que se desintegran
A medida que me hago más y más mayor (algunos días el proceso se dispara a una velocidad poco explicable, algunos meses el proceso se ralentiza y casi puede llegar a creerse que sí, que puede detenerse) me encuentro con una contradicción que he acordado declarar irresoluble: el mundo, que carece ya de todo misterio, me resulta, sin embargo, totalmente inexplicable. Cómo puede ser que un lugar sin misterio sea inexplicable. Echo de menos la simultaneidad de las dos cosas a la vez, la existencia de misterio y también las explicaciones. Y ya he asumido que no tendré ni lo uno ni lo otro. En una existencia que se puede equiparar geográficamente a una planicie desértica, el misterio garantizaría la expectativa ante lo que estaría por venir, las explicaciones servirían para descifrar el presente. Ni lo uno ni lo otro asoman por estos días y ya la primavera se agotó en su presentimiento. Yo que sé.
apología de las cosas que detesto
De toda la vida he tenido averiada esa cosa que llaman "intuición". Esa capacidad de analizar lo que ocurre a tu alrededor saltándose todos los pasos lógicos en fracciones de segundo. De toda la vida he tenido bajo sospecha mi propio sentido del gusto. Siempre que algo me ha entusiasmado instantáneamente en un momento dado ha resultado ser al final una puta mierda. Casi todo lo que me ha emocionado en distintas fases de mi vida no ha resistido una segunda lectura, una visión más profunda, una revisión a fondo, yo que sé, la erosión del tiempo, los embates de las dudas razonables, el cuestionamiento de los tipos que son más listos que yo. Una de mis esperanzas juveniles era que el tiempo iría reajustando esa maquinaria averiada de fabricar intuiciones. Pero mi sorpresa no hace sino aumentar con la edad. Cada vez soy peor, menos de fiar. Doy tumbos y lanzo opiniones que sé equivocadas al poco de emitirlas. Digo cosas de las que me arrepiento rápidamente. Emito juicios insostenibles sin pensármelo demasiado. Los cimientos que sostienen mis razonamientos son de mantequilla. El núcleo de mis creencias tiene la consistencia de una pompa de jabón. A causa de ello he acabado adquiriendo una relación afectuosa con todas las cosas que he amado inicialmente para terminar detestando a la postre. Me han hecho avergonzarme de mí mismo tantas veces que de la mano de ellas he aprendido a conocerme con mucha más honestidad de la que lo hubiera hecho de acertar de forma continua. Meter la pata millones de veces es lo más parecido a un triunfo. Me gusta pensar que a la larga sienta mejor. Me gusta pensar que sólo me engaño lo justo a mí mismo. Y también.
otro año cero
Y en dos días, nuestra ficción favorita, el año nuevo: la posibilidad de reinventarse, nuevas oportunidades para fabricar una versión mejorada de nosotros mismos, el mito incombustible de poder ser hombres nuevos en un mundo igual de viejo, la fantasía egomaníaca de mejorarnos aunque sea levemente. Sabiendo lo que hay, no puedo evitar arquear un ceja cuando me descubro a mí mismo haciendo planes -pequeños- para contener el deterioro -considerable- al que llevo entregado desde hace varios años. En fin. Por otro año cero en el que quepa la posibilidad de ser un poco menos peores. He he he.
La primera hora de la mañana es una pequeña explosión de frío en la cara, una bola de nieve imaginaria, sin nieve, que impregna el cuerpo de una sustancia pegajosa. La segunda hora de la mañana es una clase vacía y ligeramente tibia que sustituye el silencio por otra cosa algo mejor. La tercera hora de la mañana es un cansancio que asoma la nariz ligeramente y luego se retira con gesto amenazante. La cuarta hora de la mañana es el resto de una nube de café en la boca, los fragmentos de una conversación acelerada deshaciéndose alrededor como pequeños ladrillos de un edificio en demolición. La quinta hora de la mañana es un movimiento que da pereza realizar, una palabra que cuesta más de la cuenta decir, algunos gestos que han sido descartados por economía. La sexta hora de la mañana es una perspectiva de conjunto sobre lo hecho, una recapitulación de expresiones prescindibles, un vistazo sobre un montón de insignificancias dichas enfáticamente. La séptima hora de la mañana. Esa no está mal. Habitualmente es olor a comida en una calle entre aire frío y ruido de coches.
no es así
El sábado tuvimos una comida entre divertida y delirante, hablando de hiperconsumo, turbocapitalismo y frivolidades de todo pelaje. Tras ella, nos tiramos de cabeza a uno de esos gigantescos bazares al aire libre que abundan por el Norte portugués. Resistí valerosamente la tentación de todos esos productos que se te echan encima, la fiebre compradora apoderándose de todo el mundo -yo mismo, otras veces- la compulsión enloquecida del "mira que chulo por sólo cinco euros" y el ambiente entre orgiástico y catártico de las masas a la caza de la ganga. Puesto el sol y con considerable frío y humedad ambiental volvimos a casa recuperando cabos sueltos de la conversación de la comida: básicamente frivolidades enlazadas con flashes sobre fragmentos de párrafos de artículos leídos en internet o en sabe dios donde. Aproveché para darme cuenta de cuánto hemos cambiado hasta en la forma de dialogar. Nuestra modo de conversar se parece demasiado a cómo navegamos por internet. Cada palabra parece un enlace hacia varios cientos de hilos discursivos. Todo está sometido a una ironía exhaustiva que agota al que habla y al que escucha. Es difícil sostener más de cinco segundos de conversación sin un chiste de fondo que cambie el sentido de todo lo dicho, que redirija el foco de interés del que habla al que comenta. Y todo en una cadena en la que todos nos pisamos unos a otros, nuestras frases mordiendo a las de los demás. Todo increíblemente confuso, divertido, y, sobre todo, exageradamente gratificante.

Al llegar a casa, como epílogo, nos tiramos de cabeza a un centro comercial a hacer la compra semanal. En el hilo musical sonaba "it´s the end of the world as we know it". Me puse a hacer malabares con un par de rollos de bolsas de basura mientras mi pie derecho seguía el ritmo de la música. Me di cuenta de que una chica me miraba con curiosidad. Me puse colorado, se me cayeron las bolsas, la música cesó bruscamente: "oferta del día, pechuga de pavo sin sal cuatro noventaynueve el kilo". Ay que vergüenza.
crítica del elogio puro
Hay cosas pequeñas pero fundamentales que deberían estar a salvo de los elogios. Criticarlas las hace más fuertes, pero elogiarlas las destruye poco a poco, las erosiona, las expone a un exceso de luz que les sienta realmente mal. No elogiemos las cosas pequeñas. Guardemos nuestros parabienes para aquello que sea inmune a la sobreexposición. Mordámonos la lengua aunque estemos deseando que todo el mundo se entere de lo estupendas que son algunas cosas aparentemente insignificantes.

Sé que no me explico. Tampoco quiero dar ejemplos concretos. Estoy harto de las cosas concretas. Ésto aún añade más confusión, supongo.
el cielo
Veo el vídeo del tipo ese que agrede a un niña colombiana en un vagón de metro en Barcelona. Las imágenes, sin sonido, con esa cámara fija que hace establecer al espectador una relación con la escena que roza el voyeurismo, son terribles porque en ellas se adivina una lógica que, de no mediar la azarosa parada del tren, amenaza con lleva la acción hasta un desenlace trágico. Frente a ellas experimentamos una rabia que, de estar en ese tren, seguro que sería paralizante pavor. En diferido es fácil creerse un héroe imaginario que le da su merecido al malo mientras salva al débil. En directo seríamos parte de los débiles. Gallinas que se ocultan a la mínima señal de problemas. Esa brecha entre el papel que imaginamos que adoptaríamos en los relatos sobre la realidad y el papel real que improvisamos en la vida de verdad es la que nos convierte sino en cómplices sí en algo que nos sitúa más cerca del agresor que del agredido.

[Una vez más, Borges, en "Historia de la Eternidad", citando a Plotino acerca del cielo cristiano:

Nadie camina allí como sobre una tierra extranjera.

]
frases hechas

Ayer estaba viendo la serie esa del fiscal tiburón en la sexta, una de las miles que juegan sobre seguro con sus historias contadas mil veces y los problemas de relación habituales junto a esa fatigante "tensión sexual no resuelta" que se establece entre los personajes por parejas. En medio del tedio más absoluto, una de las protagonistas, tras contar una falsa historia de abusos infantiles en carne propia para conseguir un testimonio decisivo y jactarse posteriormente de ello, dice:

- la intimidad está sobrevalorada.

Tras escuchar la frase desperté de golpe y vi toda una vida de frases hechas circulando ante mis ojos en pocos instantes. En los últimos tiempos la fórmula "x está sobrevalorado/a" es una muletilla que sirve para que el que la pronuncie crea que es un tipo increíblemente agudo y profundo. Lo sé porque yo la he usado con la frecuencia suficiente para resultar odioso y gilipollas a partes iguales. Mentalmente hice un rápido ejercicio de combinatoria y me salieron unas cuantas demostraciones de banalidad lustrosa que ofrezco desde aquí a todos aquellos guionistas de televisión que no sepan salir de un callejón sin salida argumental:

- el sexo está sobrevalorado
- la comida está sobrevalorada
- el respirar está sobrevalorado
- los blogs están sobrevalorados
- la pornografía está sobrevalorada
- la música está sobrevalorada
- la literatura está sobrevalorada
- la seleccióne española de baloncesto está sobrevalorada

fin de temporada
Hoy sí. El verano se ha terminado definitiva y abruptamente. Voy al colegio envuelto en uno de los familiares cúmulos de niebla que se extienden por toda esta parte de la ciudad. Figuras fantasmales por el patio y pasos apagados sobre superficies húmedas. Desde el coche, el paisaje difuminado casi es soportable, no como habitualmente. En la cafetería, bajo la luz demacrada de un fluorescente, mis compañeros y yo hacemos un conjunto algo desvaído, un grupo de gente fatigada por anticipado del que todo el mundo parece a punto de irse. Volviendo a casa, levantada ya la niebla matinal, el cielo sigue de color gris claro y los colores del paisaje han muerto todos de golpe. La ropa que dejé a secar la noche anterior sigue húmeda, y al tocar las toallas todavía mojadas siento una descarga eléctrica de tristeza de poco voltaje, una pena menor, la de los días de sol y playa que ya son, otro año más, un puñado de recuerdos diminutos.
el fin se acerca
El pasado fin de semana leí una crítica de la última novela de Don Delillo (falling man) a cargo de Juan Manuel de Prada (glubs) que (reglubs) me gustó. Al día siguiente, me descubrí leyendo con avidez una entrevista-reportaje sobre el escritor norteamericano a cargo de (recontraglubs) Antonio Muñoz Molina. De Prada + Muñoz Molina en el plazo de dos días y con calificación global de "bien". Ya he pedido cita en el neurólogo. Espero que no sea grave.
lo más fácil




-Cosas que pensé al ver esta viñeta:
1) Buf, qué malo
2) Manel Fontdevila, espabila hombre
3) Nunca me han gustado nada los dibujos de Guillermo
4) Que bien hice al dejar de comprar el jueves hace ya diez o doce años

La decisión judicial de secuestrar este número de la revista ha tenido el efecto de conseguir que un chiste malo parezca algo serio y, de paso, que la justicia parezca un chiste (malo).

Enhorabuena a los autores de semejante estupidez.
lo fácil
Se ha muerto Jesús de Polanco, el dueño del grupo PRISA y lo más parecido a un William Randolph Hearst que hemos tenido por aquí. Lo queramos o no, hay un antes y un después de su grupo empresarial, y, si conseguimos dejar de lado las consideraciones políticas, hay que descubrirse ante la mayoría de sus logros.

Animado por las casi veinte hojas que le dedica el periódico que consiguió echar a andar en los lejanos años setenta, buceo un poco por su vida y milagros, esperando un "algo" que-qué-se-yo que aporte un poco de luz sobre la persona. El intento es vano. Sepultada por la plomiza capa de la corrección, su biografía apresurada deviene en insípida y boba hagiografía. No hay ni una sombra sobre su persona o su obra. Ni una arista. Ni un atisbo de flaqueza, ni una sobria recapitulación de errores, fracasos, torpezas o incoherencias. Sus correligionarios de El País lo convierten en estatua directamente en su afán por santificarlo prematuramente. El hombre que levantó un imperio de comunicación parece haber llevado la vida de un santo, parece haber tenido la clarividencia de un iluminado, parece haber vivido siguiendo una especie de línea perfectamente trazada de la que jamás se hubiera desviado ni un milímetro, desechando todo lo que no fuera crear medios de comunicación, levantar editoriales y hacer dinero. Mucho. Es asombroso que en su empeño por poner su vida en limpio, sus empleados apenas hayan conseguido trasladar al papel algo que suene, al menos lejanamente, a "vida". Si es una venganza sólo puedo felicitarlos. Si no, pues vaya.
 

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