Amosando publicacións coa etiqueta el profesor a sueldo. Amosar todas as publicacións
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agujeros
Las semanas de exámenes y evaluaciones me poseen de una manera extraña. El lunes entro en el agujero y el viernes, de pronto, salgo por otro lado. Como en las películas de ciencia ficción en las que hay un puente dimensional, una fractura en el espacio-tiempo o un salto al hiper espacio o que sé yo. Es una sensación extraña. Cinco días sin huella, en un ensimismado torbellino de correcciones, exámenes, discusiones y decepciones. Bueno, sin huella no. Hoy, tras dar las notas de mis asignaturas, la mañana dejaba un reguero de adolescentes dando tumbos entre el llanto y la euforia, entre la ira y la simpatía disimulada, entre el odio y leves síntomas de agradecimiento. Mañana se habrán olvidado del asunto y volverán al vértigo de sus días. Yo ya no recuerdo nada. Es defensa, no es nada personal.
informe pisa 2006: un resumen



perder el tiempo
Viernes. Última hora de la mañana. Mis alumnos de 4º de ESO llegan tarde porque vienen de un examen de gallego. Con pocas ganas reparto unas hojas de ejercicios. Me siento, mi mesa está pegada a la primera fila. El grupo de delante me empieza a hablar del concurso del país de los estudiantes en el que ya estamos inmersos. Mientras media clase se pelea con los ejercicios, mi oído periférico detecta varias conversaciones en puntos diferentes de la clase. Nada que tenga que ver remotamente con la hoja de problemas. Sigo hablando con el grupo mientras el volumen de fondo crece lenta pero sostenidamente. Me enfrasco en un divertido diálogo sobre los medios de comunicación. Ninguno leía periódicos hasta el concurso, sus comentarios sobre la prensa escrita les vendrían muy bien a los directores de los medios que leemos cotidianamente. Absorbido por la conversación ya no atiendo al barullo que hay en el aula. Ni siquiera oímos la sirena que indica el fin de la mañana. Casi diez minutos tras ella, alguien dice, hostia que ya tocó el timbre, y salen en estampida. A mi alrededor queda un silencio. Uno de los gordos. Que chapucero.
evolución
Tengo reunión con algunos padres de mi tutoría. Es una rutina en mi trabajo que antes veía con cierta fatiga previa y que ahora disfruto moderadamente. Al dar clase es inevitable simpatizar con los adolescentes, incluso en sus peores momentos transmiten todo eso que uno echa de menos en su propia existencia. Digamos que desprenden de forma continua (y aunque no sean conscientes de ello) una pasión desmesurada por la vida, no en sus palabras sino en sus actos, no en lo que dicen o callan sino en las cosas que hacen y también en las que dejan de hacer. Pero a lo que iba. Anteriormente mi simpatía se extendía sobre la mayoría de mis alumnos, mientras que reservaba para sus padres una especie de atenta indiferencia educada. Mi manera gilipollas de creerme mejor o por encima de ellos, como si pudiera. Actualmente comparto simpatías casi a partes iguales. Hay algo conmovedor en ellos. Aparecen por la puerta a la hora prevista. Les cuento cómo están las cosas. Sus miradas traslucen todas las emociones posibles en pocos instantes. Pueden ser adultos desencantados con sus vidas, personas enfangadas en rutinas que ocultan por acumulación el absurdo de una existencia normal, incluso pueden aparentar cierto desprecio hacia el colegio, hacia mí, hacia sus propios hijos, pero detrás de todos ellos, cuando se habla de esos mismos hijos, late el corazón angustiado y orgulloso del adolescente que fueron, el mismo que trata de guiar, guardar y proteger al adolescente que ahora vive con ellos. Y en esa evidencia de que en su miedo y en su necesidad de protección no dejan de ser los adolescentes que fueron, en esa prueba radical de que no se han rendido todavía, hay un abismo luminoso al que me gusta asomarme.

[Escribió Goethe "es profesor el que, no sabiendo hacer una cosa, la enseña". Nunca creí encajar con tanta exactitud en una definición.]
ya (y II)
George Steiner en lecciones de los maestros:

El único Maestro auténtico es la muerte.
ya
George Steiner en lecciones de los maestros:

Enseñar con seriedad es poner las manos en lo que tiene de más vital un ser humano. Es buscar acceso a la carne viva, a lo más íntimo de la integridad de un niño o de un adulto. Un Maestro invade, irrumpe, puede arrasar con el fin de limpiar y reconstruir. Una enseñanza deficiente, una rutina pedagógica, un estilo de instrucción que conscientemente o no, sea cínico en sus metas meramente utilitarias, son destructivas. Arrancan de raíz la esperanza. La mala enseñanza es, casi literalmente, asesina, y, metafóricamente, un pecado. Disminuye al alumno, reduce a la gris inanidad el motivo que se presenta. Instila en la sensibilidad del niño o del adulto el más corrosivo de los ácidos, el aburrimiento, el gas metano del hastío. Millones de personas han matado las matemáticas, la poesía, el pensamiento lógico con una enseñanza muerta y la vengativa mediocridad, acaso subconsciente, de unos pedagogos frustrados.
final de curso, otra vez
Tengo un compañero que dice que terminar el curso es como ganar la liga todos los años. La -falsa- sensación de llegar a algún sitio más la perspectiva del verano como una autopista de los deseos por la que dejarse ir sobrepasando todos los límites de velocidad. Los malos momentos desaparecen en cuestión de segundos. Es fácil despedirse de los compañeros, uno sabe que en breve estará de nuevo con todos ellos. Otra promoción de adolescentes alejándose en el horizonte. Muchas caras de años anteriores son manchas borrosas. Me he aprendido tantos nombres en estos años que casi no soy capaz de olvidarlos. El patio desierto es una caja de resonancia de recuerdos y emociones. He vivido otro curso, me he dejado parte de mí en el camino. Esta profesión carecería de cualquier tipo de sentido si no fuese así.
vida en el bus
Me paso casi toda la semana en Madrid con mis alumnos de tercero de ESO. Son especialmente majos, paso un viaje agradable en el que todo sale extrañamente bien. Durante las muchas horas que pasamos en el bus aprovecho para ver "sr. y sra. smith", "los padres de él", "dos rubias de pelo en pecho", "scary movie", "scary movie 2", "scary movie 3" y "scary movie 4". El autobús es una lata de carcajadas. Me río con gags de lo más escatológico. Algunos alumnos me lo recuerdan al bajarnos. Para ellos resulta increíble verme reír. Es la clase de retrato que uno no espera de sí mismo. Madrid está lleno de policías y un helicóptero nos sigue durante media hora en nuestro paseo desde el parlamento hasta Sol. Quedo con Santi y cenamos en un centro comercial. Hablamos mucho. Lo paso bien, nos despedimos como si en vez de habernos visto hace un año lo hubiéramos hecho la semana pasada. Madrid de noche desde el autobús repleto de carcajadas y las calles vacías. A veces las cosas parecen asombrosamente sencillas.
palabras al ácido
Tengo una reunión en el colegio a la que voy un poco a disgusto, en parte porque me siento exagerademente perezoso, en parte porque experimento una quemazón de baja intensidad consecuencia de que estamos ya en Marzo. Escucho con atención a mis compañeros. Hablan de adaptaciones curriculares, de grupos de diversificación, la entrada en vigor de la nueva ley el curso que viene, miles de cosas que son cruciales en un centro educativo. Hacia el final, como siempre, comienza la retahíla habitual de quejas, el carrusel de pequeñas desgracias en el aula típico de estas reuniones al que me sumo con desgana. Una de mis compañeras favoritas dice algo como, vale ya de quejas, debemos ser optimistas, y, sin darme ni cuenta, entro en erupción y digo varias tonterías sobre lo inútiles que son las categorías "optimista" o "pesimista" en nuestro trabajo y que agarrarse a ellas es infantil, que la base de nuestra profesión es la experiencia, etc. Sin quererlo, suena vitriólico, un volcán de bilis arrasando territorio amigo. Me arrepiento un segundo demasiado tarde pero el chorreo ya ha tenido efecto, algunas miradas suenan como uñas que se rompen o huesos que crujen. Un poco de lava sobre alguien que me cae bien. Siento vergüenza de mí mismo. Pero eso no arregla nada. Acaba la reunión, salgo afuera y trato de hundirme en la noche, un frío terminal me recorre y me pregunto si hay un pozo cerca para tirarme un rato. No lo hay. Sumergido el silencio del coche me asombro de no tener respuestas. A estas alturas.



recta final: un incidente
Ayer por enésima vez, le quité un móvil a un alumno en clase. Después de un forcejeo inicial algo ridículo me lo entregó refunfuñando y pidiéndome que se lo devolviera que le hacía muchísima falta. No se lo devolví. Hoy volvió a por él. Al ver que tampoco se lo iba a entregar fue calentándose progresivamente, y, desde su metro ochentaycinco, la verdad es que no resultaba muy gracioso verlo así. Después de un "intercambio de impresiones" se marchó amenazando con entrar en clase por las malas y coger lo que era suyo.

(Cojo aire; en el momento inspiré muy profundamente)

Primera idea: llamar a su casa y dar cuenta del incidente. Hablar con la dirección y proponer una bonita expulsión temporal.
Segunda idea: hablar con la orientadora del centro, indagar a qué puede venir la escena.

Escojo la segunda idea. Hablo con la orientadora. El panorama que me pinta me pone la piel de gallina. Después de la descripción de daños, me dice "no llames, habla con él a solas. Sé firme pero conciliador. Negocia. Por favor."

Cojo aire, de nuevo. Me acerco a él, serio pero cuidando el tono. Lo cito a última hora al salir de clase. Hablamos. Hablo. Soy franco y le comento las dos ideas que pasaron por mi cabeza, le digo que no entiendo su actitud, y, que , aunque no se lo crea, que sé que es buena persona, que no comprendo esos raptos de ira (aquí miento, sí los comprendo: sé cosas). Respuestas. Un clásico, "se me va la olla"; otro clásico "tienes razón , no sé controlarme, no consigo controlarme"; un final, "lo siento de veras", hay un punto de rotura en su voz que hace que me lo crea. Epílogo, "¿me devuelves el móvil?". Dudo, un segundo, dos, tres. Mierda. Se lo devuelvo. Se va. Me siento mal. Me siento gilipollas. ¿Ha hecho conmigo lo que ha querido?

[Llego a casa. En El País una carta al director recordando la respuesta de Gramsci a la inflexibilidad de la democracia cristiana en el asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas. Decía algo así que la vida de una persona debe prevalecer sobre las "grandes ideas abstractas", que de vez en cuando, aunque sea incoherente, contradictorio, paradójico y posiblemente tenga consecuencias negativas, es conveniente librarse de esos "grandes principios" y emporcarse con la realidad. Siempre que esté en juego la vida de un hombre.]
 

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