Amosando publicacións coa etiqueta bah. Amosar todas as publicacións
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para acabar de una vez con los números redondos
Ésta es la entrada 999 de mi blog. Cinco años y cuatro meses después, qué perspectiva.
en el balneario
El fin de semana pasado disfruté de una estancia en el balneario de Mondariz gracias al regalo de algunos amigos. Entre baño de agua caliente de madrugada al aire libre y chorro a presión en la espalda medio leo un pequeño libro de Richard Brautigan, una mujer infortunada, una crónica en primera persona del viaje previo a su propio suicidio. El libro, diario más bien, gira en torno a una especie de deriva personal consecuencia de la muerte -por suicidio, también- de la mujer del título. No hay voluntad de estilo alguna. Las digresiones son bastante banales. Una levísima poética del absurdo flota sobre todas las páginas. Anécdotas mínimas ilustran el tramo final de un itinerario vital hecho a ciegas, perdida cualquier esperanza de rumbo. El libro me produce una pena pequeña que pretendo no querer analizar. Sin embargo, paso mucho rato sin nada que hacer en el balneario y le doy bastantes vueltas a las cosas que cuenta Brautigan. A su vida diminuta que me recuerda a un agujero que se cierra o a una cerilla consumiéndose. Sentado sobre chorros de agua caliente que recorren mi espalda o mis piernas, le doy vueltas a la visita de Brautigan a un cementerio japonés en Honolulu. Todo es ridículo y absurdo a partes iguales. Qué más da. Rodeado de gente que desprende el olor característico de la gente que tiene más dinero del que podrá gastar, soy consciente de como el confort material agudiza la sensación de extrañeza. Cubrir necesidades, aplacar anhelos, protegerse de lo imprevisto son las actividades que acaban por vaciar la vida de una parte constitutiva fundamental. En el único café que está cerca del balneario, la noche del sábado estamos cinco personas con la mitad de las luces apagadas. Dos mujeres en la barra hablan muy alto. Una está para el arrastre, la otra la trata con un afecto que habla acerca las dos mucho más de lo que cualquiera de ellas podría decir de sí misma. La que está para el arrastre se cae dos o tres veces de su banqueta. Una de ellas, dice, alto, claro, triunfante, la belleza física, eso no lo es todo, no lo es. Paseando de noche de vuelta a la habitación, el frío levanta finas cortinas de vapor sobre la superficie del río. Me pregunto en qué momento el absurdo devora por completo las cosas. En qué momento uno se cae borracho perdido mientras cree estar soltando el discurso del siglo, iluminado sólo por la mirada de la persona que lo ama. En el balneario las horas pasan despacio. Aparentemente hay tiempo para todo, pero yo lo pierdo en lo de siempre.
nuevas religiones
Creía que la cita con el dentista era mañana. Creía que el plazo para pagar a hacienda terminaba dentro de dos días. Creía que ya habías ido tú a la compra. Creía que no tenía que recoger la ropa que estaba a secar. Creía que el examen no era hoy. Creía que no tenía que pasar la aspiradora. Creía que el cumpleaños de mi madre era pasado mañana. Creía que la revisión del coche era dentro de cinco mil kilómetros. Creía que la película era la semana que viene. Creía que podía pagar el impuesto de circulación hasta el próximo mes. Creía que si salía a las ocho llegaba de sobra a las ocho y diez. Creía que tú ibas a comprar los regalos. Soy un fanático religioso. Mala cosa.
fragmentos de memoria
Volvíamos de Santiago de madrugada. La autopista, esa lengua negra que discurre entre un cerco de estrellas, nos miraba, me miraba, como inquiriéndonos, que hacéis a estas horas por aquí, que os lleva, hacia donde. Muchas preguntas para alguien que tiene un volante entre las manos, y sin embargo. Al calor de la conversación que tenía lugar a mi lado y con la mirada centrada en las líneas blancas discontinuas enviándome un extraño mensaje en un código Morse sin puntos, me dejé ir por entre los fragmentos de la conversación ajena y las hipnóticas señales luminosas que caían sobre mí de manera repetitiva. El trazo de las líneas me llevó hasta la escuela en la que aprendí a leer y a escribir. Pasamos de puntillas sobre cosas así, pero su carácter fundacional debería hacernos repasar con más frecuencia la vivencia de esos momentos. En mi almacén de recuerdos estaba dibujada con precisión la línea del paisaje que componían los columpios del patio. La fachada del edificio principal. La cara del director, un sacerdote violento y baboso que pasaba del amor al odio con facilidad y que producía un terror sobrenatural sobre los niños. Los momentos en los que descifré por vez primera una línea completa o escribí yo solo mi primera palabra, sin embargo, resultaron inalcanzables para mí. Como si hubieran naufragado y permanecieran en islas que se hallaran fuera de todos los mapas. La idea de no recordar ambos momentos cero me agobió intensamente. Experimenté una poderosa sensación de pérdida mientras el coche se deslizaba con suavidad por la autopista. Imágenes vagas de cuadernos de lectura y escritura me salpicaban, vívidas como los reflectantes de los quitamiedos. Sin embargo, por mucho empeño que puse, no logré mi objetivo. Pensé que cambiaría gustoso los recuerdos de miles de días cargados de una espesa inanidad por esos dos chispazos en los que reconozco algo así como una segunda y tercera parte de mi nacimiento. Pero la memoria, como una marea ciega e inhumana, sólo me devolvía restos ininteligibles, fragmentos de acontecimientos que, descontextualizados por completo, me hablaban de alguien totalmente desconocido para mí. A la altura del puente de Rande, con la ciudad encendida como una feria gigantesca, intenté comprender porqué casi todas las cosas fundamentales de nuestra vida pasan desapercibidas en el momento mismo en el que ocurren, y, sobre todo, qué mecanismo terrible nos prohibe tener acceso a su huella precisamente cuando somos conscientes de su importancia. Entrando en casa pensé, el montante del olvido, el peso de los recuerdos prescindibles, el impacto de los acontecimientos. Fin del viaje.


Borges, "ficciones":

Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y solo en el presente ocurren los hechos: innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí...


Rubén Lardín, en imbécil y desnudo:

Lo que sí compruebo es que con la edad se relajan las costumbres pero de una manera bárbara. Transijo ya poco o nada con el cretinismo y se las paso todas a las personas vulnerables, con o sin gafas, aquellas -y sólo esas- que me parecen honestas y dignas, porque sus razones tendrán. En cuanto a los cretinos, si alguna vez han entablado batalla con las cucarachas sabrán de qué hablo. Es un ejercicio de ataque y omisión. Una y otra y otra más.
 

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