Probablemente este sexa o libro máis importante que levo lido no que levamos de 2022
Cuatro décadas de racionalidad neoliberal han resultado en una cultura política profundamente antidemocrática. Más que sometida a una semiótica economizante, como sostuve en El pueblo sin atributos, la democracia es explícitamente demonizada y al mismo tiempo desguarnecida de protección contra sus peores tendencias. Se la descalifica desde arriba y desde abajo, desde la izquierda y la derecha -Silicon Valley y las élites de las finanzas por momentos la denigran tan ferozmente como los autoritarios y los nacionalistas blancos, aunque por diferentes razones-. Con la democracia así degradada y reducida, el ejercicio del poder político, si no desaparece, está cada vez más privado de modulación por parte de una deliberación informada, de compromiso, responsabilidad y legitimación por voluntad popular. La Realpolitik gobierna, con el resultado de que las maniobras políticas groseras, los negociados, el marketing político, la propaganda engañosa y la indiferencia ante los hechos, el argumento y la verdad, todos siguen descreditando lo político y siguen desorientando a la poblacion sobre el significado o el valor de la democracia. «Interferencias rusas en las elecciones»: en este contexto la frase no tiene el carácter escandaloso que hubiera tenido en otra era de democracia liberal. Lo mismo ocurre con la supresión de votantes, la remoción de las Cortes y del poder legislativo, que se normalizaron y convirtieron en vehículos a través de los cuales el liberalismo plutocrático se vio asegurado. A más desvinculada esté la democracia respecto de los estándares de veracidad, de lo razonable, de responsabilidad y de la solución de los problemas a través de la comprensión y la negociación de las diferencias, más se desacredita como resultado. En combinación con el declive de la calidad de vida en el Norte Global, que fue un rasgo predecible de la globalización neoliberal, y con un futuro existencialmente amenazado, el ataque de la ira populista contra la democracia es inevitable, pero quizás, también, sea el menor de los peligros en el horizonte.
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La privatización económica neoliberal es profundamente subversiva de la democracia. Genera y legitima la desigualdad, la exclusión, la propiedad privada de lo común, la plutocracia y el profundo debilitamiento del imaginario democrático. El otro orden de la privatización que hemos estado considerando, la privatización por familiarización y cristianización, logradas por la extensión de la «esfera personal protegida», subvierte la democracia con valores antidemocráticos de la moral, en vez de con valores antidemocráticos del capital. La infame declaración de Thatcher de que «no existe tal cosa como ˝la sociedad˝» concluye, después de todo: «solo individuos y sus familias».
Al poner en práctica este aspecto de la proclama, se declara la guerra a los principios e instituciones democráticos con una estrategia basada en la familia, más que en el mercado. Convierte la exclusión, el patriarcalismo, la tradición, el nepotismo y el cristianismo en desafíos legítimos a la igualdad de derechos, los límites de los conflictos de interés y el laicismo. Si bien ambos tipos de privatización se producen bajo la rúbrica neoliberal de expandir la libertad contra los dictados del Estado sobre la justicia social o el orden de mercado, la segunda es especialmente importante a la hora de generar la formación psíquica y política de la cultura autoritaria de hoy en día. Los ejes de la religión y la familia -jerarquía, exclusión, homogeneidad, fe, lealtad y autoridad- adquieren legitimidad como valores públicos y forman la cultura pública al unirse a los mercados con el propósito de desplazar la democracia. Cuando este doble modelo de privatización se extiende a la nación misma, la nación se muestra a su vez como un negocio competitivo que necesita hacer mejores tratos y como un hogar inadecuadamente asegurado, asediado por extraños malintencionados. El nacionalismo de derechas oscila entre los dos. Consideremos los discursos de campaña de Trump [de 2016] sobre la historia de los malos negocios internacionales de Estados Unidos desde el comercio hasta la OTAN, de Irán a los acuerdos climáticos y su descripción de Estados Unidos como un país atacado salvajamente por sus fronteras inseguras, así como su promesa de construír un muro en la frontera sur presentando una «grandiosa y bonita puerta grande» a través de la cual los visitantes legales pueden visitar o unirse a «nuestra familia». [...] Lejos de lo público y lo democrático, la nación aparece de forma privada y familiarista con el presidente como el paterfamilias.
Cuando la nación se privatiza y familiariza de esta manera, se vuelve legítimamente intolerante contra las personas aborrecidas en el interior y contra los invasores del exterior; así es como el neoliberalismo planta las semillas de un nacionalismo del que formalmente abjura.