El sentimiento de superioridad, innombrable pero profundamente arraigado en el inconsciente y la cultura occidentales, ha sido refutado y humillado por la realidad del capitalismo financiero, por la experiencia diaria de impotencia que destruyó la autoestima de las personas y su confianza en el futuro.
El Manifiesto futurista de 1909 fue una exaltación de la potencia sexual y la agresividad política, y el fascismo sacó su fuerza de la mitológica virilidad de Mussolini. Es más, el fascismo históricos fue la expresión de un verdadero sentimiento de pertenencia: el sentimiento de comunidad se basaba en la mitología de la sangre y la nación, pero la comunidad en aquellos tiempos era algo real, algo experimentado a diario y que moldeaba profundamente el comportamiento social.
El retorno posmoderno del fascismo se basa en una antropología totalmente diferente. La comunidad es solo la memoria nostálgica de una pertenencia pasada que ya no existe. Es lamento, no experiencia viva. La vida social ha sido pulverizada en el espacio metropolitano pospolítico, desterritorializado, y la potencia no es más que un mito, un contrapunto de la presente impotencia. La potencia sexual está en declive, ya que la población blanca envejece, y el estrés, la depresión y la ansiedad perturban la esfera erótica. La autonomía de las mujeres fue la amezana definitiva al poder masculino y alimentó un sentimiento reprimido de venganza machista que hace erupción cada vez más a menudo en actos de violencia.
La demografía ha transformado el paisaje antropológico y social de nuestro tiempo: la senilidad, la soledad y la adicción a los psicofármacos están empujando a los hombres blancos del mundo occidental al caos mental, el autodesprecio y la agresividad. El nuevo modelo de fascismo no surge de una euforia futurista juvenil, sino de un sentimiento extendido de depresión y de un impotente deseo de venganza.
Esta tendencia es especialmente visible en los Estados Unidos: la multitud deprimida de hombres blancos echa raíces en la era del individualismo campante: creyeron en las promesas del egoísmo neoliberal, adoptaron la filosofía del ganar, y luego se descubrieron perdedores. Se engañaron a sí mismos al creer en las promesas neoliberales del éxito individual. Ahora es demasiado tarde para abrazar una nueva esperanza, una nueva imaginación: lo único que pueden compartir es su odio, su deseo de venganza.
Este fue el trasfondo antropológico del trumpismo, "Make America Great Again" es una súplica patética al Dios Supremacista: devuélveme mi juventud, mi fuerza, mi energía sexual, devuélveme la fe en algo. Pero el Dios Supremacista no está escuchando.
El racismo de nuestro tiempo no es una continuación de la ideología racista de la era colonial. Este viejo racismo era una expresión de la superioridad de la raza dominante que poseía la tecnología para explotar y las armas para someter a los pueblos de color del Sur global. Ahora las armas están a disposición de cualquiera, sin distinciones de raza.
Ahora los blancos pobres se ven obligados a tolerar la superpoblación de sus espacios vitales a medida que los inmigrantes se agolpan en los suburbios pobres de las metrópolis. El nuevo racismo es el racismo de los perdedores.
El viejo racismo era compartido por la clase alta y los proletarios; era la marca de la superioridad de los colonizadores blancos sobre los colonizados globales.
Ahora el racismo es dejado a los desposeídos en ignorantes, mientras que la clase alta se indigna ante el racismo de los pobres y, desde las zonas residenciales ricas y bien protegidas de la ciudad, mira con desdén los barrios bajos donde viven los inmigrantes, mezclándose con los marginalizados y empobrecidos.
El antirracismo oficial de la clase alta europea está lleno de hipocresía y desprecio hacia aquellos que están obligados a compartir los espacios de sus zonas desfavorecidas con los inmigrantes, que no paran nunca de llegar y provocan la sensación de estar siendo invadidos.
No obstante la diferencia antropológica entre el fascismo histórico y su reaparición contemporánea, existe un rasgo común que vincula el trumpismo con el viejo fascismo: el culto racista de la supremacía. La raza es el elemento deifinitorio de la autoidentificación de las personas.
[...]Aún careciendo de sentido científico, el concepto de raza actúa como una autoidentificación fantasmática. Esta identificación jugó un papel crucial en la historia del colonialismo moderno y está jugando un nuevo papel en la actual catástrofe del capitalismo.
El ascenso de Donald Trumpo a la presidencia de los Estados Unidos ha revelado exactamente esto: empobrecida por la globalización del mercado de trabajo, aturdida por la cerveza y las drogas, furiosa por la derrota estratégica provocada por George W. Bush y su consejero maldito Dick Cheney, la raza blanca reclama su primacía tambaleante. "Make America Great Again" significa: que la raza blanca vuelva a ser la raza superior, al viejo estilo del Ku Klux Klan, enfurecido por el hecho de que un presidente negro (culto, urbano y bello, en contraste con los idiotas de sus integrantes) haya osado ocupar la Casa Blanca.
Publicar un comentario