Un fermoso artigo de Claude Chabrol (Que mi alegría perdure, 1953, reeditado no Cahiers de Cinema español o outubro pasado) fíxome voltar a ver cantando baixo a chuvia, a película de Gene Kelly (axudado na dirección -sospeito que moito- por Stanley Donen) que recrea en clave de comedia musical a rodaxe dunha película no Hollywood de 1927 en plena transición do cinema mudo ao sonoro. Nun dos párrafos dese artigo Chabrol afirma:
Bajo la lluvia, un hombre canta y baila. Con el mismo agua de la que normalmente se temen las trombas, un hombre inicia un gracioso ballet. El espectador, su cómplice, canta y baila con él, bajo la mirada atónita de un policía. Y cuando el hombre de la pantalla, en su impulso, con el paraguas apuntando al cielo, salta a una farola, su cómplice, en la oscuridad de la sala, tiende a imitarle. Eso sólo se explica por la introducción de un artista con una maravillosa generosidad de espíritu, cuya cámara, tan ágil y ligera como él, sabe hacernos sentir la delicada pureza de las cosas y la emoción profunda que conlleva toda felicidad.
A chuvia como expresión da felicidade: existe algún argumento máis inverosímil que este? Para alguén que naceu e vive na Galiza do millón de días de chuvia anuais, do verán ultracurto (15 de xullo a 15 de agosto), na terra dos vendedores de bikinis arruinados, como é posíbel emocionarse con este canto ao diluvio universal? O milagre acontece, porque como di Chabrol, Gene Kelly fainos ver "a delicada pureza das cousas e a emoción profunda que conleva toda felicidade". E esa capacidade non é precisamente insignificante nin menor. Asomarse ao abismo é tan incribelmente sinxelo que un non pode evitar pensar con Lacan que "a normalidade é unha forma especial de psicose". O difícil, o estravagante, o que pode devorarnos no intento é alonxarse da negrura que se adiviña tralas fendas da realidade é expresar ese goce de vivir que puntualmente nos atravesa en momentos concretos. Para min, os mellores son aqueles que non respostan a un factor externo. Espertas unha mañá e tes ganas de saír a rúa a cantar e bailar coma un tolo. Só porque si, porque o teu corpo experimenta a vida como un feixe de estímulos e sensacións que te atravesan e necesitas explotar dalgún modo que celebre o feito de estar vivo. Boto de menos esas mañás, en especial nestes días coñazo de fin de ano. Boto de menos non ter sido Gene Kelly para celebrar a chuvia todas as mañás dos invernos. E boto de menos dar saltos nos charcos, mollarme até afogar, sentir a mirada dun policía e dicirlle, "estou danzando e cantando na chuvia!"
Esta nova do Xornal ("ayudé a financiar a Fraga con dinero del contrabando") fixo que me lembrara dun párrafo de Lacrimae Rerum (Zizek, again) no cal, a partir dunha lectura en clave de "teoloxía materialista" da obra cinematográfica de Kiewlovsky, o autor esloveno facía a seguinte lectura sobre o estatus da ética nos nosos días a partir de certos filmes de David Lynch:
¿No podría ser, entonces, que fuera ESTE el mensaje último de la película de Lynch [the straight story]: que la ética es "la más oscura y atrevida de las conspiraciones" [Chesterton], que el sujeto ético es precisamente aquel que más amenaza el orden existente, y no la larga serie de pervertidos lyncheanos (el baron Harkonen en Dune, Frank en Terciopelo azul, Bobby Perú en Corazón salvaje...), los cuales en último término no hacen más que sostenerlo?
[...]
Podría decirse que la oposición entre la "rectitud" del héroe de Lynch y la "normalidad" del héroe de Highsmith [Ripley] marcan las coordenadas extremas de la experiencia ética del capitalismo tardío actual, con la siniestra inversión de que es Ripley quien resulta "normal", mientras que el hombre "recto" de Lynch resulta extraño, incluso pervertido. Llegamos de este modo a una inesperada contraposición entre la extrañeza del compromiso ético absoluto y la monstruosa "normalidad" de la completa indiferencia hacia lo ético. ¿Cómo podemos escapar a esta alternativa?
Via open culture (facebook tiña que servir para algo, finalmente), no 70 cabodano de Francis Scott Fitzgerald:
Me duele el corazón y un pesado letargo
aflige a mis sentidos, tal si hubiera bebido
cicuta o apurado un opiato hace sólo
un instante y me hubiera sumido en el Leteo:
y esto no es porque tenga envidia de tu suerte,
sino porque feliz me siento con tu dicha
cuando, ligera dríade alada de los árboles,
en algún melodioso lugar de verdes hayas
e innumerables sombras
brota en el estío tu canto enajenado.
¡Oh, si un trago de vino largo tiempo enfriado
en las profundas cuevas de la tierra
que supiera a Flora y a la verde campiña,
canciones provenzales, sol, danza y regocijo;
oh, si una copa de caliente sur,
llena de la mismísima, ruborosa Hipocrene,
ensartadas burbujas titilando en los bordes,
purpúrea la boca: si pudiera beber
y abandonar el mundo inadvertido
y junto a ti perderme por el oscuro bosque!
Perderme a lo lejos, deshacerme, olvidar
que entre las hojas tú nunca has conocido
la inquietud, el cansancio y la fiebre
aquí, donde los hombres tan sólo se lamentan
y tiemblan de parálisis postreras, tristes canas,
donde crecen los jóvenes como espectros y mueren,
donde aun el pensamiento se llena de tristeza
y de desesperanzas, donde ni la Belleza
puede salvaguardar sus luminosos ojos
por los que el nuevo amor perece sin mañana.
¡Lejos! ¡Muy lejos! He de volar hacia ti.
No me conducirán leopardos de Baco
sino unas invisibles y poéticas alas;
aunque torpe y confusa se retrase mi mente:
¡ya estoy contigo! Suave es la noche
y tal vez en su trono aparezca la luna
circundada de mágicas estrellas.
Pero aquí no hay luz, salvo la que acompaña
desde el cielo el soplo de la brisa cruzando
el oscuro verdor y veredas de musgo.
No puedo ver qué flores hay a mis pies
ni el blando incienso suspendido en las ramas,
pero en la embalsamada oscuridad presiento
cada uno de los dones con los que la estación
dota a la hierba, los árboles silvestres, la espesura:
pastoril eglantina y blanco espino,
violetas marcesibles recubiertas de hojas
y el primer nuevo brote de mediados de mayo,
la rosa del almizcle rociada de vino,
morada rumorosa de moscas en verano.
A oscuras escucho. Y en más de una ocasión
he amado el alivio que depara la muerte
invocándola con ternura en versos meditados
para que disipara en el aire mi aliento.
Ahora más que nunca morir parece dulce,
dejar de existir sin pena a medianoche
¡mientras se te derrama afuera el alma
en semejante éxtasis! Seguiría tu canto
y te habría escuchado yo en vano:
a tu requiem conviene un pedazo de tierra.
¡No conoces la muerte, Pájaro inmortal!
No te hollará caído generación hambrienta.
La voz que ahora escucho mientras pasa la noche
fue oída en otros tiempos por reyes y bufones;
tal vez fuera este mismo canto el que una senda
encontró en el triste corazón de Ruth, cuando
enferma de añoranza, se sumía en el llanto
rodeada de trigos extranjeros,
la misma que otras veces ha encantado mágicas
ventanas que se abren a peligrosos mares
en prodigiosas tierras ya olvidadas.
¡Olvidadas! El mismo tañer de esta palabra
me devuelve, ya lejos de ti, a mi soledad.
¡Adiós! La Fantasía no consigue engañarnos
tanto, duende falaz, como dice la fama.
¡Adiós! Tu lastimero himno se desvanece
al pasar por los prados vecinos, el tranquilo
arroyo y la colina; ahora es enterrado
en los calveros del cercano valle.
¿He soñado despierto o ha sido una visión?
Ha volado la música. ¿Estoy despierto o duermo?
(Vía Luisa Miñana)
(Está a obra de John Keats traducida ao galego? non din atopado nada nunha pesquisa rápida por internet)
Isabelle Huppert falando de Claude Chabrol nunha entrevista no Cahiers du Cinema de outubro (en español, of course):
Nunca he conocido a nadie tan impermeable a la crítica. Cuando maltrataron Madame Bovary en su estreno, Claude dijo: "¡No sabía que hubiera tantos especialistas en Flaubert en Francia!". Tenía algo de insondable que daba mucha fuerza. Si en realidad guardaba algo escondido en su trasfondo más oculto, eso no lo sé, pero la superficie estaba tan preservada que eso me daba una fuerza enorme. Lo ordenaba todo según una perspectiva que excluía los arrepentimientos, los complejos, las dudas. Claude creía en lo que hacía, en lo que era, en la gente que le rodeaba y con la que trabajaba. Era una sensación muy positiva para los que estábamos cerca. Siempre había más razones para alegrarse que para lamentarse.
Estou vendo o telediario coma sempre, con esa sensación de que todo o que pasa no mundo resúltame alleo e inexplicablemente próximo ao tempo. Estou mirando a tele, pensando en todas as cousas do día que me ocorreron e polo tanto en nada de importancia. E de súpeto, sen aviso, un lume incendia a pantalla: o funeral de Enrique Morente, e a súa filla, cantando a pelo diante do cadaleito, diante de non sei canta xente, unha canción desas supostamente poética e lírica. A escea, desbordante de contradicións superadas pola enerxía que emana do propio marco, déixame en estado de shock. O flamenco é un tipo de música que non me interesa nada. Aos prexuizos tópicos -unha forma encuberta de racismo que me teño moi coñecida- engado o desprezo á hiperdramatización. O fastío ante tanto berro e tanto quejío e tanto duende e tanta hostia. Toda a pretensión de veracidade que leva implícito o xénero paréceme basicamente mentira. Sei que non o é, pero o prexuizo, instalado con firmeza dende fai mil anos é inamovíbel. Mesmo as propias cancións de Enrique Morente con Lagartija Nick nesa obra maestra consagrada pola prensa musical que é "Omega" resúltame dunha pesadez considerábel. Un artificio que non me dí nada (eu son d´outro tipo de artificios). Porén, na escea de Estrella Morente -outra cantante que me interesa menos que cero- diante do corpo do seu pai morto hai algo estarrecedor que si me chega, como algo que arde atravesándome a pel. Hai que ter algo máis que moito valor para poñerse a cantar diante do pai morto. Hai que estar en posesión de algo que eu sei que nunca tereir para reventar todos os límites do que se considera correcto nos momentos de máxima dor, nos momentos nos que un está esnaquizado e fóra por completo da súa realidade habitual. E ese xesto imposíbel de levar adiante para case todo o mundo supérame. Desfai prexuizos de décadas e deixa un interrogante de certo peso nalgunha parte de min. Esa posta en escea, na cal o calculado é unha forma de espontaneidade ou o espontáneo o resultado dun cálculo minucioso, dunha mecánica obsesiva, dunha iteración interminábel, é demoledora.
Os xestos semellan selo todo. O que un pon en xogo é a única definición de si mesmo válida. O mundo interior, o que un garda para si, as cousas que corren en segundo plano supostamente alimentando e facendo crecer a propia persoa só son un monte de merda. O resto dun fume no que ardiu fai tempo unha crenza na nosa natureza. O substancial, agora o sei, tan tarde xa, é o que se pon en xogo contra calquera convención previa. A miña vida é unha farsa completa dende o minuto cero. É o meu único pensamento mentras Estrella Morente, de negro absoluto, berra coma se lle tiveran arrincado o corazón alí mesmo. Aplaudo interiormente, dende a inexistencia de alguén que di ser eu, mentras envexo todo o que vexo. Hai algo profundamente falso en todo isto. Pero está escrito dende a intuición de que baixo o lixo destas verbas hai agochado un rastro de verdade.
Está a cuestión do tempo. Se sempre foi unha obsesión, agora mesmo, cos corenta como símbolo de algo inexplicábel, como síntoma de algo que produce certo arrepío, xa é o único tema. As horas, que de súpeto teñen un espesor mínimo, os días, que esvaran tan depresa que non dá nin para levar a conta deles, as semáns, que son como frases incompletas cortadas a altura do verbo. E os meses, que levan algo consigo e deixan unha tristura indefinida cando rematan. O tempo é o único tema, e, por derivación, todo o que vai asociado a el. Na miña lista de preferencias ocupa un posto destacado a decadencia. Non a obvia, a física, a que trae o engorde progresivo ou a deserción dos cabelos ou a inelasticidade da pel e todos eses síntomas de fatiga que asulagan os contornos dos ollos. Falo doutro tipo de decadencia que se manifesta en falar con frases feitas, en sentir unha nube nos miolos cando hai que tomar decisións de certa complexidade ou en deixarse levar pola impaciencia, en sucumbir ás facilidades da mala baba cando as situacións precisan doses de xenerosidade e calma. Esa decadencia asústame. Anuncia cousas horribeis nos anos vindeiros. Anuncia unha involución do "eu" cara a etapas pre-todo, sen a inocencia dos primeiros tempos e con todos os malos costumes dunha vida vivida a medio gas, agardando en van polas cousas que un non tivo o valor de saíres a buscar aí fóra.