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wouldn´t it be nice
Voy por la AP9 en dirección Vigo. La temperatura exterior es agradable, apenas veintitrés grados. Llevo la ventanilla del conductor completamente bajada y la música a un volumen quizás excesivamente moderado. Entra el aire arremolinándose y me alborota el pelo con gracia. La autopista está casi desierta pese a la hora -cerca del mediodía- y una finísima bruma se adivina sobre la ría. Llegando casi a la salida de Alfonso XIII, por debajo del paso peatonal anterior a la última curva, justo donde una señal de tráfico te recuerda que mejor no ir a más de sesenta, veo un bulto en el arcén de la carretera. A medida que me acerco siento una ligera punzada de espanto al reconocer algo parecido a la silueta de un bebé en un escorzo imposible, como si fuera un cuerpo sin huesos. Apago la música, reduzco la velocidad y me agarro al volante en estado de cuasi pánico. Cuando estoy ya casi encima de él, soy consciente de la extraña textura de la piel, del inhumano brillo de los ojos, del extraño estado de congelación de la mueca de su boca. Una chocante perfección para un cuerpo abandonado en la carretera. Repentinamente caigo en la cuenta. Como alguien menos paranoide habría deducido antes que yo, se trata de un maldito muñeco que algún cretino ha arrojado al arcén desde, posiblemente, el paso de peatones elevado. Cierro la ventanilla del coche. Acelero mientras pongo de nuevo la música, esta vez a todo volumen.

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