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cosas que aletean
Mis alumnos poseen en su realidad una dimensión extra de la que yo (y casi toda la gente de cierta edad que me rodea) carezco. Cuando se mueven, cuando hablan, cuando se ríen o cuando gritan puede uno percibir a su alrededor una especie de aleteo. El aleteo de las posibilidades probables, el de las posibilidades improbables, el de las imposibilidades probables y el de las imposibilidades improbables. Las primeras suenan como: pan recién hecho crujiente, campanas de iglesia en mitad de una explanada una tarde de agosto, globos que explotan por hincharlos demasiado, hojas secas al ser pisadas en medio de un camino en pleno otoño. Las segundas suenan como: el frenazo de un coche instantes antes de un choque, una bombilla que explota al tirarla contra un muro, pisadas apresuradas bajando una escalera, un trozo de hielo que cruje al empezar a derretirse. Las terceras suenan como: las aspas de un helicóptero que ha empezado a caer, el silbido agudo de un proyectil en caída libre, el estampido sordo de una escopeta, las pisadas violentas de alguien que huye por un camino embarrado. Las cuartas suenan como: un perro que aúlla en mitad de la noche, el batir de alas de un ave pasado a cámara lenta en un documental sobre animales en la dos, el chirrido de un modem de 56 kb al conectarse a internet hace cinco años, la parte final de un disco de vinilo cuando la aguja pillaba ese tramo rayado. A mi alrededor ya sólo escucho, y cada día con un volumen sólo ligeramente superior al del día anterior, los aleteos del cuarto tipo. Empiezo a comprender algo horrible sobre lo imposible improbable y su tendencia inexorable a terminar teniendo lugar finalmente.

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