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9A
Subo a casa -tras comer fuera y tras un agradable paseo a ritmo de 100 metros lisos- en mi bus, en el 9A que atraviesa frenético casi todo Vigo. Frente a mí, a tres filas de distancia, una pareja de chicas van cargadas de maletas claramente en direción al aeropuerto. Una de ellas lleva un megáfono en la mano. Justo delante de mí un chico joven va vestido con la elegancia exquisita de quien se sabe guapo, con la tranquilidad absoluta de quien no duda de sí mismo. Lo envidio de reojo, mientras echo un vistazo a las tres fotografías de Lewis Hamilton con cara de circunstancias en la sección de deportes de El País. De pronto, a la altura de la recta de Candeán, escucho con claridad absoluta y con un marcado acento andaluz, tres filas hacia adelante:

- contad ahora la del taxista;

la chica del megáfono sonríe mucho mientras su compañera finge que siente una vergüenza de cartón piedra de cara al resto de los pasajeros; del fondo del autobús llegan unas risas apagadas y una voz que apenas se distingue:

- luego, en el avión;

mientras mi envidia mira de frente al chico guapo que sonríe con elegancia a las chicas del megáfono, me viene a la cabeza la historia de Funes el memorioso de Borges, un cuento sobre un hombre que recordaba todos los detalles de todas las escenas todo el tiempo. Pienso en Funes el memorioso acordándose años más tarde del color del megáfono, de la cara de la chica, del anuncio de Gadis que están poniendo en el plasma del autobús, de todos los infinitos detalles que se mecen en su interior y que tal y como caen sobre nuestros ojos se evaporan instantáneamente.

Cuando bajo en mi parada, escucho tras de mí, claro y con acento andaluz, venga contad ahora la del taxista.

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