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aullidos
Algunas veces, en mitad de la noche escucho aullar al perro del vecino. Me siento entonces sobre la cama y su prolongado lamento parece la emisión de radio de algún programa nocturno sobre gente desesperada. Sobre el fondo blanco del silencio de la madrugada, el aullido es un trazo recto, implacable, una línea oscura que contiene en sus infinitos puntos una tristeza inconmensurable. Tras un par de minutos la transmisión cesa. Algo de ese lamento se instala en el dormitorio y queda agazapado en alguna esquina, esperando. Sé que está ahí.

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