En las ciudades globales (Nueva York, París, Bombay, Londres, Beijing), zonas que nunca habían despertado el interés de los ricos, alejadas del centro (Lower East Side, Williamsburg, Dumbo) y donde residían obreros, dependientes, empleados domésticos, pequeños comerciantes e inmigrantes, se convirtieron en focos de atención para el capital.
Estas zonas se vieron revalorizadas como nuevos lugares de ocio y, en menor medida, como lugares de residencia para los ricos (puesto que se podía conseguir una vivienda de lujo derribando tabiques y juntando varias pequeñas para crear una mayor). La arquitectura industrial y proletaria pasó a considerarse algo de lo más encantador, con la connivencia de los intelectuales nostálgicos de la clase trabajadora. En los casos en que los ricos no desplazaron personalmente a las clases populares, delegaron la tarea en quienes el sociólogo Jean-Pierre Garnier llamaba "los flecos de la pequeña burguesía intelectual": publicistas y periodistas, maestros y profesores, trabajadores sociales, escritores, todos ellos sobrecualificados e implicados en la modernidad cultural para así compensar su escaso capital real. Estos representantes de la clase media educada fueron quienes se ocuparon de desalojar a los trabajadores, las fachadas de cuyos edificios rehabilitaron con enorme cariño.
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