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realismo mágico
Hoy anduve por las calles de la ciudad a media mañana y parecían los pasillos de un centro comercial tras un holocausto nuclear en algún manga tipo dragonhead. Sólo funcionaban los semáforos y la cafetería en la que habíamos quedado a eso de las once tres sufridos "trabajadores" envueltos en una historia que aún no sabemos cómo terminará. El caso. Mientras esperaba en soledad en el semáforo del Corte Inglés, ví un paraguas que se deslizaba Gran Vía arriba arrastrado por el viento, como si un hilo invisible tirase de él. Se movía con una suavidad impropia de las circunstacias: asfalto forrado de restos de la granizada anterior. Se movía con la elegancia inesperada de los objetos cuando una fuerza misteriosa los desplaza por el mundo adelante. Como un barco de vela sobre un mar de hielo. Era tan bonito que el semáforo se puso verde y me quedé un rato viendo como se alejaba hacia la Plaza de España. Nadie me pegó el típico bozinazo. Me quedé esperando a que mi coche flotara sobre el asfalto o a que se abriesen las nubes y una nave extraterrestre me pidiera permiso para llevarme a su planeta para hacer experimentos de cruce de especies conmigo. Nada de eso ocurrió, aunque el paraguas siguió su rumbo, ajeno al temporal y a los escasos coches que se paraban a su lado, atónitos.

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