Esta nova xa ten varios meses, pero sigue flipándome pola súa resonancia:
(O corazón das nosas máquinas está habitado por un chapuzas que pensa que uns millóns de liñas de código son o equivalente á "intelixencia")
[...] Un hombre debería ser algo más que las opresiones que ejerce o deja de ejercer abrazando una masculinidad alternativa. Su generosidad, algo más que una bota alzándose del cuello ajeno. Su lista de complementos, atributos distintos a unos shorts, una bolsa de carbón y un atizador metálico.
Si no tiene más que ofrecer que eso, si no hay nada más que eso, si el hombre sólo puede ser con respecto a lo que era, si el hombre -duele reconocerlo- en realidad no es nada, que actúe en consecuencia: que se atomice. Que no tome como role model al Marlon Brando de Salvaje, sino al Marlon Brando que se ausentó de la ceremonia de los Oscars en 1973 para ceder su espacio en el púlpito de premiados a la nativo-americana Sacheen Littlefeather.
Que no tome como role model al Marlon Brando de Un tranvía llamado deseo, sino al de nuestros días y al de los días que vendrán. Que su cuerpo embalsamado descanse en museos de historia natural, junto a pequeños marsupiales, enormes elefantes y pequeños petirrojos.
Si el hombre es una performance, que alguien encienda las luces y active la alarma de incendios. Que alguien, por favor, nos devuelva el precio de la entrada. Que un hombre no sea otra cosa que su mano ondeando un pañuelo blanco desde el camarote, con vistas a un puerto abarrotado para despedirlo. Que la calma chicha lo devore durante siglos, hasta que no sea más que un eslabón perdido, un disfraz de Halloween. Un objeto de colección esperando su revival. La amenaza para modular el comportamiento de una guardería.
Esta es la línea: si tan hombre eres, crúzala. Desaparece.
No puede ser mucho peor que lo que teníamos hasta ahora.
La guerra había resultado rentable. Bayer utilizó mano de obra procedente de Mauthausen. BMW reclutaba en Dachau, en Papenburg, en Sachsenhausen, en Natzweiler-Struthof y en Buchenwald. Daimler en Schirmeck. IG Farben en Dora-Mittelbau, en Gross-Rosen, en Sachsenhausen, en Buchenwald, en Ravesnbrück, en Dachau, en Mauthausen y explotaba una gigantesca fábrica en Austchwitz: IG Austchwitz, que de un modo totalmente impúdico figura con ese nombre en el organigrama de la firma. Agfa reclutaba en Dachau. Shell en Neuengamme. Schneider en Buchenwald, en Flossenbürg, en Neuengamme, en Gross-Rosen y en Auschwitz. Todo el mundo se había abalanzado sobre una mano de obra tan barata.
En 1942, un Schumpeter sin idealismo sentenciaba que la democracia es un régimen de "competencia por el caudillaje político" a través del voto. Todavía hoy la definición de democracia (de lo que entendemos por democracia) sigue siendo la de este desengaño. Es lo que llamamos democracia competitiva. Para sorpresa de lo que cabría esperar de un economista de formación neoclásica, la democracia no se articula a partir de la decisión racional del pueblo, o más precisamente del elector. Según Schumpeter -y como saben todos los políticos prácticos de antes y después- en política el ciudadano desciende a un nivel inferior de prestación normal, se infantiliza a una forma que no podría aceptar en la esfera de sus intereses efectivos.
El punto de origen de la democracia no es por tanto el ciudadano, sino la institución, en este caso la representación. La democracia es el sistema que permite a las élites partidarias competir por el voto del pueblo. Lo que se pone primero no es la elección de representantes, sino la captación de votos por parte de minorías. La democracia queda así definida a partir de un modus procedendi, que permite una validación apropiada del "caudillaje". Lo que distingue esta definición procedimental de aquella de la generación anterior (como Kelsen) es que la función primaria del voto no reside en la representación: el voto del electorado está dirigido a formar o crear un gobierno, lo que ocurre directamente en EEUU e indirectamente en Europa a través del parlamento. Lo fundamental, en cualquier caso, es elegir o formar gobierno, no un "parlamento de representantes". Schumpeter no esconde que la democracia moderna es una oligarquía competitiva, cuando no un cesarismo temporal, como resulta patente en las elecciones presidencialistas.
Uno de los arquitectos de las políticas financieras de los Estados Unidos en los 80, Richard Darman, achaca el "genio de Reagan" a algo muy poco fulgurante, pero eficaz en el plano político: redefinir el adversario para seducir al electorado popular. En otro tiempo, las compañías de ferrocarril, los monopolios y Wall Street formaban la lista de principales sospechosos. Reagan logró hacer "comprender que en la actualidad el enemigo [es] el Estado, los intelectuales de la Costa Este, el establishment y los burócratas que no saben aparcar sus bicicletas". En los años 30 y 40 del siglo XX, la demonología imperante presentó al estadounidense medio aplastado por unos beneficios desmesurados; a partir de 1960 este se presentó como víctima de unos impuestos igualmente desmesurados.
Vista por Ronald Reagan, la tiranía era eso: la obligación de los hombres ricos de pagar impuestos. Y, en ese sentido, las décadas de los 50 y los 60 fueron espeluznantes: el contribuyente Reagan tributó hasta el 91% en la franja superior de sus ingresos (esa tasa se rebajó al 28% en los 80). De modo paradójico, él y sus amigos republicanos más ricos extrajeron de esa dolorosa experiencia un sentimiento de solidaridad hacia "los obreros que van a la iglesia, hacen horas extraordinarias y tienen que pagar impuestos elevados, mientras que los intelectuales de izquierda leen el suplemento de Estilo del New York Times".
[...]
Mejor que otros, Ronald Reagan logró dar a decenas de millones de compatriotas una impresión de seguridad y estabilidad, la sensación de que los valores fundamentales a los cuales seguían apegados podían volver a ponerse de moda, y en todo caso, expresarse de nuevo sin el menor rubor. La derecha estadounidense capitalizó así en beneficio propio la necesidad no satisfecha de confianza y fe patriótica, la garantía de algo tranquilizador en un mundo en constante movimiento. Supo suscitar la nostalgia y la esperanza de un universo mullido, sin droga, sin pobres demasiado visibles, sin sexualidad desbocada, sin familias rotas. El "fracaso del estado asistencial" legitimaba, a ojos de una parte apreciable del país el regreso a los valores tradicionales e individualistas sobre los que se alza la nación estadounidense.
Si el trabajador-preso es el protagonista de la disciplina, el deudor-adicto es el personaje del control. EL capital ciberespacial funciona en el momento en el que sus usuarios se vuelven adictos. William Gibson lo reconoce en Neuromante, cuando Case y el resto de los cowboys del ciberespacio se desconectan de la matrix y sienten insectos bajo la piel. (La afición de Case a las anfetaminas no es más que el sustituto de su adicción a una velocidad mucho más abstracta.) Si algo como el desorden de déficit de atención e hiperactividad es una patología, entonces es una patología del capitalismo tardío: una consecuencia de estar conectados a circuitos de entretenimiento y control hipermediados por la cultura del consumo. Del mismo modo, lo que se conoce como dislexia puede no ser otra cosa que una suerte de poslexia. Los adolescentes tienen la capacidad de procesar los datos cargados de imágenes del capital sin ninguna necesidad de leer: el simple reconocimiento de eslóganes es suficiente para navegar el plano informativo de la red, el móvil y la TV. "La escritura nunca fue algo propio del capitalismo. El capitalismo, de hecho, es intrínsecamente iletrado", afirmaron Deleuze y Guattari en El Anti Edipo. "El lenguaje electrónico no funciona a través de la voz o la escritura; los datos se procesan perfectamente en ausencia de ambas." De ahí que tantos empresarios exitosos sean en efecto disléxicos, aunque no sepamos si su eficacia posléxica es la consecuencia o la causa de su triunfo.
El mandato de la responsabilidad ética individual nunca fue más fuerte que hoy en día; en su libro Marcos de guerra, Judith Butler utiliza el término responsabilización para referirse a este fenómeno. Por eso es necesario, más que nunca antes, cargar las tintas nuevamente en la estructura. En lugar de afirmar que todos, es decir, cada uno, somos responsables del cambio climático, podríamos decir que nadie en verdad lo es y que ese es el problema. La causa de la catástrofe ecológica está en una estructura impersonal que, aunque es capaz de producir todo tipo de efectos, no es capaz de quedar sujeta a responsabilidad. El sujeto que se requiere a tal fin, un sujeto colectivo, no existe, pero la crisis, una crisis global como todas las que enfrentamos en la actualidad, necesita que lo construyamos. Sin embargo, la proclamada inmediatez ética que estuvo en boga en la cultura política británica al menos desde 1985, cuando el sentimentalismo de consenso de Live Aid reemplazó al antagonismo de las luchas mineras, boicotea permanentemente la emergencia de un sujeto tal.
En un mundo ideal, un joven no debería ser irónico. A esa edad, la ironía impide el crecimiento, atrofia la imaginación. Lo mejor es empezar la vida con un estado mental alegre y abierto, creyendo en los demás, siendo optimista, franco con todo el mundo en todo. Y después, cuando llegas a entender mejor a las cosas y a las personas, desarrollar un sentido de la ironía. La progresión natural de la vida humana va del optimismo al pesimismo, y un sentido de la ironía ayuda a atenuar el pesimismo, ayuda a producir equilibrio, armonía.
Pero este mundo no era un mundo ideal y por eso la ironía crecía de formas extrañas y súbitas. De la noche a la mañana, como un hongo; desastrosamente, como un cáncer.
Mais, se o ego cumpre unha función integradora dos estímulos externos e os internos, e unha sociedade pode desenvolvelo ou inhibilo en función das súas necesidades e intereses, a nosa semella operar con dúas accións simultáneas: o que fai é limitar a operación receptiva e construtiva do ego, pois o despoxa do seu instrumento lingüístico á vez que reforza identidades ficticias que o suplantan, quedando só os eus residuais que se forman a partir da voluptas, enerxía sobrante do proceso de captación social (Deleuze); proceso que está, desta volta, desemembrado en distintos estratos, razón pola que nacen as identidades múltiples, simple xogo de espellos pero organizacións e captacións parciais do fluxo das que o capital extrae a plusvalía e nas que exerce o control. Entendeuse ben, a partir das teorías poscoloniais, que a identidade non é algo puro, senón que superpón capas, xustapón códigos, e é ese o mecanismo que se emprega.
A identidade, logo, preséntase como xeito de estar no mundo, sendo un fake do Dasein, unha forma de rexistro e de gratificación narcisista do eu. Só noutro estado de cousas se podería falar, logo, dun mínimo de subxectivación non esencial e moito menos mascarada, dunha disposición diagramática das singularidades que compoñen os modos dos que falaba Spinoza, seguindo unha lectura deleuziana. O desenvolvemento individual, do ser, non sería senón a saída dos estratos, por lisos que parezan (aspecto que os fan, precisamente, máis difíciles de recoñecer). Pero iso faría aos individuos incontrolables e inservibles para a macroestrutura de poder, así que só se permite permanecer nun modo certamente indefinido, como apropiación de cadansúa existencia, modo que, por certo, favorece o comportamento segundo a lei da suxestión e do contrario.
O sistema [territorial] entra en colapso cando os seus elementos esquecen cooperar, traballar polo común, sen atender a supostas "ofertas externas". Agora ben, por que se inicia ese proceso de deterioración dos elementos do sistema cando convivían nun suposto estado de "equilibrio funcional"?
Se cadra, a resposta hai que buscala na substitución do sistema territorial tradicional en Galiza (paisaxe de agras) polo actual, que supuxo a transformación do seu vector de organización, pasando de ser a produción agrícola a ser a accesibilidade (redución dos tempos de desprazamento). Este proceso non trouxo consigo a creación do que [David] Harvey denomina un novo capital espacial fixo (fundamentalmente por mor do singular proceso de incorporación da economía e da sociedade galegas ás loxicas do mercado capitalista), condición necesaria para o sustento das relacións socioeconómicas do capitalismo (que en esencia constitúe a "forza" que opera no sistema territorial actual), operando as lóxicas espaciais do novo modelo sobre as estruturas organizativas e espaciais do anterior. Este feito deu lugar á aparición de fenómenos moi diversos de desequilibrio do sistema territorial que acabou por perder gran parte da súa complexidade e diversidade, provocando a situación de colapso.
[...] pasouse dun sistema territorial tradicional, posuidor dun modelo de organización coherente que atribuía a cada elemento unha función con rendibilidade social a unha situación de ausencia de modelo territorial, perdendo a lexibilidade e segregando esa función social, de sorte que só algunhas pezas do sistema territorial (a non a súa globalidade) posúen relevancia xerárquica no suposto de que sexan válidas para a mobilidade do capital.