no se vayan todavía, que aún hay más
Como todos los años por estas fechas toca parada programada. Dos-tres-cuatro semanas como mucho. Lo justo para airearse, coger fuerzas, etc, etc.
Hasta entonces.
22 de abr. de 2008
15 de abr. de 2008
normalidad temblorosa
La normalidad para mí es una línea recta. Algo que doy por supuesto y que discurre de manera imaginaria en paralelo con la línea del horizonte. A veces, los acontecimientos la sacuden con intensidades que van desde "perturbación ligera" a "temblor catastrófico". Cuando eso ocurre, cuando la línea de la normalidad se curva y pierde su paralelismo con la línea del horizonte entro en crisis con gran rapidez. Hoy la línea de la normalidad se ha combado de una manera tal que durante unos instantes la ví fracturada en dos partes. Como un imbécil, con cada trozo en la mano, me preguntaba cómo repararla, como devolverla a su condición anterior de línea inexistente que sólo se manifiesta cuando se rompe. Con el paso de las horas -la cosa ocurrió de mañana- la línea fue volviendo sola a su posición inicial. Sin embargo, antes de marcharme definitivamente la miré por el rabillo del ojo y presentaba un temblor ligero, una oscilación arrítmica, un vaivén levemente caótico, como si estuviera acumulando energías para un nuevo latigazo. Volví a casa de vuelta del trabajo. Me conecté a internet. Puse en Google "enfermedades típicas del profesor de secundaria". Buscaba algo parecido a una excusa. La primera referencia era un entrevista a una historiadora sobre la violencia escolar. La segunda era un post del blog "las corrientes salvajes" de septiembre de 2007. Sonreí para la pantalla. Mañana, cuando mire la línea, espero que esté como debería, rectísima, paralela al horizonte, un solo trazo tranquilizador. Mañana.
La normalidad para mí es una línea recta. Algo que doy por supuesto y que discurre de manera imaginaria en paralelo con la línea del horizonte. A veces, los acontecimientos la sacuden con intensidades que van desde "perturbación ligera" a "temblor catastrófico". Cuando eso ocurre, cuando la línea de la normalidad se curva y pierde su paralelismo con la línea del horizonte entro en crisis con gran rapidez. Hoy la línea de la normalidad se ha combado de una manera tal que durante unos instantes la ví fracturada en dos partes. Como un imbécil, con cada trozo en la mano, me preguntaba cómo repararla, como devolverla a su condición anterior de línea inexistente que sólo se manifiesta cuando se rompe. Con el paso de las horas -la cosa ocurrió de mañana- la línea fue volviendo sola a su posición inicial. Sin embargo, antes de marcharme definitivamente la miré por el rabillo del ojo y presentaba un temblor ligero, una oscilación arrítmica, un vaivén levemente caótico, como si estuviera acumulando energías para un nuevo latigazo. Volví a casa de vuelta del trabajo. Me conecté a internet. Puse en Google "enfermedades típicas del profesor de secundaria". Buscaba algo parecido a una excusa. La primera referencia era un entrevista a una historiadora sobre la violencia escolar. La segunda era un post del blog "las corrientes salvajes" de septiembre de 2007. Sonreí para la pantalla. Mañana, cuando mire la línea, espero que esté como debería, rectísima, paralela al horizonte, un solo trazo tranquilizador. Mañana.
13 de abr. de 2008
cosas que aletean
Mis alumnos poseen en su realidad una dimensión extra de la que yo (y casi toda la gente de cierta edad que me rodea) carezco. Cuando se mueven, cuando hablan, cuando se ríen o cuando gritan puede uno percibir a su alrededor una especie de aleteo. El aleteo de las posibilidades probables, el de las posibilidades improbables, el de las imposibilidades probables y el de las imposibilidades improbables. Las primeras suenan como: pan recién hecho crujiente, campanas de iglesia en mitad de una explanada una tarde de agosto, globos que explotan por hincharlos demasiado, hojas secas al ser pisadas en medio de un camino en pleno otoño. Las segundas suenan como: el frenazo de un coche instantes antes de un choque, una bombilla que explota al tirarla contra un muro, pisadas apresuradas bajando una escalera, un trozo de hielo que cruje al empezar a derretirse. Las terceras suenan como: las aspas de un helicóptero que ha empezado a caer, el silbido agudo de un proyectil en caída libre, el estampido sordo de una escopeta, las pisadas violentas de alguien que huye por un camino embarrado. Las cuartas suenan como: un perro que aúlla en mitad de la noche, el batir de alas de un ave pasado a cámara lenta en un documental sobre animales en la dos, el chirrido de un modem de 56 kb al conectarse a internet hace cinco años, la parte final de un disco de vinilo cuando la aguja pillaba ese tramo rayado. A mi alrededor ya sólo escucho, y cada día con un volumen sólo ligeramente superior al del día anterior, los aleteos del cuarto tipo. Empiezo a comprender algo horrible sobre lo imposible improbable y su tendencia inexorable a terminar teniendo lugar finalmente.
Mis alumnos poseen en su realidad una dimensión extra de la que yo (y casi toda la gente de cierta edad que me rodea) carezco. Cuando se mueven, cuando hablan, cuando se ríen o cuando gritan puede uno percibir a su alrededor una especie de aleteo. El aleteo de las posibilidades probables, el de las posibilidades improbables, el de las imposibilidades probables y el de las imposibilidades improbables. Las primeras suenan como: pan recién hecho crujiente, campanas de iglesia en mitad de una explanada una tarde de agosto, globos que explotan por hincharlos demasiado, hojas secas al ser pisadas en medio de un camino en pleno otoño. Las segundas suenan como: el frenazo de un coche instantes antes de un choque, una bombilla que explota al tirarla contra un muro, pisadas apresuradas bajando una escalera, un trozo de hielo que cruje al empezar a derretirse. Las terceras suenan como: las aspas de un helicóptero que ha empezado a caer, el silbido agudo de un proyectil en caída libre, el estampido sordo de una escopeta, las pisadas violentas de alguien que huye por un camino embarrado. Las cuartas suenan como: un perro que aúlla en mitad de la noche, el batir de alas de un ave pasado a cámara lenta en un documental sobre animales en la dos, el chirrido de un modem de 56 kb al conectarse a internet hace cinco años, la parte final de un disco de vinilo cuando la aguja pillaba ese tramo rayado. A mi alrededor ya sólo escucho, y cada día con un volumen sólo ligeramente superior al del día anterior, los aleteos del cuarto tipo. Empiezo a comprender algo horrible sobre lo imposible improbable y su tendencia inexorable a terminar teniendo lugar finalmente.
9 de abr. de 2008
frivolidad gratuita
Iba en el coche con a y m, discutiendo sobre el carácter melodramático de alguna gente (ejem) y m dijo "los melodramáticos también tenemos derecho a existir". La frase me hizo gracia, porque revela que todo carácter melodramático oculta un lado frívolo que equilibra las cosas en el día a día. En honor de ese muy divertido lado frívolo de m y de todos los frívolo-dramáticos (ejem) que poblamos la faz de la tierra, he cambiado la reseña que iba a poner sobre un libro que acabo de leer por este vídeo con el que siento una identificación tan poderosa que me entran ganas de pintarme todo de verde y echarme de cabeza a un estanque. Croac! (A los no frívolo-dramáticos no les hará ni pizca de gracia, supongo)
Iba en el coche con a y m, discutiendo sobre el carácter melodramático de alguna gente (ejem) y m dijo "los melodramáticos también tenemos derecho a existir". La frase me hizo gracia, porque revela que todo carácter melodramático oculta un lado frívolo que equilibra las cosas en el día a día. En honor de ese muy divertido lado frívolo de m y de todos los frívolo-dramáticos (ejem) que poblamos la faz de la tierra, he cambiado la reseña que iba a poner sobre un libro que acabo de leer por este vídeo con el que siento una identificación tan poderosa que me entran ganas de pintarme todo de verde y echarme de cabeza a un estanque. Croac! (A los no frívolo-dramáticos no les hará ni pizca de gracia, supongo)
8 de abr. de 2008
noticias del mundo real
Paso las tardes en casa delante del ordenador. Lo habitual es que dediquelas tres cuartas partes los dos tercios del tiempo al trabajo y el otro cuarto el otro tercio a esa nada inmensa que, bajo la luz de la pantalla, me atrapa de manera estúpida. Algo idiota seduciendo a un idiota aún mayor. Pese a ello consigo acabar cosas. Me sorprendo a mí mismo cuando repaso con todo el cuidado de que soy capaz algo que tengo definitivamente liquidado. No soy nada cuidadoso, funciono a latigazos, como si el motor de mis acciones estuviera calándose y pasándose de revoluciones alternativamente. Luego en clase les exijo a mis alumnos que sean todo lo contrario. En realidad sólo quiero gritarles, no seais como yo, es una puta mierda, pero después de decir éso sólo podría dejarlo, nadie se inmola ante los demás y luego hace como que no ha pasado nada. Si fuera más cuidadoso probablemente no diría la mitad de las cosas que digo ni haría las tres cuartas partes de las cosas que hago. Por pudor profesional dejaría de dar clase. Dejaría de hacer otras cosas que hago. Lo mejor sería ni salir de casa. Menos mal que soy el puto desastre andante.
Paso las tardes en casa delante del ordenador. Lo habitual es que dedique
7 de abr. de 2008
1 de abr. de 2008
cosas que se desintegran
A medida que me hago más y más mayor (algunos días el proceso se dispara a una velocidad poco explicable, algunos meses el proceso se ralentiza y casi puede llegar a creerse que sí, que puede detenerse) me encuentro con una contradicción que he acordado declarar irresoluble: el mundo, que carece ya de todo misterio, me resulta, sin embargo, totalmente inexplicable. Cómo puede ser que un lugar sin misterio sea inexplicable. Echo de menos la simultaneidad de las dos cosas a la vez, la existencia de misterio y también las explicaciones. Y ya he asumido que no tendré ni lo uno ni lo otro. En una existencia que se puede equiparar geográficamente a una planicie desértica, el misterio garantizaría la expectativa ante lo que estaría por venir, las explicaciones servirían para descifrar el presente. Ni lo uno ni lo otro asoman por estos días y ya la primavera se agotó en su presentimiento. Yo que sé.
A medida que me hago más y más mayor (algunos días el proceso se dispara a una velocidad poco explicable, algunos meses el proceso se ralentiza y casi puede llegar a creerse que sí, que puede detenerse) me encuentro con una contradicción que he acordado declarar irresoluble: el mundo, que carece ya de todo misterio, me resulta, sin embargo, totalmente inexplicable. Cómo puede ser que un lugar sin misterio sea inexplicable. Echo de menos la simultaneidad de las dos cosas a la vez, la existencia de misterio y también las explicaciones. Y ya he asumido que no tendré ni lo uno ni lo otro. En una existencia que se puede equiparar geográficamente a una planicie desértica, el misterio garantizaría la expectativa ante lo que estaría por venir, las explicaciones servirían para descifrar el presente. Ni lo uno ni lo otro asoman por estos días y ya la primavera se agotó en su presentimiento. Yo que sé.