Tras el atentado del 11-S un hombre sale envuelto en sangre y cenizas de entre la nube de polvo levantada por la Torre Sur en su caída. Lleva un maletín en la mano que no le pertenece. Aturdido, desorientado, en shock, se dirige a la casa de su ex-mujer, donde se instala silenciosamente. Paralelamente, una especie de funambulista callejero desarrolla en los días posteriores al atentado un extraño número circense: atado a un arnés se deja caer en medio de las calles, quedando colgado a pocos metros del suelo en la posición que hizo famosa la fotografía de un hombre cayendo de una de las torres gemelas. Sobre las dos imágenes pivota toda la historia de esta novela: la del superviviente al que ya no le queda nada que vivir, la del artista que sólo es capaz de imitar el gesto de extraña serenidad de una persona desplomándose desde 400 metros de altura. El primero vive con extrañeza absoluta el haber sobrevivido a la experiencia. Su existencia se ha vaciado tan completamente que termina instalándose en un estado a medio camino entre la vida y la muerte. A su alrededor, las cosas tratan de volver a su sitio a sabiendas de que es imposible. El segundo aparece en varias ocasiones en medio de la narración, a modo de recordatorio permanente de lo ocurrido, como la imagen inversa de un flash que queda en la retina de forma persistente durante unos instantes interminables. Tras el apocalipsis, las vidas de los protagonistas quedan como puertas sacadas de quicio, atravesadas en un hueco que ya no cumple función alguna. El frío que desprenden impregna todas las páginas de la novela. Su desvalimiento y su soledad están contadas con una distancia que sólo las hace más dolorosas. El hombre del salto dibuja en el aire un signo de interrogación. Ahora qué. Qué. Qué.
- Hay cosas que comprendo
- Muy bien
- Comprendo que hay hombres que sólo están aquí a medias. No digamos hombres. Digamos gente. Gente que resulta más o menos oscura en ciertos momentos.
- Eso lo entiendes.
- Así se protegen, así mismos y a los demás. Eso lo comprendo. pero luego está lo otro y es la familia. Es ahí adonde voy, que tenemos que permanecer juntos, mantener la familia en funcionamiento. Sólo nosotros, los tres, a largo plazo, bajo el mismo techo, no todos los días del año ni todos los meses pero en la idea de que somos permanentes. En los tiempos que corren, la familia es necesaria. ¿No te parece? ¿Ser una unidad, permanecer juntos? Así es como logramos sobrevivir a las cosas que nos matan de miedo.
- Bien.
- Nos necesitamos el uno al otro. Sólo personas que comparten el aire, ya está.
- Bien- dijo él.
- Pero sé lo que está pasando. Vas a largarte. Estoy preparada para eso. Te quedarás fuera más tiempo, te largarás a algún sitio. Sé lo que quieres. No es exactamente un deseo de desaparecer. Es lo que conduce a ese deseo. Desaparecer es la consecuencia. O quizás el castigo.
- Sabes lo que quiero. Yo no lo sé. Tú lo sabes.
- Quieres matar a alguien- dijo ella.
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