22 de mar. de 2010

Jack London, tiempos de ira, textos anticapitalistas



Con los recursos naturales del mundo, la maquinaria ya inventada, una organización racional de la producción y de la distribución y una supresión igualmente racional del despilfarro, los trabajadores psíquicamente aptos no deberían trabajar más de dos o tres horas por día para nutrir al mundo, alojar a todo el mundo, instruir a todo el mundo y dar a toddos una buena cantidad de pequeños lujos. No debería haber más necesidades materiales no satisfechas y de miseria, ningun niño debería agotarse para ganarse la vida, no más hombres, mujeres y niños que vivan como bestias y mueran como bestias. No solamente la materia, sino la máquina debe ser domesticada. En una época así, lo estimulante sería más bello y más noble que en nuestros tiempos, donde el único estímulo es el estómago. Ningún hombre, ninguna mujer, ningún niño será obligado a trabajar porque tenga el estómago vacío. Al contrario, serán animados a obrar como un niño para una redacción, como los muchachos cuando se les envía a jugar, como los sabios para formular una ley, como los inventores para aplicarla, como los artistas pintando sobre una tela o modelando arcilla, como los poetas y los hombres de Estado al servicio de la humanidad sea cantando o por habilidad política. El impulso espiritual, intelectual y artístico que resultaría de tal condición de la sociedad sería formidable. Toda la humanidad se levantaría como una potente ola.

(The Contemporary Review, 1908)


O home que escribiu o imprescindible "John Barleycorn. Memorias alcohólicas", era un socialista utópico na norteamérica de principios do século XX. O punto inxenuo e apaixoado conviven neste libro coa exaltación revolucionaria que prefigura os acontecementos da Rusia de outubro de 1917. A loita contra a maquinaria da explotación e a denuncia das condicións de vida de millóns de traballadores en todo o mundo converten a London nalgo máis que nun escritor de panfletos. Nun militante enérxico e vitalista, coa vista posta na circunstancia da clase traballadora, preocupado pola transformación da sociedade do seu tempo e enamorado dos principios do socialismo e do marxismo, da súa mensaxe emancipadora, internacionalista e obreira.

No seu debe, todo hai que dicilo, a súa tétrica aposta de mocidade polo supremacismo da raza aria, nunha pouco comprensible pirueta ideolóxica -influido polos escritos de Kypling- que exemplifica como poucos outros casos as graves contradicións de moitos escritores e intelectuais da época.

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