vidas paralelas
Me he estado fijando últimamente en que mi estado de ánimo corre parejo a lo largo de la semana con el estado de plenitud de mi nevera. Los lunes, con los estantes llenos de yogures, fiambre, verduras, palitos de cangrejo, leche y cosas por el estilo, acabo el día en general bastante bien de fuerzas, quizás cansado físicamente pero razonablemente erosionado. A medida que transcurren los días, abrir la nevera supone enfrentarse a algo parecido a una radiografía del propio espíritu. A golpe de viernes, con un par de yogures solitarios posiblemente caducados, algunas lonchas de jamón cocido que están pidiendo a gritos el pase a la reserva y alguna lechuga que da síntomas de haber entrado en coma vegetal, abrir la puerta y enfrentarme a semejante paisaje terminal resulta ligeramente doloroso. Ese interior de nevera bañado por una horrible luz fluorescente y que desprende un frío desagradablemente artificial se parece mucho a mi estado de ánimo. Los viernes mi nevera agoniza. Ay de mí.
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