ruborizarse
Siempre que pensado que las personas que se ruborizan con facilidad son de fiar. Que ese torrente sanguíneo que convierte su cara en una especie de globo rojo es una expresión de una faceta concreta de la personalidad: la relacionada con la delicadeza en el trato con los demás, la que gradúa la importancia que se le da a las relaciones con la gente.
Hace un par de días, yendo con A. a la compra en el Carrefour me crucé con una de mis alumnas de 3º de la ESO. Una de las mejores, no por su inteligencia o su capacidad de trabajo (que también), sino por su carácter, una mezcla asombrosa de equilibrio, sentido del humor, sensibilidad, responsabilidad, capacidad para pasarlo bien y miles de cosas más que no pongo para no aburrir. A lo que iba. En cuanto me vió se puso colorada como un tomate; nos paramos un par de segundos, hice una broma estúpida sobre mi carrito de la compra, nos sonrió y se fue. A. me dijo, "que simpática, qué colorada se ha puesto". Tuve ganas de ir corriendo y darles un abrazo, al padre y a ella. En vez de eso, asentí a la afirmación de A. y seguí viendo las ofertas de quesos. Luego llegué a casa y me dí cuenta de que casi toda la gente por la que siento aprecio/afecto/simpatía/otros comparte ese rasgo, esa facilidad para enrojecer súbitamente en situaciones inesperadas. Yo no. Eso debe querer decir algo.
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