17 de abr. de 2010

alan alan alan


Nuestro mundo no es, de ninguna manera, tan "complejo" como lo pretenden quienes quieren asegurar su perpetuación. Es incluso, en sus grandes líneas, de una perfecta simplicidad.

Hay, de un lado, una expansión continua de los automatismos del capital, lo que constituye el cumplimiento de una predicción genial de Marx: el mundo por fin configurado, pero como mercado, como mercado mundial. Esta configuración hace prevalecer una homogeneización abstracta. Todo lo que circula cae bajo una unidad de cuenta, e inversamente no circula sino lo que se deja así contar. Es esta norma, por lo demás, la que aclara una paradoja que muy pocos subrayan: a la hora de la circulación generalizada y del fantasma de la comunicación cultural instantánea, se multiplican las leyes y reglamentos para prohibir la circulación de personas. ¡Es así como en Francia nunca se han instalado tan pocos extranjeros como en este último periodo! [se refiere al final de la década de los 90] Libre circulación de lo que se deja contar, sí, y en primer lugar de los capitales, de lo que es la cuenta de la cuenta. Libre circulación de la incontable infinidad que es una vida humana singular, ¡jamás! La abstracción monetaria capitalista es, ciertamente, una singularidad, pero una singularidad que no tiene miramientos con ninguna singularidad. Una singularidad indiferente a la persistente infinidad de la existencia, como al discurrir eventual de las verdades.

De otro lado hay un proceso de fragmentación en identidades cerradas, y la ideología culturalista y relativista que acompaña esta fragmentación.

Estos dos procesos están perfectamente entrelazados. Pues cada identificación (creación o bricolaje de identidad) crea una figura que produce materia para el mercado inversor.
[...]
¡Qué devenir inagotable para las inversiones mercantiles el surgimiento, en forma de comunidad reivindicativa y de pretendida singularidad cultural, de las mujeres, de los homosexuales, de los minusválidos, de los árabes! Y las combinaciones infinitas de rasgos predicativos, ¡qué ganga! ¡Los homosexuales negros, los serbios minusválidos, los católicos pedófilos, los islamistas moderados, los curas casados, los jóvenes ejecutivos ecologistas, los parados sumisos, los jóvenes ya viejos!
[...]
Deleuze lo decía exactamente: la desterritorialización capitalista necesita una constante reterritorialización. El capital exige, para que su principio de movimiento homogeinice su espacio de ejercicio, la permanente surrección de identidades subjetivas y territoriales, las cuales, por otra parte, sólo reclaman el derecho de estar expuestas al mismo título que las otras, a las prerrogativas uniformes del mercado. La lógica capitalista es equivalente general y la lógica identitaria y cultural de las comunidades o de las minorías forman un conjunto articulado.

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