beate klarsfeld
El sábado pasado ví en la 2 un reportaje sobre una activista alemana llamada Beate Klarsfeld. Hija de víctimas de un campo de concentración nazi, dedicó su vida, con la ayuda de su marido Serge -hijo a su vez de un oficial de la wermacht- a perseguir a los cargos intermedios del régimen que, tras la segunda guerra mundial, se instalaron cómodamente entre las ruinas de la Alemania post-Hitler. Frente al silencio cómplice de todo un país, Beate levantó la voz y se dedicó a señalar públicamente a todos aquellos que trataron de pasar desapercibidos con la aquiescencia de sus conciudadanos. La escena cumbre del documental muestra como, en el congreso de 1968 de la CDU -el partido conservador alemán-, está interviniendo el canciller alemán y ex-nazi Kiesinger: en medio de su discurso, Beate se levanta de su sitio, se acerca lentamente a él y le calza un hostión de campeonato en la cara. El gesto, la sonrisa calmada de Beate frente a la estupefacción del jerarca nazi aupado hasta la cancillería, se me quedaron grabados. A Beate la broma le costó un año de cárcel, tras el cual continuó con su caza particular. A Kiesinger le sustituyó en 1969 al frente del gobierno el líder de la SPD Willy Brandt tras romper la coalición CDU-SPD. El gesto de Beate parece hablarnos de otra época, menos miedosa pese a la oscuridad que quedaba a veinte años de distancia. Kiesinger, al hablar del incidente decía: "remover el pasado no tiene ningún sentido, lo que ahora reclama el país es olvido, amnesia para poder continuar adelante". Hay que dar más hostias. Muchas más.
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