mediodía de domingo
Estoy comiendo en una cafetería mientras en el televisor ("el plasma", lo llaman ahora), sin apenas sonido, se ven las imágenes de una carrera de motos. Uno de los participantes, Dani Pedrosa, coge una curva a unos 180 km por hora y se cae. La repetición es increíblemente plástica, con la imagen congelada en el instante en el que su cabeza toca el suelo. El cuerpo, convertido en algo a merced de fuerzas que ya no están bajo su control, traza una estela dramática sobre el negro del asfalto. La moto, mientras, deja un reguero de chispazos tras de sí al avanzar hacia la cámara dando volteretas. Luego hay una imagen de un mecánico levantando el cuerpo del piloto, que parece un extraterrestre recién caído sobre la superficie de la tierra. En la mesa de al lado, dos hombres hablan en una lengua que no conozco y que intuyo que debe ser ruso o rumano o algún otro idioma que me suena de grandes películas como el mito de Bourne o guardianes de la noche/del día. El mayor de los dos tiene una voz grave, llena de recovecos y aristas que resuena en nuestra zona de la cafetería. Cada vez que habla intento descifrar lo que dice a sabiendas de que no podré. Me recuerda un monólogo de William Burroughs que oí hace mil años. Es ese tipo de voz que sale de las gargantas de los que se han abrasado en su propia experiencia vital. Miro discretamente hacia el dueño de ese sonido perturbador. Es un hombre que debe rondar los cincuenta. Sobriamente vestido y con buena cara, sonríe intermitentemente a su compañero de mesa unos treinta años más joven y pasa completamente de la carrera. Me traen el segundo plato. En el plasma veo ganar a Capirossi. Los rótulos dicen "Stoner world champion 2007". El realizador repite la imagen de Pedrosa congelándose en su caída. Los rusos imaginarios, mientras, se marchan de la cafetería y desaparecen en el interior de la ciudad bañada por los últimos rayos de sol de Septiembre.
Ningún comentario:
Publicar un comentario
Deixa o teu comentario